Hojeando el Diario: un reloj despertador que se volvió delator

Hojeando el Diario: un reloj despertador que se volvió delator

Un robo con ribetes cómicos. Se cae la carpa de un circo generando pánico entre el público.

NADA DE CORAZÓN DELATOR. El reloj por su naturaleza de puntualidad comenzó a sonar a la hora señalada.  NADA DE CORAZÓN DELATOR. El reloj por su naturaleza de puntualidad comenzó a sonar a la hora señalada.

Dos ladrones se acercaron a una casa para hacer de las suyas. El robo devino en una situación cómica. El relato de mayo de 1913 señalaba que no era tarde. Quizás no llegaría a las 21 cuando los delincuentes se acercaron a la casa de la esquina de San Lorenzo y Bernabé Aráoz, donde robaron un reloj despertador. El hecho fue descubierto por el dueño de casa que los escuchó y al dar la voz de alarma, acudió la policía, que no tardó en “arrestar a los raspas”. Ambos ladrones fueron conducidos a la sede policial y allí se los interrogó sobre el bendito reloj. La respuesta fue negativa: ni lo habían visto.

“Los raspas muy tranquilos continuaban negando, delante de numerosas personas. Para continuar: el que más negaba era Juan Moreno que parado militarmente juraba ser inocente. La situación favorecía a los reos que negaban tener el artefacto. En ese momento ocurrió algo fuera de cualquier historia policial, el despertador comenzó a sonar la alarma. De tal forma que el propio reloj delató a aquellos hombres que lo tenían secuestrado”, decía nuestra crónica.

En esas circunstancias el reloj “principia a chillar”. Asombro general. Luego risas al por mayor. El reloj estaba en poder de Moreno, escondido en el chaleco, en la espalda. Resulta que el despertador estaba señalando las 11, hora precisamente en que sonó ruidosamente. Moreno, “confuso no atinó a defenderse y mansito, entre las risas del comisario y milicos, marchó al calabozo”, continuaba el artículo.

Se cae un circo

El público tenía su atención puesta en la pista. Los actores brindaban lo mejor de ellos como todas las noches, La primera parte del espectáculo del circo Lupo transcurrió sin sobresaltos. La carpa estaba en la esquina noroeste de La Plata y Chacabuco. Poco después de las 23 del 18 de noviembre de 1931: “en medio de un ruido ensordecedor, se venía todo abajo, aunque lentamente, circunstancia que favoreció el instintivo movimiento de defensa del público. Primero se cortó uno de los tres cables que sostienen las instalaciones y luego, debido a esto la carpa, tribunas, maderamen, postes, etc, se convertían en un solo montón. Es de imaginar la sorpresa. El miedo dominó a la concurrencia en los primeros momentos”.

Cuando el público comenzó a salir desordenadamente, los que pudieron se quedaron a prestar ayuda. Sólo un menor con traumatismos de importancia fue llevado a la posta sanitaria de Villa Alem. Hubo pocos contusos: en el lugar había unas 70 personas. El comentario de los espectadores que habían visto parte de la función, hasta que se produjo el percance, hacía referencia a que había “ciertas actitudes llamativas de miembros del elenco que parecían haber estado poseídos de un excesivo buen humor”.

NADA DE CORAZÓN DELATOR. El reloj por su naturaleza de puntualidad comenzó a sonar a la hora señalada.  NADA DE CORAZÓN DELATOR. El reloj por su naturaleza de puntualidad comenzó a sonar a la hora señalada.

Efectivos de la seccional segunda acudieron al lugar para las investigaciones del caso. Nuestro diario relató; “según el dueño del circo, manos criminales limaron uno de los cables provocando el ruidoso accidente que desmanteló el lugar de recreo y puso en riesgo a tantas personas. Pero, cabe destacarlo, el público se dio por satisfecho con esas explicaciones”. Tras un día sin función, el circo volvió a abrir su puertas.

Un asado de cuatreros

La Policía irrumpió en un domicilio, llegó al comedor y encontró a la familia disfrutando de un asado. A la pregunta de donde venía la carne los moradores respondieron: “un hermano del dueño de casa le había regalado un pedazo de espalda”. Los agentes fueron a la cocina para descubrir que no sólo había espalda “sino también lomo, patas, cuero y el resto del animal”. Al investigar un poco, se descubrió que pertenecían a uno de los animales denunciados por su dueño como robado por cuatreros. Los investigadores, era julio de 1935, descubrieron en la casa de la localidad de El Boquerón, La Cocha, varios cueros de animales carneados además de algunos otros atados y listos para ser carneados. Allí vivían el jefe y parte de la banda de cuatreros que atacaba a sus vecinos y se llevaba sus animales, y era buscada desde hacía días. El grupo operaba hasta en Santiago del Estero. Fueron encontrados con las “manos en la carne” y se detuvo al dueño de casa, a uno de sus hijos y a un vecino como miembros de la banda.

Un extraño accidente

Un vecino de Juan Bautista Alberdi, allá por 1936, quería matar ratones a garrotazos, y terminó recibiendo un disparo en la zona de la tetilla izquierda. No fueron los roedores defendiéndose de la agresión. La historia comenzó cuando Servando Valdez regresó a su casa en busca de semillas para su pequeño campo y vio a varios “animalitos” ingresando en la vivienda por un pequeño agujero en la pared. Tomó un garrote, golpeó la pared para ahuyentar y así poder matar a los roedores “sin recordar que de ella pendía una caja con un revólver cargado dentro. Un golpe hizo caer la caja y se escapó un disparo que hirió a Valdez”. La herida fue de cierta consideración y debió ser internado en el hospital de Concepción.

El cuento del tío

Guillermo Mores, de 40 años, italiano de origen, había llegado desde Chaco. Al día siguiente, mientras descansaba, se le acercó un desconocido que le manifestó que sabía de su reciente llegada y que venía a proponerle un negocio en unas tierras que había adquirido en Lules. El desconocido lo invitó a recorrer el parque 9 de Julio para hablar de las bellezas tucumanas y de negocios; o sea iba preparando el terreno para la estafa. Mientras paseaban encontraron a un hombre “mal entrazado, el cual, con marcado acento cordobés” les manifestó que no sabía leer ni escribir, tras lo cual extrajo un quinto del billete de la lotería. El número era el 6.575. Les dijo que un hombre que parecía delincuente le había ofrecido 400 pesos por el billete; oferta que rechazó por presumir que tenía un premio de 5.000 pesos”. El “amigo” de Mores le ofrece hacer el negocio juntos y comprar el billete a medias. Para ello, el italiano aportó 650 dólares y un cheque por 3.700 pesos y su socio sacó un fajo de dinero que entregó a Mores. El viajero, antes de seguir con la operación, quería cobrar el billete; por ello el “socio” -rápido de reflejos y ante la posibilidad de perder el negocio- propuso que todo se lo colocara en un paquete, dinero, cheque y billete, para que lo tuviera Mores hasta el día siguiente.

El extranjero volvió a su hotel y se despidió de su socio y del extraño que trajo el billete. Pero la curiosidad pudo más; y al llegar al alojamiento el italiano abrió el paquete para encontrar solamente hojas de diario. Ante esta circunstancia y viendo que “no había quedado nada del dinero que tanto esfuerzo le había costado juntar”, no le quedó otra cosa que llegarse hasta la Policía para denunciar el hecho. Del dinero nunca más se supo; y el “socio” que le traía el gran negocio inmobiliario desapareció de la faz de la tierra.

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