La interna de las subestimaciones

La interna de las subestimaciones

Las detonaciones políticas que hicieron estallar el oficialismo tucumano durante la semana que termina tienen una mecha común: la subestimación. El manzurismo y el jaldismo no valoraron correctamente las fuerzas de uno y otro bando y por eso la cobertura de la Defensoría del Pueblo (un organismo sin más presupuesto que su planilla salarial, que antes estaba en manos de un peronista y ahora también) terminó en una masacre que apenas comienza.

Curiosamente, si algo no habían hecho el Gobernador ni el vicegobernador, hasta ahora, era no incurrir en el espejismo de la subestimación. Por el contrario, el primer mandato del binomio hoy fracturado estuvo signado por la ilusión contraria: la sobreestimación del ex gobernador José Alperovich. En 2019, el senador nacional dejó de ser temible en las urnas. Ahora está acosado por denuncias descomunales. Sin el miedo primigenio que él encarnaba, aparentemente sus ex ministros perdieron, también, el temor de avanzar el uno sobre el otro.

La equivocación resultó dantesca.

Ni muy, muy…

El ejercicio de la política puede hacer que una situación adversa cambie. O, por el contrario, la falta de política puede hacer que un traspié se cronifique. Dicho en términos metafóricos, la diferencia entre una “pintura” inalterable, y una foto, que retrata una imagen precaria y momentánea, y siempre susceptible de cambiar, es la astucia política. El manzurismo y el jaldismo se subestimaron políticamente, y por eso creyeron que las debilidades de uno y otro eran óleos, cuando sólo se trataba de flashes.

El manzurismo subestimó la capacidad de confrontación de Jaldo. Tal vez porque se quedaron con su asunción en Diputados, en 2013, cuando juró por Alperovich como “el mejor gobernador de la historia”. O en su papel como vicegobernador entre 2015 y 2019, cuando acompañó todas las políticas de Casa de Gobierno, porque él y Manzur iban juntos a la reelección y lo que era malo para uno también lo era para el otro.

Lo cierto, sin embargo, es que Jaldo dio la pelea. Y en el debut de la confrontación, se quedó con la victoria. Demostró que maneja la Cámara tanto en materia de comisiones (dejó a Fernando Juri Debo fuera de la terna de defensores del Pueblo) como de las bancadas: fracturó el bloque oficialista, fracturó la bancada de FR y sumó en esa votación el apoyo de los radicales. Necesitaba 25 votos, según sus cálculos, o 26, según los del manzurismo (el ombudsman se designa con “la mitad más uno” de las bancas, que son 49). Para evitar interpretaciones, reunió 27 voluntades.

El número es significativo, sobre todo, respecto de una eventual enmienda constitucional para habilitar más relecciones: se necesitan los dos tercios de los legisladores (es decir, 33) para aprobar una ley que declare la necesidad de la reforma. Evidentemente, Jaldo tiene hoy los números para impedir esa posibilidad.

El triunfo en la consagración de Eduardo “Lalo” Cobos, sin embargo, duró apenas algo más de un día. En la tarde del martes, el pronunciamiento del ministro del Interior Eduardo “Wado” de Pedro sobre lo ocurrido en Tucumán aguó la fiesta. Dice el cable de la agencia estatal de noticias Télam: "No es momento de anteponer intereses personales, sino de atender los problemas de la gente", dijo De Pedro en un comunicado, al referirse a la maniobra impulsada por el vicegobernador tucumano, Osvaldo Jaldo, quien con el apoyo de diputados del bussismo y sectores del macrismo impuso la elección del nuevo Defensor provincial.

