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28 Febrero 2021

Sarmiento solitario y final

El prócer reflexiona y repasa su vida

NOVELA

El Inmortal

Gustavo J. Namías

(Edhasa - Buenos Aires)

A la manera de lo que sucede en algunos libros de Félix Luna, a partir de “aceptar una situación ficticia”, Nahmías nos convoca en El inmortal a escuchar los pensamientos de Domingo Sarmiento el 11 de septiembre de 1888, mientras yace en Asunción en su último día de vida. En sintonía con las memorias de Manuel Belgrano y de José María Paz, con una voz filosa y entrecortada, Sarmiento se apronta a enfrentarse a la “maledicencia” y desafía a sus detractores a que sigan ladrando, porque los continuará interrogando.

Sarmiento se pregunta a sí mismo cuáles serán sus últimas palabras. Sin embargo, sus pensamientos siguen con aquellos que admira más allá de las polémicas, como Juan Bautista Alberdi, o con los otros a los que ha enfrentado sin cejar con la escritura y la política: son las sombras de Juan Manuel de Rosas, Bartolomé Mitre o Julio Argentino Roca las que continúan apareciendo en el ocaso. También las mujeres que ha amado y el recuerdo doloroso y frágil de su hijo Domingo muerto en el suelo paraguayo que ahora lo hospeda.

© LA GACETA

Máximo Hernán Mena

Personajes sencillos con un drama que los excede

La historia de un niño con la historia europea de fondo

NOVELA

El niño del tren

Paolo Casadio

Edhasa - Buenos Aires

El niño del tren es una novela biográfica, cuya historia comienza en el vientre materno. El protagonista es un niño, Romeo Tini. Se desarrolla entre 1935 y 1943. La memoria es la columna vertebral del libro, como lo es también el testimonio de un período doloroso en el que un tren se detiene en la estación Fornello, la línea ferroviaria Firenze-Faenza, en su recorrido hacia un campo de concentración.
La estación Fornello aparece como un lugar sin pueblo, pero no sin comunidad, las que viven en ese valle del Muccione son familias sencillas, pacíficas y austeras. Es una suerte de refugio silencioso. No en vano, el narrador nos presenta un valle inocente al que llega Giovannino el nuevo jefe de estación con su esposa Lucía y el perro Pipito…
Los sucesos en la vida de Romeo están contextualizados con la historia europea, así en 1939 cuando Praga fue ocupada por los alemanes, Romeo enferma de sarampión. La familia Tini cada vez está más atenta a la radio Superla, así se enteran en el valle de que Rusia invade Polonia y el día después cae Varsovia, escuchan lenguas que no comprenden y el 18 de septiembre de 1939 comienza la Segunda Guerra Mundial. Se seguían rigurosamente las normas del oscurecimiento y se sentía de noche el sonido ensordecedor e inquietante de los aviones.

© LA GACETA

Elena A. Acevedo

El alcohol, efecto flamígero de un drama

Una ficción acerca de aquello que hacemos con nuestros vínculos

NOVELA

Las Lealtades

Delfhin Devigan

Anagrama - Buenos Aires

Théo y Mathis (de solo doce años) conforman el centro verosímil de un conflicto trágico, un conflicto que acarrea el malestar de un conjunto conformado por el sufrimiento. La profesora Héléne, el depresivo padre de Théo, Cécile, el profesor confidente Frederic, el ácido William: todos son sujetos activos y, a la vez, observadores del desmoronamiento. Eso es lo que narra la novela: el desmoronamiento. Cada personaje a su modo esculpe una figura, una silueta difusa y precisa a la vez, ya sea de sí mismo o del que observa. Cada voz -en primera o en tercera persona- de este polígono agudo y finísimo indaga y comenta los breves y rutinarios episodios que arman una sociedad desquiciada, atravesada por la miseria humana.
Théo y Mathis hacen alianza en el alcohol. En ese líquido turbio y amoral, encuentran la amistad y la fuerza: “Theo bebe alcohol como si quisiera morirse”.
Delphine de Vigan toca la música del desamparo. Los cuadros dibujados con una prosa seca y realista tienen el tono inerte y amargo de la melancolía. ¿Qué personaje de su novela está fuera de la derrota? Podríamos decir que Delphine de Vigan ha escrito una tragedia moderna, una serie de escenas anudadas por una idea de destino contemporáneo. Los personajes no están determinados pero viven como si existiese una fuerza ciega que los empuja a la caída: hacen todo para que el abismo no sea una metáfora.

