Palabras, palabras, palabras

Palabras, palabras, palabras

Como era incorrecto decirles “indios” a los aborígenes, porque indios son los habitantes de la India y, a la vez, porque ya sonaba despectivo, al igual que el vocablo “indígena”, aparentemente tan serio, hubo que comenzar a decir “integrantes de los pueblos originarios”. A los morenos del continente, representantes de la raza negra, comenzó a decírseles “afroamericanos”. Los homosexuales, que habían pasado a llamarse “gays” (después de la película “Víctor Victoria”, al menos en nuestro país) hicieron valer un sinnúmero de sutiles diferencias y variantes de las que aún se está haciendo el relevamiento.

“HEMOS COMPLICADO TODO”. Ramos Signes extraña los tiempos en “era mucho más fácil hablar”. “Me gustaba más cuando decíamos ‘¿Qué hacés, Negro? ¡Venite esta noche con el Gordo, el Ruso y el Loco a tomar una cerveza!’” “HEMOS COMPLICADO TODO”. Ramos Signes extraña los tiempos en “era mucho más fácil hablar”. “Me gustaba más cuando decíamos ‘¿Qué hacés, Negro? ¡Venite esta noche con el Gordo, el Ruso y el Loco a tomar una cerveza!’”
13 Septiembre 2020

Por Rogelio Ramos Signes

PARA LA GACETA - OLIVOS (PROVINCIA DE BUENOS AIRES)

Los gordos (aunque yo me mantuve al margen) decidimos negarnos a que nos dijeran “gordos”, y optamos por llamarnos “personas que acusan en sus cuerpos los inconvenientes de ingerir alimentos excedidos en calorías y carbohidratos”. Los flacos no podían ser menos, y renegaron del término “delgado”, argumentando que había algunos gordos de apellido Delgado (es decir: algunas personas que acusan en sus cuerpos los inconvenientes de ingerir alimentos excedidos en calorías y carbohidratos cuyo apellido es Delgado) y se pusieron a discutir si lo más adecuado era denominarse “magros”, “económicos”, o “de pocas carnes”; pero no se deciden todavía, y siguen en eso. Como también siguen en eso los pelados (“gente que perdió su cabello”), sobre todo porque hay personas de apellido Calvo, que no son calvos, y que a los verdaderamente calvos hacen la vida imposible.

Los rengos, a quienes en el barrio les decían maliciosamente “falsa escuadra”, están evaluando desde el revisionismo aquel viejo apodo por si se lo puede reinterpretar favorablemente. Los bizcos, otrora “vizcachas” en la misma jerga barrial, por ahora se mantienen al margen con buenos anteojos oscuros a la espera de que llegue el momento de hacerse oír.

Y ahora se han agregado los blancos, que quieren ser “rosados”, para diferenciarse de los blancos morochos, así como los pelirrojos pecosos no quieren ser confundidos con los pelirrojos sin pecas. Mis vecinas han comenzado a decirles “israelitas” a los judíos del barrio, porque les sonaba inapropiado un nombre que no lo es; cuando lo correcto hubiese sido, según las tendencias actuales: “gente que profesa las leyes de Moisés”. Sólo en el caso de los antiguos “turcos” fue un poco más sencillo, ya que todos pasaron a ser “árabes”. En fin, siento que el mundo para el que estábamos preparados (un mundo mestizo, como tiene que ser) se ha complicado tanto que ya nadie quiere abrir la boca; y es por miedo. Ya no le podemos decir “loco” al amigo, pero tampoco al loco porque ese es “un sujeto disparatado que ha perdido la razón”. Claro que también están los locos bastante cuerdos que dicen: “Yo no perdí la razón ¡Cómo voy a perder algo que nunca tuve!”

Amigos (y disculpen si está mal visto decir “amigo”, y no “ciudadano cercano a mis afectos”): hemos complicado todo. O tal vez sea que me he puesto viejo (y perdónenme otros viejos, es decir “personas de avanzada edad”), pero me gustaba más cuando decíamos “¿Qué hacés, Negro? ¡Venite esta noche con el Gordo, el Ruso y el Loco Salcedo a tomar una cerveza!” Era mucho más fácil hablar. Espero que todos estén de acuerdo conmigo... ¡Uy! Perdón por el lapsus; quise decir “todos y todas”.

Una pregunta, para terminar: ¿Qué tal si seguimos diciéndonos “che” (con esa expresión valenciana que nos identifica desde siempre), ya seamos negros, blancos, amarillos o pelirrojos; cristianos, judíos, musulmanes, hindúes; gordos o flacos; altos o bajos; héteros u homosexuales; locos, cuerdos y más o menos; pelados o peludos; rengos, ciegos, sordos, bizcos, mudos, etcétera?

Y ahora se viene la “e”, como desinencia, pretendiendo unificar la “a” y la “o”, sin lograrlo; y la “x” casi siempre impronunciable en los lugares donde pretenden incluirla. ¡En fin! ¿Qué tal si sólo tratamos de diferenciarnos de los estúpidos, de los prejuiciosos, de los envidiosos, de los habladores, de los discriminadores, de los copiones, de los repetidores de fórmulas gastadas, de los políticos que nos dan la espalda luego de sacarnos el voto, de los empresarios inescrupulosos, de los asesinos, de los ladrones, de los mentirosos de toda laya?

Las palabras, solas, sin imposiciones violentas, irán hallando su lugar a medida que nuestra estructura como seres humanos vaya encontrando su aplomo, su cable a tierra, su porqué.

© LA GACETA

Rogelio Ramos Signes – Escritor.

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