En este domingo seguimos el pensamiento de san Juan Pablo II

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24 Enero 2021

-Necesidad de la conversión constante

“Está cerca el reino de Dios: convertíos y creed la Buena Noticia” (Mc. 1,15).

La liturgia propone dos temas: el primero de ellos es la conversión; el segundo, la vocación.

La conversión es proclamada en la primera lectura por Jonás, profeta del Antiguo Testamento al que Dios envió a una gran ciudad, llamada Nínive.

“Dentro de cuarenta días, Nínive será arrasada” (Jo. 3,4) a causa de sus pecados. Así hablaba el Señor a los habitantes de Nínive por medio de su profeta, de quien dice el Salmista: “enseña el camino a los pecadores” (Sal. 25/24,8).

El anuncio de Jonás obtuvo resultados: “Se convertían de sus pecados” (Jo. 3,10) y, por esto, el Señor no envía el castigo anunciado.

La conversión es proclamada también por Jesucristo: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: Convertíos y creed la Buena Noticia” (Mc. 1,15). En uno y otro caso la conversión significa alejamiento del mal, del pecado.

En el primer caso, el alejamiento del mal se impone por miedo al castigo (Jonás); en cambio, Jesucristo invita a la conversión por la cercanía de Dios y de su reino. La conversión es un momento clave de la vida interior de cada uno de los hombres, en la vida religioso-moral. Esta tiene múltiples características y se realiza en diversos períodos de la vida.

Nosotros solemos hablar de conversión cuando se trata de un trastrueque fundamental que decide el cambio de dirección en la vida y en la conducta. Pero hay también conversiones cotidianas, que aparentemente pasan casi inadvertidas, y se refieren a problemas en apariencia pequeños, y sin embargo importantes para el desarrollo del alma humana.

La vocación

El segundo tema, como hemos dicho, es la vocación.

Sobre este llamado del hombre por parte de Dios también habla la primera lectura: “Levántate y vete a Nínive, la gran capital y pregona allí el pregón que te diré”, dice el texto sagrado (Jo 3,2). Y Jonás se levantó y fue...

La vocación significa llamada del hombre por parte de Dios. Dios llama al cumplimiento de tareas que asigna al hombre y, al llamarlo, le manda tener confianza en que llegará a realizar su misión. Así ocurrió precisamente en el caso de Jonás: el quería huir de la llamada de Dios, pues juzgaba que era superior a sus fuerzas.

En el Evangelio, los hijos de Jonás y de Zebedeo, llamados junto al mar de Galilea, siguieron muy gustosamente a Cristo. Sin embargo, es sabido que, en el camino de su vocación apostólica, esperaban diversas pruebas para cada uno.

Estos dos momentos -el momento de la conversión y el de la vocación- tienen una importancia determinada en la vida de cada uno de los cristianos. Se puede decir que en ellos se desarrolla toda la economía salvífica de Dios en relación con el hombre; y en el ámbito de esta economía divina del hombre madura desde dentro.

Esta maduración presupone el alejamiento del mal; la ruptura con el pecado; la extirpación de las malas disposiciones; la lucha, a veces dura, con las ocasiones de pecado; la superación de las pasiones: todo el gran trabajo interior gracias al cual el hombre se aleja de todo lo que en él se opone a Dios y a su voluntad, y se acerca a la santidad, cuya plenitud es Dios mismo.

Dos polos

La conversión es un movimiento bipolar: el hombre se aparta del mal para orientarse hacia Dios. Y por esto en el camino de la conversión se encuentra la vocación. A medida que el hombre se dirige hacia Dios, encuentra la función que Dios le asigna en la vida. Esto se puede expresar todavía mejor: a medida que el hombre se dirige hacia Dios, descubre que su vida es una misión que Dios le ha asignado. Y la aceptación de esta misión significa una prueba de amor a Dios y a los hombres. Así el hombre “se convierte” de modo nuevo en el que “es”.

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