Oposición 2021, a escena

A este año de transición política signado mayormente por la pandemia y acicateado por la grieta lo sucederá en pocas horas un año político más enrarecido por su condimento electoral. El quiebre en la sociedad y el enfrentamiento entre la dirigencia serán aspectos que potenciará el tiempo comicial. El 2021 se preanuncia agrietador en extremo. Ese proceso diferenciador se iniciará en Tucumán con un par de fórmulas que se revelan casi axiomáticas para el oficialismo pejotista y para la fragmentada oposición.

La primera advierte que el peronismo en el Gobierno sabe cómo dividir y multiplicar a los enemigos para debilitarlos territorialmente -algo de lo que se ufanan no muy pocos- a efectos de minimizar el riesgo de perder el poder ante sus adversarios. La segunda señala que los opositores siempre les facilitan las maniobras al justicialismo al prestarse a ese juego, consciente o inconscientemente, ya que viven enredándose y fomentando internas que los alejan de la posibilidad de disputar el poder con chances ciertas. Se prestan no es precisamente el concepto que algunos usan para señalar las conductas de los responsables de las reiteradas frustraciones.

La maquinaria electoral del peronismo es potente a partir de los recursos que proporciona el manejo de las instituciones, pero en parte también se aceita con las debilidades humanas de los contrincantes. Por eso es una obligación prestarle bastante atención a los movimientos por venir de toda la oposición, porque las acciones de sus principales referentes pondrán en evidencia si tienen real vocación de poder, si los aglutina una visión conjunta de largo plazo, si son capaces de dar pasos al costado o si sólo los anima salvar la propia ropa con maniobras de mirada corta; o como se dice usualmente: de defensa de las quintitas.

El desafío mayúsculo de la oposición, principalmente del radicalismo, sigue siendo adueñarse de la Casa de Gobierno por el voto popular, algo que la UCR no pudo lograr desde el retorno de la democracia. En 1987 estuvo cerca, pero el pacto de los peronistas en el Colegio Electoral clausuró esa puerta. Y hoy el partido de Alem expone un choque de propósitos y de métodos entre correligionarios; entre aquellos veteranos de la política que han crecido a costa de acumular más fracasos que éxitos electorales y de los nuevos dirigentes que quieren abrirse camino en el desgastante oficio de la política. A como dé lugar.

Los costos de la resignación

No se trata de reducir el entredicho interno a experimentados e inexpertos -una forma ingenua de analizar los desencuentros, algunos provocados- sino de observar la ausencia de coincidencias estratégicas para ese objetivo superior de desplazar al peronismo del poder, y de que no aparece con fuerza esa visión que convoque voluntades y unifique conductas. Tal vez sucede porque ese camino se construye a fuerza de resignaciones, de bajar peldaños, de deponer ambiciones personales en beneficio del conjunto. Eso cuesta.

Aunque suene remanido: en ese trámite alguien tiene que ceder. La mesa opositora para esa negociación tiene que ser más amplia que la del oficialismo, porque son más los integrantes que deberán discutir sobre las aspiraciones individuales. En la mesa del justicialismo, hoy por hoy, sólo se necesitan sólo dos lugares para las tratativas, la del gobernador y la del vicegobernador. En este caso, hasta la resignación es más fácil de negociar. En cambio, en la oposición, además de la cantidad de sillas se suma un inconveniente adicional: definir quiénes son los que deben tener un lugar en esa discusión, y desde qué rol político, institucional y hasta histórico van a integrarse.

El grado de dificultad que tiene que sortear la oposición para establecer prioridades y determinar la hoja de ruta que concluya en la 25 de Mayo y San Martín en el 2023 es mayor que la que se le presenta al oficialismo y, por lo tanto, es más interesante para observar y analizar. O menos aburrida. La complejidad es digna de atención. Hay más piezas para desarrollar el juego, múltiples intereses en pugna y distintas motivaciones, fuertes individualidades y sobre todo mucha desconfianza. En ese marco, el conflicto y la fractura es lo más factible en el corto plazo en este espacio, generados a propósito o bien sin proponérselo.

Escenario que por cierto hoy provoca alguna sonrisa burlona en el Gobierno, no tanto por el nivel de dispersión que muestran los opositores sino porque advierten que los adversarios son incapaces de generar una planificación a largo plazo que los obligue a ponerse en guardia por temor. Aplauden las desavenencias, y hasta las alientan. En ese nivel no hay ingenuos, todos se conocen y saben qué traje calza cada protagonista, y qué se puede esperar de cada uno.

En el oficialismo sólo se trata de Manzur y de Jaldo, no hay nadie más en el medio de la discusión de cara al futuro, es uno u otro, pero ambos se mueven con la misma intención final: continuar en el poder. Distinto es lo que pasa en la oposición, donde son más los actores y las intenciones no son coincidentes, aunque se puedan unificar los discursos.

