Clases de perros

Clases de perros

Una cultura universal que abarca mitos, cuadros, fotos, teatro, literatura, cine, televisión y filosofía.

13 Septiembre 2020

ENSAYO

PERROS

MARK ALIZART

(La Cebra – Buenos Aires)

Cabrera Infante siempre recordaba que le debía su amor a primera vista por la literatura a un profesor que le contó la historia de Argos. En la Odisea, cuando Ulises retorna a Ítaca disfrazado de mendigo, el único que lo reconoce, a pesar de todos los años que han pasado, es su viejo perro moribundo. A pesar de que ya casi no puede moverse, al verlo alcanza a agitar un poco la cola, su último gesto de alegría antes de morir. Era como si hubiera estado esperando encontrar de nuevo a su amo para abandonar este mundo contento.

Ulises, el guerrero cuyo espíritu nadie ha logrado doblegar jamás, no puede evitar quebrarse y dejar que unas lágrimas escapen de sus ojos.

Este pasaje célebre, origen del gran título Les Larmes d`Ulisse (1998) de Roger Grenier, seguramente estaba en la mente del filósofo francés Mark Alizart cuando escribió su libro como una suerte de homenaje a la desaparición de su propio perro: Luther (quien aparece orgulloso junto al autor en la foto de solapa). Tal vez por esto sea tan bueno. Tal vez ya sea hora de repensar ciertas obras a la luz de distintas formas de homenaje.

Perros es antes que nada un ensayo notable. Se detiene en grandes representaciones, muchas veces pasadas por alto, de estos pequeños seres alegres que parecen haber nacido para convertirse en la compañía ideal de cualquier persona sensible, y no sólo en la vida cotidiana, sino también en casi todos los aspectos de una cultura universal que abarca mitos, cuadros, fotos, teatro, literatura, cine, televisión, y, por supuesto, filosofía. En uno de los capítulos más impresionantes del libro, por ejemplo, Alizart se encarga de mostrar las raíces caninas del “Edipo Rey” de Sófocles, desplegando una nueva mirada sobre una obra que parecía ya agotada por la crítica.

Un ser filosófico

El perro, desde Platón y los cínicos, ha sido una especie de espejo distorsionado para evaluar nuestra propia humanidad. Sin tanta prensa como los gatos, sin la supuesta inteligencia superior del mono, el elefante o el delfín, el perro ha sido dejado de lado (en términos filosóficos, se entiende) por su excesiva obediencia o por la empatía natural y un poco impensable que nos genera su cercanía. No habría que olvidar que Lutero, Shopenhauer, Marx, Freud, Darwin y Kafka amaban a los perros, pero tampoco que Deleuze señaló (erróneamente) que su ladrido era la vergüenza del reino animal. Alizart no sólo lo refuta sino que se encarga de darle, acaso por primera vez en la historia, un estatuto verdaderamente filosófico a su criatura, entre otras cuestiones, porque es él quien ha inventado a su amo, y no al revés, como imagina que piensa la doxa.

Imposible explicar cómo este pequeño libro logra convencernos de que el perro es un ser filosófico. Hay que leerlo, preferiblemente con un perro cerca. Al final, Alizart nos regala una perla reflexiva. Los etólogos han descubierto recientemente que el lenguaje secreto de los perros son los estornudos. Hemos tenido que recorrer miles de años para comprenderlo. Acusados de agresivos, estúpidos, inocuos (y recientemente además de ser “una tendencia corrupta de la ideología burguesa”), los perros, en cambio, nos han comprendido desde el principio, en muchos casos tan sólo con una mirada. ¿Quién es entonces, a fin de cuentas, no sólo más alegre y fiel, sino también más inteligente? Parece que aún tenemos mucho que aprender de ellos. Es una suerte que aún estén dispuestos a darnos clases de humanidad.

© LA GACETA

Marcelo Damiani

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