El narrador que inventó Tánger

El narrador que inventó Tánger

Múltiples estilos y fronteras extravagantes.

Paul Bowles, escritor viajero. Paul Bowles, escritor viajero.
28 Febrero 2021

ANTLOGÍAS

Cuentos selectos

Paul Bowles

Edhasa - Buenos Aires

Paul Bowles fue una figura atípica: discípulo de Aaron Copland, compuso música para obras de Orson Welles, dejó grabaciones de piezas africanas, escribió esa novela singular llamada El cielo protector y cultivó la silueta de escritor viajero y bon vivant que transitaba los escenarios distantes de un África  lujuriosa. Junto a su pareja Jane Bowles fueron los preclaros difusores de la peregrinación gay desde Estados Unidos a la mítica Tánger. La ciudad se convirtió en sinónimo de amparo progresista de una bohemia elitista y orgullosamente diferente: Allen Ginsberg, Jack Kerouac, Gregory Corso, Djuna Barnes y William Burroughs. Además de consumir drogas, Bowles escribió sobre sus posibilidades. Le interesaba fumar el kif narcótico -lo menciona en sus cuentos- y comer majoun, la mermelada hecha de cannabis.

La editorial Edhasa publica una reedición de su primera novela y una selección de cuentos con traducciones de la poeta Mirta Rosenberg y del narrador Rodrigo Rey Rosa. A medida que avanzamos en las traducciones notamos la diversa mano de los intérpretes. Tanto en los cuentos como en la novela El cielo protector Bowles exhibe el conocimiento de lenguas: español, árabe y francés. Edgardo Cozarinsky dio cuenta de esto en un relato publicado en El pase del testigo: Bowles le preguntó en un perfecto español por el destino de Bioy Casares.

Pormenores de la amistad

Bowles nació en Nueva York pero el origen no dice nada de la diversidad estética que habilitan sus relatos. El inicio importa menos que la exploración narrativa asentada en lo geográfico y lo estilístico. Si de algo estamos seguros después de leer estos cuentos es que a Bowles le interesaron los escenarios distantes de las grandes urbes y ganados por las fronteras extravagantes. El hábil estilo polimorfo atraviesa las historias. Bowles es de esos autores que no se quedan ni se enamoran de un único estilo; prueba todo, como si se sintiera cómodo con la máscara. “El tiempo de la amistad” narra el vínculo tierno y prolongado entre una profesora suiza y Slimane, un niño musulmán. El autor se las arregla para mostrarnos los pormenores de la amistad y a través de ella la dificultad que tiene la señora Windling para enseñarle la navidad a un niño que vive en un mundo diferente. Es como si Bowles quisiera indicarnos la imposibilidad de la comprensión entre dos individuos con credos diversos a la vez que representa, de modo magistral, la nítida ternura entre una mujer amable y un niño que requiere atención.

Entre culturas

En algunos textos, la cuestión del Islam, los vocablos extranjeros, las voces disimiles organizan las coordenadas simbólicas. La antología preparada por Saavedra es hospitalaria: el conjunto da cabida al cuento fantástico, como en “Cosas pasadas y cosas que aún están”, que parece recurrir a la tradición oral árabe. En "Olvidó sus cabezas de loto en el autobús" el narrador viaja desde una ciudad a otra: el periplo es un pretexto para indicar lo raro, lo insólito. “La delicada presa” trabaja con la idea de la venganza y está poblado de vocablos desconocidos: filala, yermkin, moungari, aoudad. Varios cuentos abordan el difícil intercambio entre culturas distintas, el antiguo problema de la relación con el otro: “El pastor Dowe en Tacaté” recuerda vagamente el dilema planteado por Joseph Conrad en la febril El corazón de las tinieblas. Un pastor oficia el credo cristiano en una comunidad de indios en Latinoamérica. Con sutileza y apertura Bowles pone en boca de un indio el conflicto entre las creencias autóctonas y el Dios cristiano. Más adelante, el pastor es llevado en una barca por dos indios callados. La tensión crece y el miedo es religioso y moral. ¿Qué le ocurrirá al pastor? ¿Acaso lo protege su propio Dios o lo condena por rezar en nombre de la divinidad indígena? Quizás el clima del cuento se sintetice en una línea: el pastor desea huir de eso que podemos llamar la tristeza asociada a creencias antiguas, dicho esto en el marco de la misión evangelizadora.

Un Chejov en África

El último texto incluido adopta el formato de una carta. Se podría pensar que es una misiva autobiográfica ya que el narrador usa el nombre Paul Bowles. Pero claramente estamos ante el cruce de una autofiguración y una autoficción que replica la idea del discurso dirigido a un otro al que no frecuenta desde hace mucho tiempo. El narrador se permite una burla cruel y ensaya una definición del recuerdo y la soledad: “Pero como dices que lo has olvidado todo, estoy solo con el recuerdo”. Los cuentos de Bowles podrían pensarse como la escritura vívida de un lento recuerdo de las aventuras en tierras lejanas.

A medida que pasan los años, Bowles deja el horror temprano de su admirado Poe (como en “El valle circular”) y su estilo se depura. Hay textos que siguen la prosa concisa de los apólogos de Kafka: “El jardín”, por ejemplo. Según la opinión de Guillermo Saavedra, con el tiempo los relatos ganan en connotación “como si su autor fuese una suerte de Chejov trasplantado desde la helada estepa rusa hasta el tórrido norte de África”.

Lo mismo y lo otro

A diferencia de escritores norteamericanos como Faulkner, Flannery O ‘Connor o Truman Capote, los relatos de Bowles están ambientados en escenarios exóticos para la mirada estadounidense y no buscan dar cuenta de las ciudades del sur o del oeste yanqui. En oposición a Cheever, por ejemplo, Paul Bowles sale de un costado del sueño norteamericano para explorar otro: la conquista del mundo. En este sentido, lo que se puede leer en los textos es el contacto entre lo mismo y lo otro. Pero este es un choque, como si en el fondo Bowles descreyera de la posibilidad de la comunicación real: los cuentos transparentan una óptica pesimista y el desenfoque de la duda produce un universo desencantado y encantador. Algunos textos, incluso, brindan una perspectiva despiadada de la condición humana, lejos de la admiración de la cultura otra que profesaron ciertos intelectuales occidentales.

Así como James Joyce imaginó Dublín y Hugo Foguet pergeñó una ciudad que ya no existe, Paul Bowles es el narrador que inventó una Tánger diferente.

© LA GACETA

Fabián Soberón

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