El Tucumanazo integró un ciclo de protestas en las calles

El Tucumanazo integró un ciclo de protestas en las calles

Hace 50 años miles de estudiantes y obreros ocuparon alrededor de 60 manzanas en barrio sur por demandas en el Comedor Universitario y por la pobreza social. En su libro, el académico Emilio Crenzel señala que la radicalización comprometió a varios sectores sociales. Las particularidades.

Hace 50 años miles de estudiantes y obreros producían el Tucumanazo. Entre el martes 10 y el sábado 14 de noviembre de 1970, 64 manzanas de esta ciudad fueron ocupadas por más de 15.000 estudiantes y obreros. Al reclamo original por mayor presupuesto para el comedor universitario (ubicado en ese tiempo en Muñecas al 200) se sumaron propios de distintas fábricas, ingenios y de los mismos cañeros.

Tucumán no era una isla: las protestas sociales arrancan con el cierre de los ingenios con el que debuta la dictadura de Juan Carlos Onganía, y 1967, 1968 y 1969 se suceden entre luchas contra la desocupación, la miseria social y la pobreza. La pauperización social también alcanza a un sector de la clase media.

En otras palabras, algunos historiadores cuentan que hubo tres tucumanazos, incluyendo la gran movilización obrera de 1969 en Villa Quinteros y el “Quintazo” de 1972; para otros, el de 1969 fue una pueblada.

Un par de documentales se realizaron hasta el momento; los testimonios de algunos partícipes directos contaron los hechos, y un puñado de historiadores escribió ensayos que tuvieron escasa difusión en algunos círculos.

Las barricadas, actos relámpagos y movilizaciones se concentraron, luego de ser desplazadas del centro, en el sur de la ciudad, en la Plazoleta Dorrego, Villa Amalia y San Cayetano; pero también se formó una coordinadora de lucha en los Talleres Ferroviarios de Tafí Viejo. Carlos Imabud era el gobernador, Roberto Levingston había asumido la presidencia de la junta militar, Rafael Paz era el rector de la UNT y Jorge Rafael Videla, el jefe de la V Brigada. Y en las calles, se coreaba “obreros y estudiantes, unidos adelante”.

Emilio Crenzel logró publicar en la editorial de la UNT el libro “El Tucumanazo”, luego de una ardua tarea. Doctor en Ciencias Sociales, enseña sociología en la UBA y además es investigador del Conicet. “Los años 60 y 70 estaban fuera de la agenda académica de las Ciencias Sociales, eran pensados como parte del pasado que se debía dejar atrás. Cuando comencé la investigación no había, hasta entonces, ningún antecedente de investigación que lo tomara como objeto de estudio”, le cuenta a LA GACETA durante una entrevista. Explica que luego de sus estudios, ensayó la interpretación de poner en relación al Tucumanazo, a las protestas de mayo de 1969 y al Quintazo de 1972, como parte de un mismo ciclo de protestas. En el libro de Crenzel hay un relevamiento topográfico.

- En la segunda edición, reflexionas que si escribieras el libro ahora, ponderarías con más justeza la participación de algunos actores, y de otras situaciones.

- Es indudable que es imposible comprender al Tucumanazo sin su gran antecedente, el Cordobazo. El 69 cordobés inaugura un nuevo período en el país signado por la radicalización política de amplias fracciones sociales que sólo terminará de clausurar el golpe de Estado de 1976. Pero, a la vez, las particularidades del Tucumanazo sólo son comprensibles situándolas en el marco de las transformaciones estructurales que atravesó la provincia tras el golpe de Estado de 1966. Es decir, ambas protestas tienen por común denominador el proceso de formación, a nivel nacional, de una fuerza social de carácter popular, antidictatorial comprometida con las corrientes de la “nueva izquierda” y el peronismo revolucionario. Pero la especificidad del Tucumanazo radicó en que su conducción estuvo en manos de los estudiantes universitarios y la presencia obrera fue secundaria, en comparación al protagonismo que alcanzó en el Cordobazo, aunque estuviese igualmente fundada en una tradición sindical combativa y encarnada en fracciones antiburocráticas y clasistas. Pero, en el caso tucumano, estas fracciones obreras pugnaban por recuperar o defender su amenazada condición asalariada mientras los obreros protagonistas del Cordobazo se contaban entre los mejor pagos del país. Como decía, la clase obrera tucumana estaba sumamente afectada por las transformaciones que introdujo la dictadura de Onganía en la industria azucarera que se tradujeron en el cierre de 11 de los 27 ingenios, el aumento vertiginoso del desempleo -alcanzó el 15% en 1968-, la emigración masiva de la provincia hacia las periferias de las grandes ciudades del país y un proceso abrupto de desafiliación sindical. La Fotia pasó de tener 36.000 afiliados en 1966 a 19.000 en 1969 y disminuyó de 52 a 19 los sindicatos de fábrica y surcos que adheridos. Pese a estas diferencias, cabe destacar que el perfil social del estudiantado universitario tucumano tenía un marcado carácter popular. En 1970 el 60% de uno de los padres de los estudiantes era obrero o empleado. Del Tucumanazo, además, participaron activamente comisiones obreras de ingenios cerrados y sindicatos combativos tanto de la izquierda clasista como afines al sindicalismo peronista liderado por Raimundo Ongaro. Durante el Tucumanazo se conforma una coordinadora obrero-estudiantil y la protesta coincide con un paro nacional convocado por la CGT el cual tiene, en la provincia, un acatamiento superior al promedio nacional. Respecto del movimiento secundario sería muy interesante incorporar su análisis ya que participó activamente y asumió las modalidades asamblearias de sus pares universitarios. Hay aún vacancias significativas en el estudio de este período.

- La historia oficial siempre ha valorado más al Cordobazo que al Tucumanazo o Rosariazo. ¿Pensás que tiene que ver con un mayor desarrollo ideológico del Sitrac-Sitram, por ejemplo?

- Considero que el Cordobazo fue la lucha de calles más emblemática y significativa de ese período y tuvo consecuencias de alcance nacional. Puso fin a un dictador que se imaginaba gobernando por 40 años, evidenció un proceso de radicalización nunca antes visto en el país y desencadenó nuevas lecturas y apuestas políticas tanto de quienes buscaban una transformación revolucionaria del orden social como de aquellos que procuraban evitarla. El Tucumanazo no tuvo ese impacto. Pero, también, quedó eclipsado por otros motivos. Entre ellos la prevalencia de una lectura reduccionista de la radicalización política en Tucumán que la limitó a la actuación de la guerrilla. Esta lectura encubrió que el proceso de radicalización política y social fue más amplio y complejo y comprometió a vastos sectores sociales. Ese estado de movilización fue desarticulado, a sangre y fuego, por la represión. De hecho, las sedes del Comedor universitario, sobre las cuales giró la lucha del Tucumanazo, fueron dinamitadas o desalojadas por grupos paramilitares en 1974, la represión contra los sindicatos combativos, el movimiento estudiantil, la iglesia tercermundista y la intelectualidad progresista se complementó en 1975 con el Operativo Independencia y se selló con la dictadura militar instaurada en 1976. El Comedor Universitario fue clausurado sólo una semana después del golpe, el 2 de abril de 1976, por el delegado militar interventor de la Universidad y la conducción del Comedor sufrió cárcel, exilio y uno de sus miembros, Víctor Noé, la desaparición forzada. La lectura del pasado que menciono y la represión postergaron la valoración de una de las movilizaciones de protesta popular más importantes de la historia de Tucumán.

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