El acoplado deja la política al costado

El acoplado deja la política al costado

Además de dos hechos profundamente traumáticos que arrastra desde hace medio siglo, Tucumán carga con un mal llamado sistema electoral que ha mercantilizado el contrato entre el ciudadano y quien debiera representarlo.

Tras leer la nota “Una rara enfermedad llamada acople”, un incansable peronista con varias décadas encima reactivó su preocupación sobre el sistema de acoples. Subrayó que habían mercantilizado la política y, por lo tanto, después llevaba a la corrupción. Le pedí reunirme para entender mejor cómo el sistema electoral, lentamente, va corroyendo la política tucumana. Mitad por la pandemia, mitad por la necesidad de acomodar sus ideas, me respondió: “mejor te lo escribo”. Cuando recibí sus pensamientos me pareció que lo más respetuoso era transcribirlo textualmente. No tanto por vos lector sino por aquellos que desde el púlpito del poder sólo ven operaciones. Y cuando esa es la mirada suelen ponerse el escudo a las críticas. Esta vez es la mirada desde adentro. A continuación la nota remitida:

“Unos 20 o 25 días antes de la elección del año pasado, me encuentro casualmente con un dirigente barrial de la zona sur de la capital provincial, a quien no veía hace muchos años y de quien conservaba un buen recuerdo. Tras los saludos de rigor, nos sentamos a compartir un café y de paso intercambiar impresiones sobre la marcha del proceso electoral. Observo intrigado los cambios operados en mi interlocutor, no solamente los vinculados con el paso del tiempo. Otrora humilde militante de base de bajo perfil, ha adquirido una impronta de analista (debo reconocer que sus vaticinios se acercarían mucho, luego, a la realidad). Pelo teñido, pulsera dorada en la mano izquierda, ropas de colores intensos, utiliza dos celulares a los que está siempre atento.

Me cuenta que se ha hecho muy allegado a un conocido personaje del PJ, que desde 2003 junto a un familiar ocupan un escaño en la Legislatura y otro en el Concejo Deliberante de la ciudad, y se alternan cuando se agota el tope constitucional de dos períodos consecutivos en la banca.

Cuando le pregunto cómo ve las posibilidades de que su jefe político sea reelecto, apenas puede reprimir una sonrisa suficiente. ‘Ya estamos adentro…’, dice con seguridad mientras enciende un cigarrillo de la marca más cara, y agrega: ‘Estamos peleando para ser el acople más votado de la Capital’.

Un poquito incómodo por esa combinación de confianza y soberbia, atino a preguntarle los motivos de tanta seguridad y el tono piadoso (por mi ingenuidad) con que contesta, agrava mi malestar. ‘Ya no es como en tu época -dice-… ahora se hace política de otra manera. Ya no existe la militancia. Aquí si no tenés plata estás frito… Él tiene una estructura muy fuerte, buena llegada al gobierno y es muy astuto”, afirma con indisimulada admiración.

Es fácil lograr que suelte la lengua: asume con gusto su importante rol en ese acople ganador. Le digo que debo confesar que tiene razón, que han cambiado los códigos de hacer política y me intriga saber cómo funcionan ahora. Su relato es simple, pero brutalmente descarnado. ‘Fiscales y vehículos’, enuncia misterioso. ‘Tenemos una aceitada organización para cada uno de esos rubros, que la vamos mejorando en cada elección... en la Capital, son 1.174 mesas y 95 escuelas. Hablemos primero de los fiscales. Esa cantidad requiere contratar no menos de 1.300 personas entre movilizadores, fiscales de mesa y fiscales generales. Ya tenemos el listado de fiscales armado, solamente lo vamos actualizando y mejorando: esa información es oro en polvo. Chequeamos que el fiscal de mesa vote en la mesa donde es fiscal y aporte al menos dos votos más en la misma mesa de su grupo familiar directo, con lo cual ahí te aseguras un piso de unos 4.000 votos.”