El lunes LA GACETA había avisado que ese era el mensaje que los funcionarios de Casa de Gobierno repetían como un mantra a sus teléfonos conectados a números de Buenos Aires. Pero hubo un elemento tanto o más determinante durante el fin de semana, que pasó, si se quiere, debajo de varios radares: el gobernador fue anfitrión de Claudio Ferreño, quien es formalmente el presidente del bloque del Frente de Todos en la Legislatura de la ciudad de Buenos Aires y, personalmente, amigo del presidente Alberto Fernández. Ambos comparten el sino de pertenecer al peronismo porteño, una expresión que sólo sabe perder elecciones. Ferreño, huelga decirlo, no vino a ver a Manzur para comer sfijas. Ni se llevó masas árabes de regreso a su distrito, donde está enclavada la Casa Rosada.

Justamente, el jaldismo subestimó la gravitación de Manzur en la escena nacional. Tal vez se quedó con la imagen de 2019, cuando Fernández, después de que Manzur fuera el gran puntal de su campaña entre los gobernadores, no le dio espacios en el Gabinete nacional. “La Nación no le dio nada”, fue un grito revanchista que, inclusive, se escuchaba la semana pasada en la Legislatura, aun cuando al gobernador lo habían consagrado vicepresidente del PJ, días después de que él sentara a la legisladora Sandra Tirado como viceministra de Salud nacional.

Ni tan, tan…

La realidad desautorizó las subestimaciones manzuristas y jaldistas. Lo que sigue es el distanciamiento y la radicalización de las posiciones. “La reforma está sepultada”, afirman en el jaldismo. “En la Legislatura perdieron la confianza de la Casa de Gobierno y de la Casa Rosada”, aseveran en el manzurismo. “El gobernador tiene fecha de vencimiento”, se envalentonan en el Poder Legislativo. “Los jaldistas se acaban de enterar, por ‘Wado’, que su victoria es pírrica: ganaron la elección del ombudsman a costa de perderlo todo. Y nosotros, en la derrota, ganamos”, sacan pecho en el Poder Ejecutivo.

Por debajo, sin embargo, no abundan los triunfalismos. Hay funcionarios planteando que no se podrá gobernar durante dos años y medio con la Legislatura en contra y propician el diálogo “con todos, menos uno”. Ese “uno”, aclaran, es el crítico Javier Morof. En la Legislatura, mientras tanto, advierten que se quedaron con un bloque de 21 legisladores, que ni siquiera les garantiza el quórum para sesionar y la mayoría para sancionar leyes simples. Ni hablar de insistir un veto de la Casa de Gobierno. Así que también se muestran proclives a “dialogar”.

Justamente, otra subestimación del núcleo duro de jaldistas y de manzuristas es no advertir que, en el quiebre del bloque hay parlamentarios que pegaron el portazo de uno o de otro espacio, aún teniendo mucho para perder. Por supuesto, dados los años de bastardeo de la política por parte de los políticos que no quieren la democracia (sin políticos puede haber aristocracias o monarquías, tiranías u oligarquías, pero no democracias, así que enlodar la política es enlodar la democracia), está más que instalada la idea de que corrieron “millones” de razones tanto para votar a favor de Cobos, como impulsó el jaldismo, en para votar en contra, como propugnó el manzurismo. Hay legisladores de uno y otro lado de la fractura que, incluso, no tuvieron reparos en formular públicas insinuaciones al respecto. Hasta que no haya probadas denuncias en la Justicia, hay cuanto menos una certeza. Hay parlamentarios que, aún a costa de que familiares directos pierdan sus puestos en organismos del Estado, le dieron la espalda al manzurismo. Y hay parlamentarios que aún a costa de perder contratos en la Legislatura y de quedar tempranamente “enemistados” con la conducción de la Cámara, le dieron la espalda al jaldismo. Es decir, tanto el gobernador como el vicegobernador generaron tanto descontento dentro del oficialismo que hay representantes que prefirieron perder espacios reales de poder a continuar con el actual orden de casos.

Léase, pareciera que el manzurismo y el jaldismo no sólo subestiman hacia afuera, sino también hacia adentro.

La oposición, más que agradecida.

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