“Todo lo que uno tiene para decir, lo dice tocando”

“Todo lo que uno tiene para decir, lo dice tocando”

El destacado violinista que vivió en Tucumán hasta la adolescencia, falleció recientemente en Alemania a los 76 años. Fue discípulo de Heifetz y de Zimbalist.

EN ACCIÓN. Chumachenco fue dirigido por importantes directores. GENTILEZA DE ROLANDO PRUSAK EN ACCIÓN. Chumachenco fue dirigido por importantes directores. GENTILEZA DE ROLANDO PRUSAK

2020, diciembre 12. Un rumor en Re menor aletea tal vez en su duermevela en Schallstadt (Alemania). Ecos violineros le arriman murmullos de quintas y limoneros. Las siestas de Tafí Viejo se hamacan ahora en el mi, la, re sol, y su mirada se trepa a la calle Uttinger y vuela hasta La Toma, desde donde se divisan los Talleres. 1948. Papá Boris, violinista, y mamá Taissa, violista, ambos ucranianos, han llegado a Tucumán huyendo del látigo stalinista, para incorporarse a la naciente Orquesta Sinfónica de la Universidad Nacional de Tucumán. Han elegido la ciudad ferroviaria para criar a sus dos retoños: él, que ha visto la luz en Cracovia (Polonia), el 27 de marzo de 1944, y su hermana Ana en Italia, un año después.

Los dedos sueñan pentagramas. El teatro San Martín escucha asombrado el Concierto N° 2 de Wieniawski fluir en esas manitos de 12 años, acompañadas por la Sinfónica. El Colegio Sagrado Corazón lo cuenta entre sus alumnos. Otro Tafí, ese del Valle, acaricia con su paisaje a la familia durante las vacaciones. Las caminatas, su violín y el de Ana zigzagueando entre las piedras del río Blanquito, un cielo de sauces, le mojan el alma.

Una beca del Mozarteum Argentino deposita su talento en manos de Ljerko Spiller. El Instituto Torcuato Di Tella lo envía a Estados Unidos, donde el famoso Jascha Heifetz lo tiene de pupilo, pero será Efrem Zimbalist quien mejor lo guíe en el Instituto Curtis de Filadelfia. “Fue siempre interesante ver cuántos y muy buenos violinistas no tenían la necesidad o el deseo de transmitir y enseñar a otros qué era lo que hacían. Algunos eran muy buenos maestros como Oistraj… Heifetz no hablaba ni explicaba, usaba la técnica de tocar. Pero cuando uno toca en verdad estás diciendo: ‘acá tenés, si tienes talento agarrás; si no, te jorobás”, dice.

Los concursos Tchaikovsky, de Moscú, y Reina Elizabeth, de Bruselas, dos de los más importantes del mundo, lo coronan con el primer premio. 1968, es solista en la Orquesta de Cámara de Zurich. Rudolf Kempe lo invita a actuar con la Filarmónica de Munich. Destacadas orquestas y directores lo convocan como solista: Kempe, Wolfgang Sawallisch, Zubin Mehta, Ferdinand Leitner,  Vaclav Smetacek, Peter Maag.

Una pulseada

La música de cámara le ha ganado una pulseada a su corazón: es el primer violín del New Zurich Quartet, conjunto que ha despertado los elogios de Yehudi Menuhin (“uno de los mejores del mundo”); integra el Freiburg Dreisam Trio, el Ensemble Villa Musica; participa de los Conciertos Kaisersaal de Friburgo; toca en dúo con destacados pianistas: Eke Mendez, Kaya Han, Josep Colom, Kristjan Randalu... Durante muchos años se desempeña como concertino de la Orquesta de Cámara de Zurich y dirige su querida Orquesta de Cámara Reina Sofía de Madrid. Brinda conciertos en Sudamérica, Estados Unidos, Europa, Japón y Australia.

La docencia le ha hecho una sana zancadilla tempranamente: a lo largo de 31 años forma alumnos en la prestigiosa Musik Hochschule de Friburgo y durante 10 años, en el Conservatorio Superior de Música de Aragón. Las integrales de las sonatas de Schumann, Brahms, Grieg; los Caprichos de Paganini y las sonatas y partitas de Bach; el Polyptyque, de Frank Martin, se hallan entre sus mejores grabaciones.

Preciso y sutil

“Dueño de un sonido denso, puro, bello, aunque no muy caudaloso, posee un mecanismo de inusual seguridad, que se traduce en un braceo suelto, preciso y sutil, y en una digitación exenta de turbiedades o fallas de afinación… lo más hermoso de su ejecución es, justamente, que uno puede olvidar a ratos las cualidades del técnico y aun del intérprete para gozar sin distracción alguna del discurso sonoro. Cuando esto llega a ocurrir con un intérprete, siempre se trata de un gran artista. Solamente un gran artista logra hacer olvidar su presencia, su intermediación y dejarnos ‘a solas’ con la música y él lo consiguió”, escribe sobre su versión del Concierto de Tchaikovsky en el Teatro Colón, en julio de 1974, Napoleón Cabrera, crítico del diario Clarín.