Basta repasar los nombres de los principales dirigentes opositores para encontrar más diferencias políticas y personales que afinidades entre ellos, hasta animadversión: Germán Alfaro, José Cano, Ricardo Bussi, Mariano Campero, Silvia Elías de Pérez, Domingo Amaya, Roberto Sánchez, Sebastián Salazar, Federico Masso. De la lectura de los apellidos lo primero que se concluye es que es imposible la juntada, o que pacten, que se resignen a perder espacios de confort; principalmente por las historias que portan cada uno. Es improbable que Alfaro, Amaya o Masso se alíen al bussismo, tampoco parece factible que Cano y la senadora se dejen avasallar políticamente por el ímpetu juvenil del intendente de Yerba Buena. Allí hay una relación tirante en desarrollo para seguir atentamente desde los palcos.

“Camperismo”, “Camperito”

Desde su reducto municipal, el yerbabuenense instaló, aunque tibia pero hábilmente, el concepto de “camperismo” para potenciarse, toda una osadía con tan corta trayectoria; mientras que algunos veteranos del radicalismo no soportan su atrevimiento y lo denostan con un “camperito” para minimizar su peso político y su supuesto desapego a la memoria histórica del partido. Dos palabras que revelan competencia, antagonismo. Entre esos extremos conceptuales navega Campero en el radicalismo, quien para instalarse en el escenario principal sacudió primero la estantería de la UCR con sus fotos con Bussi y luego saliendo a pedir internas para normalizar el partido.

Es innegable la efectividad mediática de sus acciones, consiguió que hablasen de él, para bien o para mal. Se instaló en el proscenio. Sin embargo, hay que detenerse en algunas de las lecturas que se hacen puertas adentro del radicalismo sobre esas movidas. El mensaje es claro de parte del jefe municipal: identificarse con el discurso antiperonista, mostrar su pertenencia a la UCR y deslizar que se anima a dar pelea en una eventual normalización del partido. Pero también que rompe con una tradición radical. Los observadores de este capítulo deben descubrir que hay detrás de estas jugadas, si más de camperismo o de camperito. Lo cierto es que en política toda acción viene con contraindicaciones y las movidas del jefe municipal no están exentas de reacciones; de buenas a primeras irritó a algunas figuras históricas del partido de Alem por su acercamiento a Bussi, abriendo la puerta a una antigua grieta interna.

Algunos lo hicieron con nombre y apellido, como el interventor de la UCR, José Argañaráz, que descartó de plano un posible acuerdo con Fuerza Republicana, asentado en razones ideológicas. Pero también relativizó la demanda de internas al decir que en Tucumán hay otras prioridades institucionales y sociales antes que ir a una votación para elegir autoridades partidarias. En realidad, fue el comité nacional de la UCR el que prorrogó la intervención hasta junio.

Ganadores y perdedores

La palabra de Alfredo Neme Scheij, por su condición de ex presidente de la UCR y ex diputado nacional, tiene peso y es representativa del alfonsinismo. Fue duro con Campero -lo tildó de joven desmemoriado- e indicó que las alianzas o frentes políticos se hacen entre partidos políticos y sectores sociales, no entre individuos, como para dejar en claro que se equivoca al enmarcar su diálogo con el bussismo con un posible frente. Como sintetizó otro radical: un acuerdo no se proclama antes de negociarse, se lo anuncia una vez concretado. Luego de la carta del cardiólogo, coincidentemente el camperismo pidió la normalización de la UCR. En ese escrito de Facebook, Neme Scheij dijo lo que muchos correligionarios interpretan y deslizan en voz baja: que Bussi es un instrumento electoral del peronismo y que “a partir de la genialidad del novel e inmaduro intendente hay un solo ganador: Manzur”. También lo dicen algunos peronistas. Que desde la Justicia se pretenda manejar la intensidad de causas judiciales contra Bussi para beneficio del oficialismo, dice más aún en esa línea.

Otros radicales se cuidan de cuestionar públicamente a Campero, porque lo pueden necesitar como parte de un futuro esquema político: el atrevimiento político del intendente es un capital que no se puede despreciar. Y el “camperismo” no cejará en su meta de unir a todos los opositores, sean quienes sean y vengan de donde provengan, para tratar de desbancar al PJ del Gobierno. Por lo menos es lo que declama.

En ese plano, Bussi es la piedra de la discordia en la UCR; que se lo considere como parte de un frente común genera malestar en aquellos radicales que recuerdan lo que, supuestamente, decía el fundador de Fuerza Republicana sobre lo que significaba la sigla FR: fueron radicales. Esa alianza para muchos es revulsiva. Es precisamente por eso que el presidente de FR prefiere dialogar con el joven Campero, que puede representar a una generación que está muy lejos del pasado que lo distancia de los históricos del radicalismo. El legislador también juega su partida, y logró meter una cuña en el radicalismo, circunstancia que por ahora divierte al justicialismo y que complica a la UCR, a Juntos por el Cambio, a la oposición en fin.

El escenario opositor en 2021 será más que interesante de observar, por la complejidad de la trama, por la cantidad de actores, por los roles protagónicos de cada uno. Pero, por sobre todo, será un desafío tratar de descubrir en ese proceso dramático quiénes son los honestos, los capaces de despojarse de privilegios, los que se animan a resignar pretensiones, y -lo interesante- develar si hay infiltrados, traidores, ingenuos, ambiciosos o inocentes. Están los actores, está el escenario, y hasta Manzur y Jaldo seguro le prestarán atención.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios