Dar a Dios lo que es de Dios

Dar a Dios lo que es de Dios

18 Octubre 2020

“En aquel tiempo, los fariseos se retiraron y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron: ‘Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no te fijas en las apariencias. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?’Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: ‘-¡Hipócritas! ¿Por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.’ Le presentaron un denario. El les preguntó: ‘¿De quién son esta cara y esta inscripción?’ Le respondieron: ‘Del César’. Entonces les replicó: ‘Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios’”. (Mateo 22,15-21)

I. La Primera lectura de la Misa (Is 45; 1; 4-6) nos muestra cómo Dios elige sus instrumentos de salvación donde quiere: se sirve de la autoridad política para hacer el bien, pues nada queda fuera de su dominio paternal. En el Evangelio del día, ante una pregunta insidiosa de los fariseos unidos a los herodianos, Jesús reafirma el deber de obedecer a la autoridad civil. El Señor da una respuesta de una hondura divina: Dad al César lo que es del César, lo que le corresponde (tributos, obediencia a las leyes justas), pero no más de ello, porque el Estado no tiene una potestad y un dominio absoluto. Como ciudadanos normales, los cristianos tienen “el deber de aportar a la vida pública el concurso material y personal requerido por el bien común” (Conc. Vat. II, Gaudium et spes). A su vez, las autoridades están obligadas a servir al bien común sin buscar el provecho personal, a legislar y gobernar con el más pleno respeto a la ley natural y a los derechos de la persona desde le momento de su concepción.

II. En esta ocasión, el Señor reconoció el poder civil y sus derechos, pero advirtió claramente que deben respetarse los derechos superiores de Dios (Conc. Vat. II, Dignitatis humanae), pues existe en el hombre una dimensión religiosa profunda, que informa todas las tareas que lleva a cabo y que constituye su máxima dignidad. Cuando el cristiano actúa en la vida pública, no debe guardar su fe para mejor ocasión. Por el contrario, ha de ser luz y sal donde se encuentre, y ha de esforzarse en convertir el mundo en un lugar más humano y amable, donde los hombres encuentren con más facilidad el camino que les lleve a Dios. Lo logrará a través de la concordancia entre su vida y su fe, con la caridad fraterna, participando en las condiciones de vida, trabajos y sufrimientos y aspiraciones de sus hermanos, los hombres; con plena conciencia de su papel en la edificación de la sociedad

III. El cristiano, al actuar en la vida pública, lleva consigo una luz poderosa, la luz de la fe. Sabe muy bien que las enseñanzas de Dios no sólo no suponen un obstáculo para el bien de las personas y de la sociedad o para el progreso científico. Por el contrario, son una guía para su realización. A Dios lo que es de Dios. De Dios es la vida de los hombres, desde su concepción; y la familia, a la que santificó en Nazareth, basada en un matrimonio indisoluble, como Él mismo lo declaró ante el escándalo de los que le escuchaban. Pidamos a la Virgen la alegría santa de sentirnos en toda ocasión hijos de Dios, y de actuar como tales.

Textos basados en ideas de “Hablar con Dios”, de F. Fernández Carvajal.

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