¿Lo digital nos hace más productivos?

¿Lo digital nos hace más productivos?

¿Lo digital nos hace más productivos?

“Empieza a vivir una vida más productiva”, “convierte el caos en tranquilidad”, “5 trucos para mejorar tu memoria”, “transformá tu relación con el dinero para cosechar abundancia”, Estos son algunos títulos de blogs y videos en Youtube de una tendencia que explotó el último año, en plena pandemia: los contenidos digitales sobre productividad.

En el tiempo en el que todo se detuvo para contener al coronavirus hubo una variedad de discursos, dispositivos y gurúes que nos prometieron métodos de concentración y guías para la concreción de proyectos de los más diversos. Algunos sitios ofrecen “300 vídeos inspiradores de Pensamiento Positivo” y en las plataformas de podcast las producciones vinculadas a la autosuperación profesional suelen ser las más escuchadas.

¿Qué estamos buscando en este tipo de contenidos? ¿Qué dicen de nosotros estas búsquedas? La industria editorial ya había dado el puntapié con esta serie de discursos que impulsaban a sus lectores a dar un cambio radical en sus vidas a través de rutinas que solo requerían de la motivación y el deseo del sujeto. El éxito profesional, la confianza espiritual o la perfección corporal se plasmaron desde hace algunos años en metas para una modernidad exprimida hasta la última gota.

El miedo a perder el trabajo y el bienestar económico, la incertidumbre de los microemprendedores y la frustración de ver cómo se desmoronaban proyectos personales seguramente motivaron la necesidad de redefinir el horizonte. El teletrabajo nos sorprendió y nos puso en la disyuntiva de aprovechar el tiempo en casa para los afectos o utilizarlo para buscarnos nuevas tareas y desafíos. Pero junto con este magma de energía, también llegó el cansancio o lo que ahora llaman burnout. En las redes agotarse suele estar bien visto. Nunca antes como ahora estuvimos con tantas métricas para medir nuestra cotidianidad ¿Cuántas reacciones tendremos a esa historia de Instagram? ¿Cuántas calorías quemaste hoy, según tu reloj inteligente? ¿Cuántas palabras podés leer en un minuto?

La búsqueda “aplicaciones de productividad” arroja más de 35 millones de resultados en Google. Existen algunas para hacer listados de tareas, otras para meditar, para medir cuánto corremos, otras para calcular cuánto dormimos.

Cuando aún no existían los modernos teléfonos que todo lo miden, el investigador cordobés Daniel Cabrera advirtió que “la potencia del advenimiento digital tiene la fuerza de la naturaleza, ni se puede negar ni detener, solo queda el sometimiento optimista”. Deslumbrado por la capacidad de construcción de imaginarios que tiene la tecnología, Cabrera sostuvo además que existe una confianza ciega, una especie de fe en su omnipotencia. Pero algo está cambiando desde ese momento en que los académicos alertaban sobre la utopía digital. Según el propio Cabrera, la matriz performativa de la tecnología estaba constituida por aparatos (dispositivos tecnológicos en permanente evolución), discursos (que legitiman y promueven su uso) e instituciones (que tratan de ordenar su aplicación).

Sin embargo, la utopía de una vida productiva basada en las tecnologías hoy perdió uno de dichos componentes: la institucionalidad. Los referentes ya no son la educación, los estados o las organizaciones supranacionales que prometían un futuro con mejores trabajos de la mano de la digitalización. Hoy son influencers, blogs, canales de Youtube, podcasts. El anclaje está distribuido en infinitos clics y lo que importa son las experiencias personales, las historias de éxito y fracaso que hoy comparten dichas voces. Y los algoritmos de distribución, claro.

Las dos últimas preguntas: ¿queremos ser más productivos o más creativos?, ¿cómo logramos entonces el bienestar? Para cualquiera de estas dos inquietudes será crucial la oportunidad de elegir, de volver a ser conscientes que somos sujetos de decisión y que no hay un destino marcado ni por gurúes ni dispositivos. La vida es eso que ocurre mientras miramos una pantalla, mientras nos cansamos, mientras nos frustramos hasta que de golpe volvemos a resetear nuestra ilusión.

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