Entre dos pandemias *

Entre dos pandemias *

Por José Claudio Escribano – Periodista. Ex subdirector de La Nación. Miembro de número de la Academia Nacional de Periodismo.

20 Diciembre 2020

Uno de los sustentos del buen periodismo, en el plano de las anticipaciones o primicias, es la captura informativa y debidamente interpretada de lo que sobrevendrá, o de lo que ya es cuerpo de una realidad configurada por acontecimientos de actualidad. Todo ese empeño queda al borde del fracaso cuando la precipitación prescinde de la prudente constatación de hechos y datos, sólido andamio desde el cual se alcanzan las alturas no fácilmente asibles de la confiabilidad pública como activo más relevante de un medio.

La madurez profesional debe propender al equilibrio entre la responsabilidad por adelantarse a otros competidores en la carrera de informar y la perspicacia en evitar los errores y costos que se pagan por apuros descontrolados. Entre ese tipo de infortunios y los comportamientos dolosos, realizados con la intencionalidad deliberada de engañar de las “fake news”, se interpone un abismo de dimensión moral.

En esa constelación indeseable entran otros fenómenos agudizados en la contemporaneidad, como los relatos políticos tan incompatibles con lo verosímil que entran cómodamente en los bajos fondos de la ciencia ficción. “Mentir es un vicio maldito -escribió Montaigne, en el primer tomo de sus ensayos, de 1598-. Solo por la palabra somos hombres y nos mantenemos unidos entre nosotros”. ¿Cómo dialogar, entonces, con la palabra devaluada, con la palabra por el suelo, y con razones para desconfiar, incluso de la sinceridad de los saludos?

Concierne al magisterio periodístico, hoy más que nunca por las defecciones en la educación pública, procurar que en la sociedad se restablezcan el valor de la palabra y el respeto por la sacralidad de los hechos, sean del presente o del pasado. No debemos desfallecer en la tarea docente en que se empleó Tzvetan Todorov, pensador de nuestros días, de esforzarnos por evaluar, más allá de la elocuencia y pasión en los discursos, el grado de exactitud de las afirmaciones de que estos alardean.

Al tiempo que felicito en nombre de Adepa a cada uno de los premiados este año por la calidad de los trabajos, reitero la solidaridad con los colegas aplicados al periodismo de investigación. En tal disciplina ha habido en los últimos años logros realzados en la prensa internacional como ejemplo de profesionalismo calificado por la precisión, la rigurosidad y el servicio cívico.

En un país con el grado de depreciación moral perceptible en franjas de la política y la justicia y, en otros planos, como los de la dirigencia deportiva, las manifestaciones de agresión e intimidación a la prensa encuentran incentivos de propagación. Ahora se particularizan contra colegas que han hecho de la investigación periodística una ciencia y un arte.

“Si no protegemos a los periodistas, nuestra capacidad de mantenernos informados y adoptar decisiones fundamentadas se ve gravemente obstaculizada”, dijo António Guterres, secretario general de la Organización de las Naciones Unidas. Cuando los periodistas no pueden hacer su trabajo en condiciones de seguridad -insistió-, perdemos una importante defensa contra la pandemia de información errónea y desinformación que padece la humanidad.

Contra este mal disponemos de la inmunidad conferida por los viejos principios éticos de las grandes escuelas del periodismo.

* Fragmento del discurso pronunciado por el autor, la semana pasada, en el acto de entrega de los Premios Adepa al Periodismo.

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