Escucho con atención, hace una pausa y continúa. ‘Igual con los vehículos. Pensamos alquilar entre 500 y 1.000, según la plata con que contemos. Así que ahí sumamos entre 2.000 y 4.000 votos más porque, igual que con los fiscales de mesa, nos interesa el voto del dueño del vehículo y de su grupo familiar. Como ves, con esta simple ecuación ya prácticamente estamos adentro’. Efectivamente, en la elección de 2019 con algo más de 7.000 votos un acople ‘mojaba’. Le pregunto por los ‘movilizadores’, término desconocido para mí. ‘Son punteros contratados en distintas reparticiones del Estado provincial y municipal, que colaboran en la campaña de diversas formas y que deben sus empleos al jefe. Tenemos alrededor de 200 compañeros contenidos. Eso suma’, dice satisfecho.

Intento hacer cálculos de cuanto se necesita para financiar tamaña estructura. Sé que desde hace unos 20 años a los fiscales se les paga, lo que no sucedía en los primeros tres lustros del retorno a la democracia. Los fiscales eran militantes. Se los atendía y ‘mimaba’ el largo día de los comicios: un desayuno a la mañana, algo de comida lo menos fría posible al mediodía, una merienda a la tarde… cigarrillos para los fiscales fumadores… Pero ahora, lisa y llanamente, se les paga. No sé con exactitud cuánto. Se lo pregunto y creo que es sincero en la respuesta: aún no saben con precisión, depende de la plata que se les dé. ‘Calculo que rondará los $ 1.500 o $ 2.000, considerando los valores de 2015 y 2017. Y los autos un monto parecido’.

Entonces lo miro fijo y le digo que para meter un legislador en la capital tucumana se necesita manejar una suma no menor a 5 millones de pesos de ese momento. ‘Mmmm, te quedás corto, me parece. Yo te diría que el doble’. Comento que es mucha plata, que quienes carecíamos de esos recursos no podíamos competir. ‘Bueno, ya sabés de donde salen los recursos’. Intercambiamos una mirada cómplice, sé lo que me está diciendo: de las cajas que se manejan en el gobierno, cuyo origen es fácil inferir. Ya se hace hora de irse. Le pedimos la cuenta al mozo, pero antes le hago la pregunta del millón y la última. Le digo que entiendo que habrá más de 30 acoples en la capital y le pregunto si el gobierno les da recursos a todos. Me dice que sí, pero no en igual cantidad. Que los acoples del oficialismo se dividen en tres grupos: los VIP, que son aquellos en los que el Poder Ejecutivo tiene especial interés de que sean electos: suelen ser entre 5 y 7, porque tampoco es cuestión de que alguien crezca demasiado. Un segundo grupo lo constituyen aquellos acoples encabezados por dirigentes que tienen alguna representatividad y conocimiento, pero no son de confianza del gobierno; a esos se los apoya, pero no demasiado, porque la idea es que queden cerca pero no salgan electos. Un tercer grupo son los llamados ‘pymes’, quienes solo tienen como misión acercar votos o dividir espacios para debilitar candidaturas indeseadas. Si quieren recibir dinero no deben juntarse ni apoyar a esos candidatos. El hombre se va apurado, dejando tras de sí una estela de perfume barato y olor a tabaco. Y yo me quedo sentado en la mesa del bar ordenando mis pensamientos”.

La anécdota descripta –y escrita- por un peronista perseverante, pero desilusionado, demuestra que la relación entre representante y representado es casi una ficción. Se ha reducido a un negocio donde el dirigente es un hábil comerciante y colocador de empleo y nada más. Si aquel es el atajo electoral y menos de 10.000 votos alcanzan para tener una banca, ¿dónde está la representatividad del candidato? Sólo debe plata y fidelidad al que se la provee, nada más. El sistema de acoples lo hizo.

