El excursionista

La historia popular suele ser cruel con los monarcas, quienes a veces trascienden más por sus apodos que por sus obras. Y los sobrenombres de los reyes, dictadores, presidentes o figuras públicas en general surgen de defectos evidentes o de características atroces. Las menos de las veces, de virtudes sobresalientes.

Pipino, padre del formidable Carlomagno, unificador de las Galias, fue llamado “el breve”, por su pequeña estatura. A Carlos III, rey de Francia occidental, se lo conocía como Carlos “el simple”, porque dicen que era bastante tonto, algo que heredó de su padre Luis II, a quien llamaban “el tartamudo”.

Qué tortuosa existencia debe haber tenido Carlitos tercero sabiendo que la plebe le decía “el simple”. Los argumentos monárquicos esgrimen que el mote de simple se refería a su honestidad, no a su torpeza. A su pariente, Carlos II, le decían “el calvo”.
Muy poco debe haber hecho para que lo recuerden sólo por su temprana pérdida de la cabellera. Al otro Carlos III, rey de Francia oriental, le decían “el gordo”.

Cuentan que Juana “la loca”, hija de los reyes católicos de España, estaba tan demente que cuando murió su esposo, Felipe “el hermoso”, anduvo paseando su cadáver por toda la península. Aún muerto debe haber sido muy hermoso para mostrarlo tanto.
A Luis II de Baviera también le decían “el loco”, quizás porque pasó sus últimos años bajo tratamiento psiquiátrico, con diagnóstico de esquizofrenia paranoide.

Las historias oficiales son menos crueles y, por el contrario, destacan conquistas y grandes hazañas de los monarcas, tal vez porque parten de las narrativas que registran las propias coronas.
En cambio, la memoria popular, desde su sencillez, suele ser más descarnada y certera. Es por eso que Enrique I de Sajonia figura en los libros como el fundador y primer rey del Estado alemán medieval, pero para la gente trascendió como Enrique “el cazador de aves”.
En términos actuales, un ocioso que vivía de picnic en las campiñas matando pájaros. Otros lograron imprimir mejores imágenes para la posteridad, como Guillermo “el conquistador”, el duque de Normandía que derrotó a Harold “el sajón” en Hastings (1066) y se quedó con el trono de Inglaterra; o como Ricardo “corazón de león”, que fue llamado así por su valentía en las Cruzadas.
Lo mismo que Alfonso X de España, que terminó siendo conocido como “el sabio”, por sus excelentes dotes como poeta y músico

Apodos nacionales

En Argentina no somos menos. Al presidente radical Arturo Illia le decían “la tortuga” y en las ilustraciones lo pintaban como un viejo ajado, inútil y lento. Luego se supo que fue consecuencia de una campaña mediática, de la que participaron muchos grandes medios argentinos, orquestada por el dictador que luego lo derrocaría, Juan Carlos Onganía, con apoyo de los Estados Unidos.
Para sus defensores, el presidente radical no era lento, sino que era demasiado respetuoso de los tiempos institucionales y de los principios democráticos.

Es que los apodos no escapan a la grieta. Para unos, Néstor Kirchner fue “el pingüino”, un héroe y emblema patagónico, mientras que para sus detractores fue simplemente “el tuerto”.
Al último virrey, Baltasar Hidalgo de Cisneros, le decían “el sordo”; a Domingo Sarmiento, “el loco”; a Hipólito Yrigoyen, “el peludo”; a Julio Argentino Roca, “el zorro”; y a Nicolás Avellaneda “taquito”, por lo altos tacos que usaba para disimular su baja estatura, o también “Gorrión” Avellaneda, porque caminaba en puntas de pie. 

Y cuando la popular te planta un sello, justo o no, no hay quien te lo borre.
Eso le pasó a José Figueroa Alcorta, a quien la oposición bautizó como “jettatore”, porque decían que era mufa.
Recuerda Daniel Balmaceda, en “Historias insólitas de la historia argentina”, que la gente insistía con que una visita de Figueroa Alcorta podría provocar el descarrilamiento de un tren, una sequía, una inundación, o un incendio.

De “Tucson” para el mundo

Los apodos se van forjando a partir de las acciones más destacadas, buenas o malas, o también de las inacciones, en cuyo caso toman relevancia los defectos físicos, los vicios, las debilidades, las carencias. Fue el caso del ex gobernador Fernando Riera, a quien por su avanzada edad durante su segundo mandato, fue apodado “sachet de leche”, porque no podía mantenerse en pie.

