Adiós a Sean Connery, mucho más que James Bond

Adiós a Sean Connery, mucho más que James Bond

El actor escocés tenía 90 años y había ganado un Oscar por “Los intocables”. El público lo consagró como el mejor James Bond de la saga.

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01 Noviembre 2020

Se llamaba Thomas, pero ya desde antes de la década del 50 nadie lo conocía por ese nombre. Para todos era Sean Connery, aunque se vistiese de un intrépido ladrón, de un monarca que volvía del exilio, de un militar decidido a ganar la Segunda Guerra Mundial, de un sacerdote investigador o de un policía con códigos personales. Y la mayoría de los espectadores (de cualquier sexo) caía subyugada bajo sólo tres palabras: “Bond, James Bond”. Un nombre que encerraba un mundo, implicaba aventuras, anunciaba romances y otorgaba licencia para matar.

Connery murió en su casa de Nassau, en las Bahamas, donde estaba retirado desde cuando su rostro y su alta figura dejó de aparecer en películas (en 2003 fue la última, con “La liga de los hombres extraordinarios”). Allí había celebrado la llegada de sus 90 años el 25 de agosto. Su deceso fue en la noche del viernes, pero se conoció ayer, sin que aún trasciendan las causas aunque luego de un tiempo en que sufrió múltiples dolencias, según admitió su hijo Jason.

El Caribe quedó unido a su imagen desde “El satánico Dr. No”, la película rodada en Jamaica en 1962 que implicó el debut de Bond en pantalla. Fue el primer actor a cargo del enigmático personaje creado por Ian Fleming, que inauguró la épica de los agentes secretos en medio de la guerra fría. 

No hubo nadie que lo precediera en ese rol, y ningún otro actor llegó al nivel que él alcanzó al personificarlo en siete películas en dos décadas: aparte de la inicial, lideró elenco en “De Rusia con amor”, “Goldfinger”, “Operación Trueno” y “Solo se vive dos veces” hasta 1967, cuando se toma un descanso de cuatro años (en el medio llegó George Lazenby para una película de la saga, y el público clamó por su regreso) para volver con “Los diamantes son eternos”; después comenzó el ciclo de Roger Moore, pero Connery retornó a ser Bond por última vez en la película no oficial de 1983 “Nunca digas nunca jamás”. 

Adiós a Sean Connery, mucho más que James Bond

Todos esos filmes le dieron popularidad y aplausos (el mejor de todos, según buena parte de los seguidores del personaje), pero ninguno lo consagró entre sus pares artistas a la hora de recibir reconocimientos.

Antes de ser 007, Connery llevaba años frente a las cámaras (había comenzado entre bastidores de un teatro como maquinista en 1951, pero pronto pasó al escenario y al cine, con papeles menores); cuando lo dejó le sobrevivió dos décadas en pantalla, decidido de no encasillarse y a diversificar su imagen: estaba cansado de Bond, al punto de decir que lo odiaba. 

Justamente, el único Oscar que ganó llegó de la mano de un papel muy distinto, que incluso muere en el filme (algo imposible en su rol más conocido): su recio Jim Malone de “Los intocables” de  Brian de Palma, le puso la estatuilla en la mano como el mejor actor de reparto de 1987. 

Adiós a Sean Connery, mucho más que James Bond

Es antológica la escena donde perfora de un disparo a un delincuente ya muerto para que confiese otro detenido. También obtuvo dos premios Bafta de la Academia Británica del Cine (uno por “El nombre de la rosa” y otro honorífico) y tres Globos de Oro, entre muchas otras distinciones.

Nadie lució ni lucirá el kilt como él. Su identidad escocesa iba mucho más allá de la falda típica de la región donde nació y del tatuaje que tenía en su brazo derecho, “Scotland forever” (”Escocia por siempre”), con una militancia por la independencia total de ese territorio que no le impidió ser nombrado Sir por la Corona Británica. 

Para muchos, esta distinción fue leída en clave de contradicción política, pero otros reivindicaron su constante postura por esa causa. A la ceremonia real realizada en 2000 por la reina Isabel, vistió el kilt verde y negro identitario del clan de su madre, los MacLeod.

El legendario actor se crió cerca de la pobreza en los suburbios de Edimburgo, hijo de un camionero católico y una empleada de limpieza protestante. Antes de llegar a los escenarios, trabajó como pulidor de ataúdes, repartidor de leche, salvavidas de piscinas, granjero y estuvo en la Marina Real Británica (de esa época es el tatuaje escocés y otro dedicado a sus padres, pero fue dado de baja por úlceras estomacales). 

Para aprovechar su casi 1.90 metro de altura, probó como centrodelantero en equipos de fútbol pero declinó una propuesta para hacerse profesional del Manchester United porque prefirió la actuación. Hasta que empezó a ser llamado para las tablas se ganó la vida (y bastante bien) como modelo artístico, mientras practicaba fisiculturismo y se hacía respetar en peleas callejeras a puño limpio.

Quienes lo conocieron en la intimidad afirman que llevó al celuloide como Bond el estilo caballeroso y el irónico sentido del humor que desplegaba en privado, terreno reservado para las groserías que solía decir, propias del bajo mundo de su infancia y adolescencia. 

Su personalidad avasallante y su rostro curtido hacía mella en las mujeres: en 1989, cuando ya tenía 59 años, la revista People le declaró como “el hombre vivo más sexy”; mientras que se hacen filas para sacarse fotografías con su réplica de cera en el Museo Madame Tussauds de Londres, en el que aparece inmortalizado en traje de gala y corbata moñito negra, en un gesto con las cejas subidas.

Su corazón fue conquistado varias veces: se le conocieron parejas formales con Julie Hamilton, Diane Cilento (madre de su único hijo) y Micheline Roquebrune, pero se le atribuyeron varios otros romances. Hace 17 años apareció por última vez en la gran pantalla, pero sus películas nunca dejan de estar en la televisión, en el cable ni en el streaming. 

“Me cansé de lidiar con idiotas”, se justificó. Sólo hizo excepciones, como cuando puso la voz a Bond en un videojuego y al personaje protagónico de la animación “Sir Billi”, de la que fue productor ejecutivo.

Ícono de una era dorada del cine que ya no volverá, galán a la antigua, conquistador de la pantalla con su presencia excluyente, Connery se ganó un lugar por mérito propio en una galería reducida de estrellas. Su adiós fue sereno y tranquilo, como cada vez que aparecía fumando un cigarrillo, sonriendo disciplicente con alguna mueca en un costado del labio y justo antes de sacar su arma.

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