El furor por la Naranja, un capital desaprovechado

El furor por la Naranja, un capital desaprovechado

TIEMPOS DORADOS. Santamarina en uno de los amistosos de calibre internacional que disputó el seleccionado tucumano en los 90. TIEMPOS DORADOS. Santamarina en uno de los amistosos de calibre internacional que disputó el seleccionado tucumano en los 90. LA GACETA / HÉCTOR PERALTA
14 Septiembre 2020

“Te diría que el seleccionado de los 80 y principios de los 90 fue el último equipo tucumano que se podía medir con los mejores del mundo, porque afuera también se entrenaban dos veces a la semana. Después los de afuera ya se fueron profesionalizando y nosotros nos fuimos quedando. Hoy estamos muy atrás”, sintetiza José Santamarina su recuerdo sobre los míticos Naranjas de hace 30 años, que dominaban la escena nacional y se medían de igual a igual con las potencias.

“Después empezó a caer y acabó porque no nos aggiornamos. Mirá si hubiéramos tenido un tipo con visión, como (Agustín) Pichot. Tucumán le podía ganar a cualquier equipo regional del mundo. Si con los All Blacks perdíamos por un try. Contra Queensland, por un penal. Nos faltaba un poquito de estrategia, de estructura. No digo profesional, sino algo más ordenado. Cuando enfrentábamos a equipos de afuera, ellos ya tenían analistas de video y nosotros ni sabíamos contra quiénes jugábamos. Recuerdo que durante siete años usamos una jugada llamada ‘Francia corta’, porque una vez la había hecho Francia contra nosotros y Ricardo Sauze, con la visión que tenía, se la acordaba. No teníamos video”, grafica el ex capitán.

Santamarina siente que se podría haber aprovechado mejor ese furor que provocaba la Naranja en el público tucumano. “Seguro que hemos recaudado por lo menos un millón de dólares. ¡Si llenamos un montón de veces la cancha de Atlético! ¿Y qué quedó de eso? Prácticamente nada. Fotos lindas y se mejoró la sede de la Unión, pero no mucho más. Qué pena que no lo vio un tipo con cabeza para explotarlo. Porque no era Atlético o San Martín, era todo Tucumán”.

Para graficar ese sentimiento, se vale de una anécdota: “un día me saludó un vendedor en una esquina. Santamarina, qué partido contra los maoríes ¿eh? Habían pasado como 30 años ya. Me cuenta que él había sido uno de los porteros que custodiaba los micros en el estadio. A los maoríes les abrieron el colectivo y les robaron todo. Me quedé sin trabajo ese día. Yo no soy ladrón, pero les robamos a los maoríes porque les habían pegado a ustedes, me dijo. El tipo me contaba con orgullo que se había quedado sin trabajo por eso. ¡Mirá lo que generábamos en la gente!”

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