Vivimos en Suiza

Los tucumanos podríamos tener la dicha de vivir en un cantón suizo. De hecho, podríamos ser Zurich, que tiene una cantidad de pobladores similar a la nuestra. Tenemos montañas que se parecen a los Alpes y, salvando las diferencias, el Rin bien podría ser nuestro Salí. Los sistemas políticos son similares, sólo que en Suiza el Ejecutivo lo comparten siete representantes de los partidos, y luego está el Legislativo, que en el caso de Zurich tiene 148 representantes elegidos por el pueblo que, a su vez, votan a las autoridades del Gobierno. Leyeron bien. Representantes de siete partidos comparten la jefatura de Gobierno. Podríamos ser parte de Suiza, ¿o no?

Suiza no es el paraíso que uno suele tener en el imaginario. De hecho, arrastra serios problemas con la ultraderecha, las inmigraciones y la discriminación. Sin embargo, no tienen la desgracia de tener que lidiar con otros tipos de problemas. Están lejos de la fractura que sufrimos los argentinos, acompañados por una pandemia que dejó consecuencias letales en la salud y en la economía. Imagínense tener que pelear con los problemas de seguridad que tienen en Tucumán, con 23 homicidios en lo que va del año. O con los problemas estructurales del tránsito, donde no se puede salir a una calle, ruta o camino sin dejar medio vehículo en el intento. O tener que recurrir a la Justicia para que se sepa a quiénes se beneficia con vacunas que no les corresponden. O presenciar azorados cómo un juez denuncia a otro, nada menos que a un miembro de la Corte, por tratar de influenciarlo en una causa y termina siendo eyectado del Poder Judicial sin que la acusación al menos se investigue. O renegar permanentemente con olores nauseabundos en una tierra en la que la palabra ecología figura sólo en los manuales de los colegios. O con estructuras educacionales que se vienen abajo, poniendo en peligro a docentes y alumnos por falta de mantenimiento. Tienen un gran respeto por la historia, y por eso serían incapaces de dejar que un edificio emblemático se derrumbe por no recuperarlo. Ni dudar que en ese país los maestros y los médicos no deben andar protestando por las calles ya no para que les aumenten el sueldo, sino para que los convoquen a discutirlos. Claro, un docente cobra 86.000 euros por año, y un médico generalista, 100.000. Sería lindo vivir en Suiza, pero nos tocó Tucumán. Al menos, a los ciudadanos que no ocupamos cargos electivos. Los otros...

Cuando uno repasa todo lo que está mal en Tucumán (y la lista es más larga de la expuesta) suele no entender los tiempos de la política. Porque después de la semana que pasamos, ya no quedan dudas de que en la Legislatura y en el Ejecutivo viven a orillas del lago de Lucerna, alejados de los verdaderos problemas de la gente. Estos últimos días, ellos se pusieron a jugar con un castillo de naipes. En uno de los momentos más delicados de la pandemia, donde las necesidades afloran en todos los puntos de la provincia, donde se los necesita más juntos que nunca para buscar soluciones, la política tucumana decidió fracturarse. Y darle la espalda, una vez más, al pueblo. Y vaya ironía. Todo se desencadenó (al menos en la superficie), por la elección del Defensor del Pueblo, un tema que sin dudas desvive a los tucumanos.

Se sabía, desde la primera semana de esta segunda gestión al frente del Gobierno de Juan Manzur de las ansias de Osvaldo Jaldo por sucederlo. Nunca fue un secreto a voces, lo especificó el mismo vicegobernador. Pocas veces en la historia la relación gobernador-vice fue buena en Tucumán. Tal vez la primera gestión de Manzur los mostró unidos. Pero después, las apetencias personales afloran. Pero la elección para gobernador es en ¡2023! Faltan dos años. ¿Hacía falta que esta pelea intestina estallara en este momento? Legisladores acusándose entre ellos, guerras dialécticas, sesiones que duran 15 minutos. Parlamentarios que deciden intentar que no haya quórum, cuando su deber (y para eso se les paga) es debatir los proyectos en el recinto. De golpe, en menos de dos días, sacaron todos los trapitos al sol. El grupo oficialista decidió separarse y encolumnarse detrás de cada uno de sus líderes dispuestos a una batalla que deja en el medio al ciudadano. Y los bloques opositores se sumaron al escándalo. Fuerza Republicana, que en vez de debatir, decidió mirarlo por televisión, excepto dos de sus representantes que se sintieron atraídos por uno de los dos bandos. La UCR, que pasó de la denuncia permanente a apoyar a uno de sus enemigos, seguramente con la consigna de “divide y reinarás”. Y los alfaristas que en vez de plantar bandera, rehuyeron a la batalla para ver cómo peleaban los otros. Luego llegaron las palabras altisonantes con la traición como vértice. Hasta de la Nación debieron intervenir para pedir que las aguas se calmen, pero no hicieron más que tirarle nafta al fuego. Todo ante los ojos de miles de tucumanos que esperan soluciones a sus vidas y lo único que están viendo son divisiones, pedidos de renuncia y distanciamientos entre los dirigentes. Habría que preguntarse si el nuevo defensor del Pueblo puede intervenir en casos como este. Después de todo, lo que están haciendo los políticos también debería considerarse un perjuicio a los tucumanos. Por suerte, vivimos en Suiza, ¿o no?

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