Noticia de un cuento perdido

El reciente rescate del primer cuento publicado de Tomás Eloy Martínez disparó esta semana una catarata de artículos en los medios. Clarín, La Nación, Infobae, Página/12 y Télam, entre otros diarios, sitios y agencias, publicaron notas sobre el tema y reprodujeron el cuento.

PRESERVADO EN ESTAS PÁGINAS. Tomás Eloy publicó en 1952, en LA GACETA Literaria, el relato recobrado.  PRESERVADO EN ESTAS PÁGINAS. Tomás Eloy publicó en 1952, en LA GACETA Literaria, el relato recobrado.
27 Septiembre 2020

Por Daniel Dessein

PARA LA GACETA - BUENOS AIRES

Tomás Eloy Martínez publicó el cuento “Noticia de Vicente Barbieri” el 19 de abril de 1952 en LA GACETA Literaria, cuando tenía 17 años. Había comenzado a colaborar aquí un año antes, con una crítica de un libro de Vasco Pratolini que le publicó mi padre. Luego aparecerían otras notas sobre libros y poemas cuyos títulos elegía apoyando su dedo sobre una línea de una página de la Biblia que abría al azar.

Encontré ese cuento, hace doce años, mientras escribía una crítica de Purgatorio, la última novela de Tomás, y buscaba viejos textos suyos en el archivo del diario. El personaje Barbieri -quien no acepta la muerte- y Endimión -el pastor mitológico a quien Zeus le concede la juventud eterna a pedido de su enamorada Selene- prefiguran a Simón Cardoso, el protagonista resucitado de Purgatorio. Publicamos ese cuento, en estas páginas, nuevamente en 2008.

Se lo mandé a Tomás, quien no lo recordaba y se sorprendió al constatar las similitudes entre lo que había creado más de medio siglo atrás con lo último que había escrito. “Lo que ocurre –me dijo- es que uno es siempre el mismo. El ser es idéntico; lo que cambian son los aprendizajes, las impregnaciones que el mundo te deja. Si tenés una sola entidad, un solo ser, sos fiel a vos mismo. Y sos el mismo escritor, mejor o peor, siempre”.

Cinco años después, y tres después de la muerte de Tomás, su hijo y albacea literario Ezequiel preparaba un libro para reunir todos sus cuentos. Esa antología, titulada Tinieblas para mirar, contiene otros cuentos publicados también en este suplemento que pude rastrear. Pero olvidé pasarle “Noticia de Vicente Barbieri” y tampoco estaba en los archivos de la Fundación TEM, que conserva casi todos sus escritos.

Tiempo después, Fabián Soberón me comentó que estaba preparando una selección de cuentos de autores tucumanos y le recomendé que incluyera el texto que había quedado afuera. El puente, el libro coordinado por Soberón, demoró seis años en salir. En este 2020 el cuento, al igual que su protagonista –y tantos otros personajes dentro de la obra del autor-, revive una vez más.

© LA GACETA

Noticia de Vicente Barbieri

Por Tomás Eloy Martínez

En el parque de diversiones me esperaba el Desconocido. Estaba de pie, junto a la puerta de entrada. Su libro del mes de noviembre trasladaba todos los rostros a la penumbra.
“Me voy a lo de Barbieri”, le dije. “Usted es su amigo; puede acompañarme”.

El Desconocido hojeó el enorme tomo de las citas y respondió:

“Ya me he burlado bastante de él. No, nunca iré a visitarlo. Ninguna de mis anotaciones lo registra. Usted puede decirle que las otras veces le he mentido”.

Esa, pues, era la experiencia del misterio. Barbieri resucitaba siempre. Pero yo no le diría una palabra de aquel secreto. Iba a quedarse muy triste.

Cuando llegué a su casa, él estaba solo, en una esquina de la habitación, junto a los amigos maravillosos. Nolca tocaba las costas de su frente, ese borde lunar.

Entonces, Barbieri me habló de su soledad y de pequeños crepúsculos. Pero desapareció súbitamente. Un lejano compañero lo sustituía. Alguien debió soñarlo en ese instante.
Y ya no lo vi más entero, navegable. Sólo su alto contorno, la llama de sus pies, su voz elemental. Macedonio Fernández apareció y dijo: “Todos conocen a Vicente cuando están muertos. Quién sabe dónde ahora aprieta él las manos del aire y sonríe”.

Barbieri quedó preocupado; quería desmentir todo eso. Habló de los vivos:

“Ardiles Gray, era delgada grieta… Galán, con su otra niña del asombro”.

Pero yo ya no le creía. Imaginé que a él tampoco le importaba sentirse descubierto. Que nada de eso destruía su tiempo de poeta. Irma Ester había llegado. Inadvertidamente tocó la barba encendida de Endimión.

Y una apretada luz quedó danzando, absorta, entre las cosas.
© LA GACETA

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