“Nos inventamos relatos a los cuales nos aferramos porque la incertidumbre nos come”

“Nos inventamos relatos a los cuales nos aferramos porque la incertidumbre nos come”

Entrevista a Federico Falco.

Federico Falco. Federico Falco.
28 Febrero 2021

Por Verónica Boix.

PARA LA GACETA - BUENOS AIRES

El escritor cordobés Federico Falco es uno de los grandes cuentistas de nuestro tiempo. Ya en 2010, antes de cumplir 35 años, fue elegido por la revista Granta como uno de los mejores narradores en lengua española. Hace tiempo que vive en el barrio porteño de Colegiales, sin embargo sus historias tienen la respiración del campo y de los pueblos del interior. Basta leer cualquiera de sus cuentos de Un cementerio perfecto, La hora de los monos o 222 patitos para entender la profundidad de ese vínculo entre el paisaje y el interior del ser humano. Esa relación, una vez más, es el centro de su primera novela Los llanos, finalista del Premio Herralde de Novela. La historia sigue a un escritor que se muda a la llanura húmeda para vivir durante un año, armar una huerta y, en soledad, recuperarse de una ruptura amorosa que lo dejó sin casa y sin proyecto de vida

- ¿Cómo se relacionan en la historia la memoria y el paisaje?

- El paisaje de la llanura funciona como la magdalena embebida en tilo de Proust. A medida que el narrador se encuentra con diferentes cosas piensa ese paisaje similar, pero muy diferente que es el paisaje perdido, el paisaje que ya no habita. Esa diferencia tan simple como la diferencia entre la pampa húmeda y la pampa seca. La zona de Córdoba que él recuerda es una llanura mucho más árida, que en invierno tiende a los grises, muchos meses sin lluvia. Mientras que el paisaje que está habitando tiene que ver con algo más frondoso, desorganizado, donde las cosas nacen y crecen a su ritmo natural con mucho menos intervención humana. Me parecía un buen eco entre diferentes maneras de acercarse al acto creativo en sí. Una es tener todo bajo control, exterminar hasta el último yuyo, solamente producir lo que quiero decir y saber perfectamente qué quiero decir y hacerlo; y otra es ver qué pasa, veo qué surge y hacia dónde va.

- ¿En qué medida la historia narra el duelo de una forma de vida?

- Sobre todo es el duelo de un relato. Nos inventamos relatos a los cuales nos aferramos porque la incertidumbre nos come. Son relatos que a veces ni siquiera son tan nuestros. Para tranquilizarnos pensamos la vida como si fuera el arco de una historia, con un inicio, un desarrollo y un clímax. Hasta que pasan cosas que son imprevisibles. La vida es ir lidiando con cosas que no podemos controlar. Este narrador había encontrado una seguridad a la que se aferraba que tenía que ver con un determinado relato. Y se queda sin ese relato. Hay algo de crisis de la mediana edad, no está haciendo solamente el duelo de una pareja, sino de un relato que implicaba una progresión. Nos imaginamos a nosotros mismos en escenas del próximo capítulo, y a veces, la vida no tiene nada que ver con lo que imaginábamos.

- ¿Y por qué elegiste usar en la novela elementos de tu biografía?

- El protagonista tenía que ser escritor, sentía que iba a estar ligeramente basado en situaciones que me habían pasado a mí. Y me parecía que a la novela le venía bien ese jugar a lo autobiográfico, pero lo pude hacer cuando descubrí que no tenía que ser yo, que podría basar el personaje en alguien parecido a mí, prestarle ciertas zonas de mi biografía y después imaginar, inventar, armar. En La hora de los monos hay un cuento, “Flores nuevas”, que narra una serie de suicidios adolescentes, es terriblemente trágico. Para escribirlo tomé muchos episodios de mi propia adolescencia y uno de mis compañeros de secundario lo leyó y me dijo “Fede, qué terrible lo que pasó”. Si había alguien que podía saber que nada de eso había pasado era él. La primera persona es así de poderosa.

- ¿Podría decirse que, al mismo tiempo, resulta una novela sobre la escritura?

- El narrador de la novela tiene una concepción de la escritura que tiene que ver con la forma del relato, con la trama, con una progresión de los hechos. Y lentamente como un proceso va explorando diferentes acercamientos a la escritura hasta llegar a la lógica de la escritura como práctica, como algo que surge, que no tiene una forma sino que es un estar, un presente, un escribirse, un estar ahí sin tratar de acomodar el mundo, sino simplemente de habitarlo.

- ¿Y de qué manera se vincula esa idea con tu forma de ver la escritura?

- Una de las cosas que vengo pensando desde hace tiempo tiene que ver con pensar la escritura como una especie de práctica cotidiana. Hay gente que sale todos los días a correr o hace yoga, yo empecé a pensar la escritura como algo que hago, sin la necesidad de que sea para un proyecto. Habitar el mundo desde ese lugar.

- De alguna manera esa idea deja a la vista el tiempo y sus efectos.

- En este caso el desafío tiene que ver con escribir qué pasa entre las escenas. Siempre me dio mucha bronca en las películas es cuando hay un protagonista escritor y está todo el tiempo dando vueltas porque no puede escribir y después viene la escena en que escribe el libro.  Ese gran resumen que ocupa 10 segundos, en realidad,  en la vida es un montón de tiempo. Así son, en la vida, los días donde no pasa nada que cambie el curso de la historia. Cuando pensamos en relatos siempre pensamos en esos hitos donde hay un cambio que empuja el relato hacia adelante. Pero hay un montón de días en que lidiamos con conflictos que no traen ninguna consecuencia. Y también hay un montón de días donde nos aburrimos. 2020 fue un gran año de aprender a aburrirse. Me interesaba cómo encontrar una forma que transmitiera ese paso del tiempo, y cómo encontrar algún tipo de mecanismo que sostuviera el texto y que no necesariamente fuera la evolución o los cambios emocionales o de la vida del personaje.

- Al parecer, eso habla de una búsqueda por ir más allá de los límites que impone el relato.

- Los límites no me caen bien. La lectura implica creer en ese mundo que alguien te está planteando y en las reglas propias de ese universo. Como lectores es algo que tendemos a dar con bastante generosidad. Me gusta tensionar ese límite entre la posible fe que el lector le está dando al texto y el recordarle “esto es una historia”. Tal vez porque disfruto de dar ese salto de fe y de creer todo lo que me están contando, pero también disfruto de saber que me están contando una historia. Es algo muy primitivo en el ser humano. En la novela hay una abuela narrando una historia a su nieto, y ese placer cuando uno es chico tiene que ver con la historia que te cuentan, pero también con que el otro está ahí armando esa ilusión en vivo como una forma de darnos cariño y acompañarnos en el narrar.  

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