Intentamos imaginar con qué apodo podría trascender el gobernador Juan Manzur. Por sus grandes obras seguramente no, porque no las tiene, aunque sí por sus anuncios, que acumula y acumula y sigue acumulando. “Promovemos”, “proyectamos, “anhelamos”, “soñamos”, “esperamos”, “apostamos”, “buscamos”, “gestionamos”, “firmamos”, “acordamos”, “avanzamos”, “convenimos”, “planeamos”, “conversamos”, “juramos”, “dialogamos”, “pedimos”, “rezamos”, son algunos de entre un centenar de verbos anhelantes que repite el gobernador cada vez que hace una promesa a futuro. En este caso podría perpetuarse como Juan “el anunciante”.

Otro apodo que no sería injusto podría ser Manzur “el ausente”, y por doble mérito. Por un lado, porque ha logrado marcar a fuego una impronta de gestión, la del Estado ausente. Por otro, porque ostenta una curiosa marca, la de ser el mandatario que más tiempo gobernó a la provincia no estando en ella. Sólo este año registra 22 viajes a Buenos Aires, además de otros destinos, nacionales e internacionales.

En medio de una cuarentena que por momentos fue muy rígida, Manzur tuvo el privilegio de viajar como ninguno. ¿Para qué? Para “estrechar vínculos”, “incentivar el turismo”, “generar conectividad”, “atraer inversiones”, fueron algunas de las justificaciones de sus viajes, cuyos efectos concretos la sociedad sigue esperando, desde hace cinco años.
Nada, además, que no pudiera hacerse por zoom, meet, WhatsApp o teleconferencia.
Hasta el Congreso de la Nación, con nada menos que 257 diputados y 72 senadores desparramados por todo el territorio nacional, pudo funcionar sin reuniones presenciales.

Aunque eso hubiera sido mucho más aburrido e infinitamente más barato para la empobrecida caja provincial. Veintidós viajes sólo a Buenos Aires en menos de un año.

La misma cantidad de excursiones que hizo Manzur al exterior desde que asumió. Otra vez, para promover inversiones, buscar fondos, abrir mercados, estrechar vínculos...

Seis viajes a Estados Unidos (abril 2016, noviembre 2017, junio 2018, noviembre 2018, septiembre 2019 y noviembre 2019), y seis viajes a Brasil (febrero 2017, mayo 2017, julio 2017, mayo 2018, julio 2019 y diciembre 2020).

Para ponerlo en escala, durante toda su presidencia, Mauricio Macri, realizó cuatro viajes a EEUU y tres a Brasil. Y era un presidente, una de cuyas principales funciones son las relaciones internacionales, no un gobernador de provincia mediterránea, sin fronteras.

Cristina Fernández viajó 13 veces a Brasil y 11 a EEUU ¡en ocho años!

A este ritmo, las proyecciones indican que cuando finalice su mandato Manzur habrá superado en viajes a Cristina, la presidenta más peregrina que tuvo el país.

Manzur también estuvo en Italia (junio 2018); Emiratos Árabes Unidos (febrero 2018); Perú (octubre 2018); Israel (noviembre 2018); Bolivia (septiembre 2016, abril 2017); Chile (octubre 2016, agosto 2018); Uruguay (abril 2018, agosto 2018), entre otras más de veinte giras por el país.

Un dato: en todas las delegaciones empresarias que acompañaron a Manzur al exterior siempre hubo algún o alguna representante de su empresa, Agro Aceitunera SA. No es ilegal ni irregular, pero no deja de ser llamativo.

“Las misiones comerciales representan trabajo para Tucumán”, declaró el gobernador en julio de 2018, tras su regreso de EEUU, mientras el desempleo seguía y sigue creciendo en la provincia, lo mismo que la pobreza y la indigencia.

Si se busca atraer inversiones primero habría que limpiar y arreglar la casa, hacerla atractiva, porque como está difícilmente alguien quiera venir a gastar plata.
Y no sabemos cómo se verá en el exterior que el gobernador de una de las provincias más pobres de la Argentina viaje más que los presidentes.

Excursiones millonarias, que le cuestan muy caro a los tucumanos, con resultados intangibles, improbables y que se agotan en anuncios anhelantes.

Manzur, “el excursionista”, es sin dudas el apodo que más justicia le hace a este gobernador.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios