Con los chicos, no

“Abran las escuelas”. El pedido/exigencia resuena desde antes de fin de año, sobre todo desde sectores de la oposición que pretenden hacerse fuertes ante ciertas debilidades del Gobierno. La pregunta, que hasta aquí no tiene respuesta, es si, al menos en Tucumán, la infraestructura tiene la fortaleza necesaria como para hacer frente a un período lectivo que, a todas luces, será anormal. ¿Podremos encarar las clases cuando aún ronda con fuerzas un virus que pone en riesgo a la población? ¿Cómo evitaremos, por ejemplo, la aglomeración en el transporte público cuando nadie en la provincia puede garantizar que los ómnibus vayan a funcionar con normalidad? ¿Qué hacemos con las escuelas que no tienen agua, o baños en condiciones? ¿Y la tan necesitada ventilación? ¿Qué pasará en el invierno? Son demasiadas preguntas que por ahora, por más buena voluntad que se ponga, no tienen respuesta. Y el timbre de entrada a clases está cada vez más cerca de sonar.

El domingo, LA GACETA publicó una entrevista con la infectóloga tucumana Leda Guzzi, quien desde hace años trabaja en Buenos Aires. Y la profesional fue muy clara. La única manera de llevar adelante las clases presenciales es mediante el consenso. “La vuelta a las clases debe ser idealmente con un nivel bajo de circulación viral en la comunidad. Con claras medidas de mitigación de riesgo, uso de barbijos, distancia, lavado frecuente de manos e higiene de espacios y ventilación de los ambientes. Si no hay ventilación es muy complicado pensar una escolaridad presencial. La transmisión dentro del fuero escolar va a depender del nivel de transmisión comunitaria en la sociedad, por eso es muy importante que las decisiones estén descentralizadas. Que cada colegio vea los protocolos y qué capacidad de llevarlos adelante tienen. La infraestructura es muy heterogénea, cada escuela puede adoptar distintos tipos de medidas”, explicó la infectóloga.

El lunes, luego de una reunión tendiente a analizar la situación, Andrea Miguel, una de las supervisoras de Educación, también fue clara: “en la provincia hay 2.500 establecimientos educativos, hay que pensar que analizar una por una (la infraestructura de las escuelas) va a demorar mucho, sobre todo teniendo en cuenta que la vuelta el 1 de marzo se complica’’. Entonces, a menos de tres semanas de la fecha que puso el mismo Gobierno para que comiencen las clases, ¿qué tipo de educación vamos a darles a los estudiantes?

Este interrogante tiene otras dos aristas que aún no están resueltas y que, por el momento, no avizoran un desenlace feliz. Por un lado, las paritarias docentes. El Gobierno ya abrió la negociación y habrá que ver qué muñeca tiene (por no decir bolsillo) para llevarla a buen puerto. Además, esta paritaria es la puerta de entrada para otra que se viene demorando y que tiene los ánimos cada vez más caldeados: la del personal de la Salud que, luego del año que pasamos y del cual aún no salimos aunque haya cambiado el número, merece un verdadero reconocimiento monetario del Gobierno, con dinero que seguramente no tiene. El otro detalle no menor es el que vienen declamando los docentes desde hace un par de meses y que tiene que ver con la vacunación. Muchos, advierten, no se presentarán a dar clases a no ser que estén inmunizados. Pronto terminará la primera quincena de febrero y aún no se sabe cuándo llegará la próxima remesa de vacunas que, además, está destinada a los mayores de 60. ¿Cuándo vacunarán a los docentes entonces? Con mucha suerte la primera dosis será para fin de mes o principios de marzo y la segunda 20 días después, con el período lectivo ya iniciado. ¿Irán a enseñar igual?

El inolvidable año que ¿pasó? fue catastrófico para la educación. Por más que las autoridades se esmeren en afirmar que ningún alumno se quedó sin contenidos basta una recorrida por la provincia para darse cuenta de que eso no es cierto. Nadie duda de que el contexto fue caótico. Que la pandemia fue un lastre imposible de levantar y que fueron muchísimos los docentes que pusieron todo de sí para brindar conocimientos. Pero no alcanzó.

La conectividad fue el principal obstáculo y el claro ejemplo de que a pesar de que en Argentina ya comenzaron las pruebas con el 5G hay sectores que no tienen ni 2. Y fueron los que más lo sufrieron. Hubo alumnos que pudieran aprender y otros que no. Hubo alumnos que quisieron aprender y otros que no. Hubo padres que se preocuparon y otros que no. Y hubo docentes que se pusieron la enseñanza al hombro y otros que no. Así, las desigualdades están a flor de piel.

¿Qué pasará entonces en este ciclo lectivo? Con un virus que todavía se pasea por las calles pretender presencialidad total sería una locura. Ni las autoridades admiten que esto pueda concretarse. Y más cuando las condiciones edilicias de muchas escuelas y colegios es deprimente. Pedir a los gritos que abran las escuelas parece más una posición política que una idea analizada desde todos los puntos de vista. Los chicos merecen la mejor educación y todos deseamos que la tengan. Pero permitir que por malas decisiones se transformen en transmisores de virus, con consecuencias que pueden ser dramáticas, no haría más que profundizar la crisis. Educativa y sanitaria.

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