El escritor de los tres siglos

El escritor de los tres siglos

El 15 de julio de 2000, a sus 105 años, moría el genial escritor cordobés Juan Filloy. Nunca abandonó el perfil bajo para hacer una obra extensa y original.

La ironía como carta de presentación. La ironía como carta de presentación.
28 Febrero 2021

Por Alejandro Duchini.

Para LA GACETA - BUENOS AIRES

Juan Filloy nació en Córdoba el 1 de agosto de 1894 y tenía 105 años de edad cuando falleció, el 15 de julio de 2000, en esa misma provincia. De perfil bajo, su obra literaria influyó en grandes escritores, tales como Julio Cortázar, quien lo menciona en Rayuela. David Viñas lo comparó con Roberto Arlt, Armando Discépolo y Oliverio Girondo. También le dirigió elogiosas palabras el escritor Mempo Giardinelli. Sus libros son, directamente, geniales. Y hay muchos más que no han sido aún publicados. Se espera por ellos. Están, en tanto, los de diversas editoriales. Algunos son de Losada, otros de Paidós, pero no son fáciles de encontrar. La editorial El cuenco de plata creó una Biblioteca Juan Filloy. Comenzó en 2004 y contiene algunos de los mejores títulos suyos, todos de siete letras. Se trata de La purga, Gentuza, Vil & Vil (la gata parida), el genial Karcino (tratado de palindromía), Caterva, Yo, yo y yo (monodiálogos paranoicos), Footing, Periplo, Aquende, Mujeres, ¡Estafen!, el imperdible Op Oloop, La potra y Los Ochoa.

“Editamos sus libros porque nos interesa su obra y su rescate. Empezamos con La potra”, le dice a LA GACETA Literaria Edgardo Russo, director editorial de El cuenco de plata. Y agrega: “Es una obra de una enorme riqueza. Poco editada. No está casi en los circuitos académicos, lamentablemente. O por suerte”.

Filloy fue árbitro de boxeo, juez de paz, fundador del legendario Talleres de Córdoba y periodista. Sin embargo, donde tuvo mayor regularidad fue en la escritura. Incursionó en cuento, novela, ensayo, traducciones, poesía, teatro e historia, entre los diversos géneros. Empezó por las ediciones de autor. Apenas 500 para repartir entre amigos y conocidos. Nunca dejó de escribir. Aunque sí de publicar: de 1939 a 1967, nada. Se lo contó al periodista Hernán Casciari en una gran nota publicada en el blog Orsay, donde se describe a Filloy de manera magistral. El día de ese encuentro, cumplía 100 años. Quería vivir tres siglos. Lo consiguió.

Leer a Filloy hoy resulta tan actual que asombra que muchos de sus escritos sean de los años 30. La ironía es una de sus mejores cartas de presentación. Su prosa es fabulosa. Elegante. Las descripciones de sus personajes son monumentales. Como la que hace del millonario Optimus Oloop en Op Oloop, publicada en 1934 y acusada de pornográfica. El comienzo de esa novela es contundente. Una vez que el lector se mete en ella, no la suelta. En esas primeras líneas no sólo describe a su protagonista. También arroja frases que demuestran su gran estilo. “Y colgó en ella la carne: su cansancio, y el alma: su fastidio”. O cuando escribe que “Op Oloop acababa de convencerse una vez más que no es posible ser traidor a sí mismo”. “Mi cabeza es una edición de bolsillo del infierno”, le hace decir a su principal personaje.

“Hay muchos lectores ávidos de Filloy. Se nota en que se siguen vendiendo sus libros. De hecho, cada uno de los títulos que lanzamos tiene reediciones. Caterva es el más vendido, porque es un clásico. Pero también se vende mucho Op Oloop. Y no puedo dejar de mencionar los más humorísticos, como Yo, yo y yo”, describe Russo.

Gentuza es un claro ejemplo de lo efectivo que son los relatos cortos. En cada uno de ellos, Filloy describe diferentes características del ser humano en general. El vividor, el abogado que se vuelve correcto, la desopilante relación madre-hija en ‘Bagallo’ son algunas de ellas. Pero nada tan bueno como el perfil del prestamista en ‘Más lógica, imposible’. “Cualquier promesa es un engaño, arriba o abajo. Nosotros no prometemos, damos. Damos, bajo interés, por cierto; pero damos”, le dice un usurero a su potencial cliente, a quien a través de un artilugio le termina entregando menos dinero del que fue a solicitar, aunque deberá comprometerse a pagar la cifra inicial. “La moda del mundo actual es gastar más de lo que se tiene o se gana. Y, lógico, no hay dinero que alcance”, dice en un monólogo imperdible.

Russo no se queda sólo en los cuentos y novelas de Filloy. “Ha cultivado todos los géneros. Los libros de palíndromos, como Karcino, por ejemplo, son un caso. Con esas frases que se pueden leer de adelante para atrás y viceversa, él se consideraba campeón mundial de palíndromos”, recuerda. Y después resume al opinar que “hay en él un disfrute del lenguaje, de las letras”. No cabe duda: leyéndolo queda en evidencia cuánto amaba las palabras y escribir. No pasó desapercibido en los años de la dictadura militar, que prohibió en 1975 Vil & Vil, sobre el romance entre un soldado del servicio militar y la mujer de un general.

La originalidad es otro de sus fuertes. Se nota en ¡Estafen!, donde critica al sistema judicial a través de un personaje insoslayable. Yo, yo y yo, de principios de los 70, es ironía pura, placer constante. Y Caterva, de 1937, donde siete linyeras filosofan magistralmente acerca de la vida en general, tiene el respaldo aludido líneas arriba de Julio Cortázar, quien escribe en Rayuela:

“-La cloche, le clochard, la clocharde, clocharder. Pero si hasta han presentado una tesis en la Sorbona sobre la psicología de los clochards.

-Puede ser -dijo Oliveira-. Pero no tienen ningún Juan Filloy que les escriba Caterva. ¿Qué será de Filloy, che?

Naturalmente la Maga no podía saberlo, empezando porque ignoraba su existencia. Hubo que explicarle por qué Filloy, por qué Caterva”.

“No sé si la mención que hace Cortázar genera mayor popularidad para Filloy. No podría medirlo. Pero sí queda en claro que Cortázar lo valoraba”, dice Russo al hablar de aquel párrafo.

Actualmente la web también se presenta como alternativa para leer sus textos, tanto algunos de los publicados como aquellos que no lo han sido todavía. Esto favorece, sin embargo, un acercamiento a su escritura. Nunca sobraron los lectores de Filloy. Recordarlo 20 años después de su muerte no tiene otro fin que utilizarlo como excusa para escribir sobre él. El recuerdo no pasa por la fecha en sí sino por fomentar un acercamiento a su incomparable literatura. Sumarle cantidad a la calidad no está de más.

© LA GACETA

Alejandro Duchini.- Periodista.

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