Basta de despreciar el agua
28 Febrero 2021

Por Marcos Mollerach - Licenciado en Ciencias Biológicas - Cátedra de Diversidad Animal 3 (Facultad de Ciencias Naturales).

El Gran San Miguel de Tucumán se encuentra emplazado en la zona correspondiente al piedemonte de la selva de yungas, región que se caracteriza por la gran cantidad de ríos y arroyos que escurren sus aguas desde la sierra de San Javier y desembocan en el Salí. Este río es de gran importancia dentro de los sistemas ecológicos porque son corredores naturales de fauna. El cauce del río y sus orillas conforman los denominados bosques riparios. Estos son elementos de comunicación entre la fauna de distintos ambientes; no sólo peces, sino también fauna voladora y terrestre.

La urbanización y crecimiento de las ciudades suele acompañar los cauces y conserva, en alguna medida, algo de las estructuras de las riberas, como arbolado, orillas y arroyos. Eso implica que el desarrollo humano no siempre es tan destructivo con el ambiente, que a su vez sirve para mejorar la calidad de vida de los habitantes de las ciudades forjadas a la par de los ríos.

El problema es que Tucumán se caracteriza por haber degradado estos ambientes y en muchos casos por haberlos transformado en canales que distan mucho de lo que eran, desaprovechándolos e inutilizándolos por haberlos convertido en basurales o en gigantescas moles de concreto -visibles o subterráneas- que cruzan de punta a punta el Gran San Miguel de Tucumán.

Sin entrar en el detalle de los ríos que cruzan nuestra ciudad, es necesario entender el origen de este casi desprecio por los cursos de agua, que tienen un valor incalculable, mientras la ciudad mira deslumbrada a los cerros.

En sus orígenes la zona del Bajo era de inundación del río Salí. Nuestro parque 9 de Julio era un gran pantanal que se cargaba con las aguas del río y mantenía un ecosistema, con su fauna típica. El drenaje de ese sector fue tal vez necesario en algún momento de la historia, pero la mirada antropocéntrica quedó en el pasado y a la vista de los elementos de conocimiento actual y de la importancia del agua en sí misma es insostenible no revertir esta situación.

Para esto es indispensable cambiar la conducta social, ampliando nuestra mirada; considerarnos parte de un todo y no grandes modificadores de ese todo. Se necesita el cambio de mirada de los Estados y de los actores sociales -públicos y privados-, desde la educación hasta los cambios en las planificaciones urbanas, ya sea para revertir lo actual o para planificar lo nuevo. El empresariado debe ser estricto en el cumplimiento de las leyes en cuanto al vertido de contaminantes en los cursos de agua, y el Estado, implacable en la aplicación de las multas. Es una tarea de todos.

El agua cotiza en los mercados a futuro y nosotros debemos tratar al Cainzo, al Muerto, al Salí, al Piedras, al Nueva Esperanza y Manantiales como lo que son, ríos y arroyos, y no como canales o vertederos de basura. Debemos retornar a una convivencia con el ambiente y no modificarlo al extremo; una convivencia armoniosa nos puede dar muchos beneficios, más allá de los económicos.

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