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Fabián Soberón

Pasión por la invención

La vida de Nikola Tesla

AUTOBIOGRAFÍA

Mis inventos

Nikola Tesla

(Alquimia - Buenos Aires)

Nikola Tesla nació en Croacia, a mediados del siglo XIX, y según se lee en esta afiebrada autobiografía, su pasión por los inventos y los artificios con los que dominar la naturaleza (y la tenacidad con que la defendió del mandato familiar) lo acompañó desde muy temprano.  
Con una capacidad casi monstruosa para el estudio y el trabajo que lo mantenía despierto durante interminables jornadas y un impulso voraz por el conocimiento (dominaba varios idiomas y era un lector refinado de literatura y filosofía) afirma no haber necesitado de esquemas ni experimentos para desarrollar sus inventos ya que podía visualizarlos en su mente como si fueran reales.
Leer su autobiografía es como asistir al laboratorio del Dr. Frankenstein cuando, percibiéndose como un autómata, describe sus intuiciones como “imágenes mentales acompañadas por fuertes relámpagos” y sus episodios de agotamiento nervioso como “la clara sensación de que mi cerebro se estaba incendiando.”
Su encuentro con Edison -su par y contrafigura- es una marca de la contradicción entre “el sentido práctico e individualista estadounidense” y una mente nutrida por la alta cultura mitteleuropea, una diferencia que a Edison le reportó éxito económico y reconocimiento mundial, y a Tesla, la quiebra económica y la invisibilidad.
Sus más de 500 inventos permitieron el desarrollo de la robótica y la transmisión inalámbrica, con los que imaginó un mundo donde la abolición de las distancias garantizaría la paz por siempre, quizás la única de sus ideas que no pudo llegar a materializarse.

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María Eugenia Villalonga

Dos días en la vida

Una niña amigable, ácida, ingeniosa y anárquica

NOVELA

Zazie en el metro

Raymond Queneau

(Godot - Buenos Aires)

¿Qué es Zazie? Un despelote verbal, en primer lugar, un experimento - único, como todo experimento en alguna de sus fases-, y las divertidas aventuras de una niñita que llega a la París de 1959 con el único fin de andar en el metro. Pero, oh sorpresa, el metro está en huelga. No importa, o sí, justamente: todo lo que suceda en los dos días siguientes de la vida de Zazie será un hermoso delirio.
¿Cómo es Zazie? Amigable, ácida, ingeniosa, ingenua, anárquica, irónica.  
Tiene ideas raras para su edad, y lo sabe, y hasta se pregunta de dónde es que las saca. ¿Su frase preferida? “Mi culo”. Rodeándola, una serie de personajes entrañables: el dueño de un bar, un taxista, un loro, la novia del taxista, un policía con múltiples personalidades, una viuda, turistas extranjeros, el tío Gabriel, la pareja del tío Gabriel, la ciudad misma.
Respecto del despelote verbal, hay que remitirse a la condición vanguardista de la novela. Queneau (surrealista, patafísico, cofundador de OuLiPo) construye a partir del diálogo, fabrica escudos verbales, es metatextual (“A la dificultad del vocabulario añadía tantas exóticas asociaciones de ideas”; “Toda esta historia, el espejismo de un espejismo, el sueño de un sueño, apenas más que un delirio escrito a máquina por un novelista idiota”).

Hernán Carbonel

© LA GACETA

Hernán Carbonel

Clases de perros

Una cultura universal que abarca mitos, literatura, cine, televisión y filosofía

ENSAYO

Perros

Mark Alizart 

(La Cebra - Buenos Aires)

Perros es antes que nada un ensayo notable. Se detiene en grandes representaciones, muchas veces pasadas por alto, de estos pequeños seres alegres que parecen haber nacido para convertirse en la compañía ideal de cualquier persona sensible, y no sólo en la vida cotidiana, sino también en casi todos los aspectos de una cultura universal que abarca mitos, cuadros, fotos, teatro, literatura, cine, televisión, y, por supuesto, filosofía. En uno de los capítulos más impresionantes del libro, por ejemplo, Alizart se encarga de mostrar las raíces caninas del “Edipo Rey” de Sófocles, desplegando una nueva mirada sobre una obra que parecía ya agotada por la crítica.
El perro, desde Platón y los cínicos, ha sido una especie de espejo distorsionado para evaluar nuestra propia humanidad. Sin tanta prensa como los gatos, sin la supuesta inteligencia superior del mono, el elefante o el delfín, el perro ha sido dejado de lado (en términos filosóficos, se entiende) por su excesiva obediencia o por la empatía natural y un poco impensable que nos genera su cercanía. No habría que olvidar que Lutero, Shopenhauer, Marx, Freud, Darwin y Kafka amaban a los perros, pero tampoco que Deleuze señaló (erróneamente) que su ladrido era la vergüenza del reino animal. Alizart no sólo lo refuta sino que se encarga de darle, acaso por primera vez en la historia, un estatuto verdaderamente filosófico a su criatura, entre otras cuestiones, porque es él quien ha inventado a su amo, y no al revés, como imagina que piensa la doxa.

© LA GACETA

Marcelo Damiani

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