La necesidad de cambiarle la cara a El Mollar

La necesidad de cambiarle la cara a El Mollar

La bella localidad que custodia, entre otros, el Ñuñorco sufre desde hace ya varios años una mala fama que la persigue: la del descontrol y la falta de orden durante los meses de verano. El Mollar es una villa veraniega que supieron adoptar con mucho cariño cientos de tucumanos, que desde hace décadas lo eligieron como su lugar de descanso. Sin embargo, de alguna manera se fue convirtiendo en el lugar “de la juventud” y de los excesos de los grupos de chicas y chicas fueron deteriorando el lugar. Fueron lentamente perjudicando la imagen y la historia del lugar.

Los veraneantes que cuentan con el privilegio de poseer un lugar de descanso en los valles experimentaron distintas sensaciones a lo largo del tiempo, según cuentan. Muchos de ellos sintieron una especie de amor a primera vista cuando los cerros y el dique La Angostura se posaron sobre sus ojos, y de inmediato comenzaron a ilusionarse con la posibilidad de tener una casa donde pasar sus vacaciones, en familia, tranquilos y lejos de los ruidos molestos de la ciudad.

Y coinciden en que así fue a lo largo de las décadas del 80 y del 90, pero luego la historia dio un giro de 180° y de a poco fueron notando que descansar en El Mollar dejaba de ser tan cómodo y placentero como al principio.

La popularidad del lugar ganada por un lado se fue perdiendo por el otro y los ruidos molestos cobraron protagonismo; no sólo por la música a excesivo volumen y en cualquier horario, sino por los gritos y el rugir de los motores que pasan a toda velocidad, ida y vuelta, hacia el lago.

Eso no es todo: es común ver tan saturada la villa veraniega, que muchos jóvenes suelen dormir al costado de la ruta, de las calles o en cualquier lugar. La imagen no es la mejor que puede regalar una ciudad que se precie de turística a los visitantes.

No hay, al parecer, una planificación o alguien que ponga un límite al ingreso de más personas si es que el pueblo ya no da abasto ni con servicios ni con localidades ni con nada para recibir a más gente. La saturación generalizada parece ser la característica de la zona montañosa.

Durante los últimos años, la Policía puso énfasis y más recursos para controlar las cosas pero los mismos efectivos admiten que no es fácil, sobre todo porque muchas veces los desórdenes son protagonizados por menores de edad. Esta situación trae aparejada complicaciones a la hora de imponer el orden como al momento de comunicar la situación a los mayores responsables o tutores.

Los fines de semana suelen ser los más complicados, ya que suben a El Mollar centenares de jóvenes en busca de diversión y un lugar accesible para poder disfrutar de algunos días de “descanso”. Sin embargo, la realidad es que van en búsqueda de diversión, pero en muchos casos son los excesos los que marcan las conductas de los adolescentes.

Este año, desde la comuna de El Mollar se están llevando adelante algunas acciones para tratar de cambiar esta tendencia negativa en la villa. Por ejemplo, para febrero se organizó un campeonato de fútbol femenino y masculino, y una clase maestra de zumba, con la premisa de concientizar en el deporte y con la consigna de no al alcohol. Durante este mes también se harán campañas que apuntan a reducir el consumo de alcohol entre los más jóvenes.

Colateralmente, a este drama social, los veraneantes también temen que la pandemia termine haciendo estragos, ya que muchos fueron a El Mollar a alejarse del virus, pero están atentos y preocupados por si se producen grandes aglomeraciones de visitantes, lo cual eventualmente podría disparar los contagios.

El Mollar está ante el desafío de reconvertirse y de recuperar un poco de paz y orden, pero eso dependerá de las autoridades, de los vecinos y de los turistas que llegan a esa hermosa y pintoresca villa veraniega, pero centralmente, de la juventud que se acerca a los valles en busca de distraerse y pasar el tiempo con despreocupación.

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