La humildad es una de sus debilidades, la generosidad también. La Argentina siempre merodea en sus pensamientos; regresa cada vez que puede a tocar, a enseñar. Con su amigo y antiguo discípulo, el violinista y violista Rolando Prusak, llega a Tucumán en 2016. Buscan infructuosamente, la casa taficeña de su infancia; su corazón se alborota en el Valle de Tafí. Tres días a pura felicidad.

2017. Toca junto al Buenos Aires Piano Quartet los quintetos de Schumann y Brahms en la Usina del Arte; es homenajeado por la Orquesta Sinfónica Nacional, en ocasión de interpretar el Concierto de Beethoven en el CCK. La Municipalidad de San Miguel de Tucumán lo designa “Ciudadano ilustre”, y brinda un recital con el pianista Fernando Pérez en el San Martín para evocar los 60 años de su debut en ese coliseo. “Ya hace rato que me jubilé, después de más de 30 años de enseñar música en la Universidad de Friburgo. Allí vivo con mi familia, mi esposa e hijos. Es la capital de la Selva Negra, un destino turístico muy convocante”, cuenta.

Mañero adversario

Sostiene desde hace un tiempo una dura pelea con un mañero adversario que está minándole la salud. “Al final de cuentas en la música siempre es así. Se trata solo de una transmisión, en donde todo lo que hay para aprender está ahí. Así será siempre con la música, las palabras algunas veces son necesarias, pero todo lo que uno tiene para decir, en realidad, lo dice tocando”, piensa.

Los copos de nieve se deslizan por sus pupilas. Súbitamente un relámpago de calor tucumano le surca por un segundo los poros. La avenida Alem silba un pensamiento de tarcos. Los quetupíes danzan una zamba ferroviaria. Los grillos despiertan una chacona de Bach. Bajo la almohada de 76 años, late un aroma a empanadas fritas que le abre el apetito del alma. Siente tal vez que ese sábado, el cáncer ha comenzado a empujarlo lentamente hacia un silencio de corcheas, de donde Nicolás Chumachenco solo a través de la música podrá regresar.

“Todo está en la mente, tocar un instrumento es un ejercicio mental”

Rolando Prusak
Violinista-Violista-Director

La primera vez que vi a Nico fue en un camerino del Teatro Colón, antes de que él entrara a ensayar junto a la Sinfónica Nacional el Concierto de Tchaikovsky; me lo presentó Boris, su padre, que era violinista y compañero de la orquesta de mi papá. Yo tendría 13 años, era alumno de Ljerko Spiller quien hablaba con orgullo de los hermanos Chumachenco. Cinco años más tarde, ya estudiando en la Menuhin Academy Gstaad, Yehudi invitó al New Zürich Quartet -del que Chumachenco era primer violín- a participar del Festival Menuhin. Hicieron un concierto memorable en la iglesia de Saanen (Suiza). Menuhin los consideraba “el mejor cuarteto de cuerdas del momento” y hablaba maravillas de Chumachenco. Yo comencé a sentir profunda admiración por Nicolás. Al poco tiempo, fui a Augsburg y a Munich para estudiar con su hermana, la maravillosa Ana, quien hoy es una de las más prestigiosas profesoras del mundo. Ella me sugirió proseguir mis estudios en algún momento con Nico. En 1987, Nico me escuchó en Buenos Aires, y en 1989 ingresé a la Musikhochschule de Friburgo para realizar mi posgrado con él. A partir de ahí comenzó una relación profesor/alumno que más tarde, se transformaría en una profunda amistad, tanto musical como humana.

Como profesor, Chumachenco  estimulaba un acercamiento al análisis de la música claro y profundo, una manera pragmática y objetiva de transmitir cómo utilizar el cuerpo para que el sonido y los gestos técnicos fluyeran, el descubrimiento permanente de la propia identidad sonora y expresiva y un rigor absoluto en la búsqueda de la perfección. Estudiar con él daba por implícito tener que adentrarse a una “disciplina” irrenunciable: “todo está en la mente, tocar un instrumento es un ejercicio mental”.

Muchos de sus alumnos aprendimos cómo plasmar una idea, visualizarla e impulsarla con conciencia, intuición y espontaneidad. Nico sugería en sus clases que el encontrarse a sí mismo es un proceso continuo, incluso una vez afirmó que le gustaba lo que yo hacía, pero que comprendería recién dentro de unos años lo que realmente significaba eso que tocaba y cómo lo tocaba. “La vida de un músico, al fin y al cabo, es el aprender a escucharse a sí mismo, encontrar en nuestra identidad el sonido y el discurso”, decía. Era sumamente disciplinado con su estudio personal, experimentaba, a través de la Técnica Alexander un trabajo corporal profundo y de permanente autoconocimiento. Sus versiones maduraban como el aire que respiraba, su sonido era cada día más fluido y puro.

Nicolás era una persona de gran humildad. No se ponía nunca en relieve, hablaba de los “grandes” músicos como si él no perteneciera a esa estirpe. Sin embargo, en su personalidad resplandecía un halo de natural autoridad y profunda convicción que generaba una espontánea admiración. Un día me dijo que él había tomado la decisión correcta de hacer con su carrera lo que le gustase y de no tener que padecer la soledad del concertista con todo lo que ello implica.

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