El peligro de jugar al fútbol callejero en pleno centro

El peligro de jugar al fútbol callejero en pleno centro

Los partidos se disputaban con fervor a pocas cuadras de la plaza Independencia, en la zona de Tribunales.

JUEGO PELIGROSO. El fútbol callejero siempre tuvo sus peligros y hasta debió ser controlado por la Municipalidad. JUEGO PELIGROSO. El fútbol callejero siempre tuvo sus peligros y hasta debió ser controlado por la Municipalidad.

El fútbol es una pasión. Esa pasión lleva a los jugadores a buscar cualquier espacio como campo de juego. Puede ser un parque, una plaza y ahora las canchas de fútbol cinco, que generan gran atracción. Pero la calle, con sus peligros constantes, es un imán para chicos y grandes que se mezclan en duros “picados”. Desde hace años jugar a la pelota en la calle tiene ese vértigo que le pone el famoso grito: “¡guarda el auto!”. Justo en ese momento se congela la acción y, tras el paso del vehículo, se reanuda. Estas situaciones se repiten desde antaño. Hacia fines de agosto de 1927, bajo el título “Los peligros del football callejero”, nuestro diario ponía el foco en esta actividad.

TRIBUNALES. El edificio en construcción; en la zona se disputaban partidos. TRIBUNALES. El edificio en construcción; en la zona se disputaban partidos.

El Concejo Deliberante, según nuestras crónica, había dispuesto “la restricción del football callejero en vista de las continuas mortificaciones que este abuso procura a los transeúntes, amén de hechos más graves que de vez en cuando se registran, entre los cuales podemos citar, como caso reciente, el de la muerte de un menor en la calle Buenos Aires, que dedicado al pernicioso deporte, fue atropellado por un automóvil”. Debido a este hecho, fue necesario para las autoridades políticas ponerle límites al juego en la vía pública. Para controlar que la norma se cumpla era imprescindible la presencia policial. Por eso se pedía poner coto a los desmanes “footbalísticos” que ocurren en la calle “sin control de ninguna especie”. En la crónica se destacaba que los policías brillaban por su ausencia.

El relato señalaba que en la calle 9 de Julio sexta cuadra, a las 13, un grupo de menores, algunos de hasta 20 años, se entretenían en dar puntapiés a una pelota de trapo.

Paremos el relato para imaginarnos que el campo de juego estaba a apenas a seis cuadras de la plaza Independencia. En la zona por entonces funcionaba el Mercado del Sur, con su tránsito de jardineras, carros y automotores. Años más tarde, en ese sector se levantó el palacio de Tribunales y, más tarde, la Municipalidad. En el presente ese encuentro no se podría jugar debido al peligro continuo impuesto por el tránsito intenso.

Volviendo a los hechos ocurridos en 1927, “la pelota lanzada por un jugador fue a caer a los pies de un transeúnte, el que se vio cercado por los deportistas callejeros, los que sin respeto ni consideración alguna, lo atropellaron tratando de apoderarse de la pelota”. Ante esta situación el “atropellado” se quejó y fue en busca de un policía, pero “brillaba por su ausencia”. Se agregaba: “hubiera sido inútil pues los agentes acostumbran a no dar oído a semejantes denuncias”. Además se informaba, que “motivados por el obligado plantón en la esquina se limitaban a cruzarse de brazos y seguir las incidencias del juego”. Otro dato que resaltaba la noticia era que “el campo de juego se ubicaba a la vuelta del local de la comisaría Sur”.

A toda hora

La resolución del Concejo trataba de poner un poco de orden en el uso de la vía pública por parte de los futbolistas, que se enfrascaban en su juego con tanto ahínco que se olvidaban de los peatones y hasta de los mismo coches que circulaban por la calle. Todo ello implicaba un peligro para ellos mismos como para el posible transeúnte al que se le ocurría pasar por el lugar. Además se indicaba que las acciones deportivas no “tenían límites ya que (los aficionados) se dedican a patear pelotas de football, auténticas o improvisadas, a toda hora del día y de la noche”. Al parecer, los partidos no pudieron ser controlados y el fútbol callejero siguió siendo pasión de multitudes.

El fútbol de la calle maneja unas reglas impuestas por la tradición sin seguir al pie de la letra las oficiales. Algunas de ellas son que los dos mejores son los capitanes de cada equipo y son los que eligen a los demás componentes del equipo; los que quedan para el último suelen ser los menos habilidosos; no hay tiempo de juego, el partido dura hasta que todos están cansados o hasta que el sol se pone y la oscuridad impide continuar con el encuentro. Tampoco hay posición de fuera de juego ni árbitro; nunca hay que hacer enojar al dueño de la pelota -por obvias razones para la continuidad del partido-; los arcos tienen dimensiones variables tanto en ancho como en alto pero se presume que un poco más que la altura del arquero saltando es suficiente, y siempre hay algún vecino que complica el desarrollo del juego. Esta es una pequeña enumeración de algunas de las reglamentaciones que tienen fuerza de ley y que se transmiten de boca en boca, de barrio en barrio.

Estas reglas se mantienen indelebles desde tiempos inmemoriales y se transmiten de generación en generación casi sin cambios.

Las calles, plazas y parques sirven para disputar encuentros de gran impacto que se rigen por las reglas antedichas y que permiten superar asimetrías. Por ejemplo, si un equipo tiene figuras más habilidosas o de mayor envergadura física o edad, se agregan jugadores al otro equipo para equilibrar el handicap.

Hablar de Juan Heller implica referirse a uno de los tucumanos más lúcidos de la recordada Generación del Centenario. Se recibió de abogado en la Universidad de Buenos Aires. Regresó a Tucumán en 1912 para incorporarse a la Justicia local además de ejercer la docencia universitaria. Alcanzó el cargo de vicerrector de la universidad tucumana. Además fue miembro de la Corte Suprema de Justicia. “Cuando se implantó la reforma (escolar) y mientras se construía el actual gimnasio, los alumnos del Colegio Nacional eran conducidos los jueves a la plaza Belgrano y allí se los dejaba en libertad tres horas para que hicieran cualquier cosa menos gimnasia”, relataba Heller sobre su vida en los claustros secundarios. Él fue un testigo privilegiado de la llegada del fútbol a la provincia: nació en 1883 y el deporte, traído por los ferroviarios, llega hacia fines de 1892. Heller continuaba: “se implantó después el juego del football. Salíamos de la escuela a las dos de la tarde y llegábamos a un campo cerca de El Provincial, allí cada grado se dividía en dos grupos y puestos en cada extremo del campo y arremetan muchachos! Nada de arcos, nada de reservas ni reglamentos”. Una definición magnífica de un partido de potrero.

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