Tucumán arrastra dos hechos traumáticos en los últimos 50 años: 1) Las medidas económicas tomadas en el gobierno militar de Juan Carlos Onganía, que desarticuló la estructura productiva y social de la provincia. 2) Diez años después, la dictadura. Ambos hechos dejaron un vacío dirigencial. Eso incidió negativamente en el desempeño del sistema político, donde la visión estratégica y las políticas de Estado como marco de la competencia política fueron sustituidas por la picardía criolla, las leyes tramposas y los sistemas electorales que daban mayoría aún perdiendo la elección. En 1990 se gestó una Constitución que no contó con el aval de la mitad política de la provincia (el PJ se retiró de la Convención y le dejó la cancha libre al bussismo de Fuerza Republicana) y poco más de 15 años después, montándose en una aplastante mayoría circunstancial obtenida al amparo del naciente kirchnerismo, José Alperovich hizo armar otra Constitución a medida de un esquema de unicato. Allí se plasmó el sistema electoral sobre la base de acoples, que a lo largo de estos 15 años ha provocado un verdadero cáncer que destruye las células del sistema de gobierno. De la mano del clientelismo y del financiamiento ilegal de la política se ha conformado un sistema que somete a las instituciones del Estado a una tensión cada vez más insoportable.

El relato enviado confirma que el Poder Ejecutivo tiene el poder de influir decisivamente en la conformación de una Legislatura que se renueva completa cada cuatro años. De allí al control de la Justicia, dada su hegemonía en la Legislatura y en el Consejo de la Magistratura, hay un corto paso. Pero uno de los aspectos más graves es la desaparición de los partidos políticos, que han sido reemplazados por absurdas maquinarias electorales sin ideología ni doctrina armadas en torno a los acoples.

El juez Enrique Pedicone podrá dar fe de la deficiente división de poderes, mientras se tramita su enjuiciamiento. Acoples que se digitan desde la Casa de Gobierno y que se refuerzan con un presupuesto legislativo de no siempre claros ribetes, donde el Parlamento otorga subsidios, implementa boletos gratuitos y hasta aporta sus “sobrantes” al sistema de salud para colaborar en la lucha antipandémica, como un Poder Ejecutivo más.

En ese marco es muy difícil descifrar y entender -de igual manera- por qué se guarda como un secreto cuánto gana realmente un representante del pueblo y cuál es la nómina de empleados de la Casa de las Leyes. Máxime cuando la inversión –según la anécdota compartida- podría llegar a los 10 millones de pesos y a ese monto hay que recuperar para la próxima elección. Algo parecido sucede con los miles de contratos en las comunas rurales, otra de las cajas de la política.

Pero también la inexistencia de los partidos priva al sistema del necesario contrapeso y de los mecanismos de selección de candidatos, con lo cual se tornan frecuentes los episodios donde la droga (hay actos proselitistas donde se reparten papelitos además de plata) y este mal llamado sistema político se terminan encontrando. Los pseudo partidos (espacios, les llaman muchos) de la oposición están integrados por dirigentes que después de haber sido representantes del pueblo se quedaron enganchados en distintas estructuras y con sueldos estatales que les impiden ser libres pensadores.

El hombre que mandó la anécdota que engrosa esta nota tenía un contrato con el ciudadano. El protagonista del relato ya tiene otro. El primero escuchaba y actuaba para mejorar la sociedad. El segundo, actúa para perdurar y enriquecerse. Palabra y valores como la verdad han cambiado en la relación entre el dirigente y la sociedad. Algo parecido ocurre con el trabajo: en el relato del dirigente veterano ya no se habla de trabajo, sino de contención. La democracia y el ejercicio de la política se basan –¿o basaban?- en una relación de confianza y de utopía, donde siempre se apostaba a vivir mejor. Pero cuando la relación entre el dirigente y el ciudadano es puro mercantilismo no se puede augurar ese futuro. Para mejorar la vida que vendrá no puede considerarse al otro un enemigo ni confundir el futuro con el presente. En Tucumán, por ejemplo, desde el 83 hasta ahora ningún gobernador (tras Fernando Riera, ni José Domato, ni el interventor Julio César Aráoz, ni Ramón Ortega, ni Antonio Bussi, ni Julio Miranda, ni José Alperovich ni Juan Manzur) fueron capaces de encontrar una virtud o algo rescatable de su antecesor. Es que no se trata de una relación individual de ellos, sino de decisiones de la sociedad. Y, si eso ocurre es porque no se respeta al ciudadano y se prioriza al dirigente.

“Cada vez que una generación envejece y reemplaza su ideario por bastardeados apetitos, la vida pública se abisma en la inmoralidad y en la violencia”. Semejante síntesis pertenece a José Ingenieros. La escribió en 1920.

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