Entrevista a Pedro Barcia: “La tecnología es subsidiaria del docente”

Entrevista a Pedro Barcia: “La tecnología es subsidiaria del docente”

El reconocido intelectual entrerriano, ex presidente de la Academia Nacional de Educación y de la de Letras, reflexiona sobre el desafío de enseñar en tiempos de pandemia. “La casa es la primera escuela y los integrantes de la familia los primeros maestros”, destaca.

06 Septiembre 2020

Por Mónica Cazón

PARA LA GACETA / TUCUMÁN

- ¿Le tocó enseñar en circunstancia de pandemia?

- No, soy virgen de educación en pandemia. Pero, he asumido, como casi todos, las circunstancias, y he dado clases virtuales (en la Diplomatura de la Cultura Argentina), zumbeado y miteado (en el proyecto de “El túnel del Riachuelo y los mundos subterráneos de la cultura” -a mi cargo la parte humanística- el mayor emprendimiento técnico de nuestros días en nuestro país, con el Grupo Wild, italiano) según las exigencias. Los zapatos estrechos nos llevan a dar pasos nuevos. Una de las modalidades que inauguré en mí fue la de cuentos para mis nietos grabados en el fonito: el cura y el muchacho tonto, la vieja astuta, y un largo etcétera. La necesidad tiene cara de hereje, pero alma de creyente. La mayor competencia educativa que debemos desarrollar en el educando es su capacidad de situarse en contextos cambiantes y no ser camaleón –que se adapta pasivamente al medio- sino nutria, si es posible, que realiza su propia ingeniería para modificar el medio.

-Docentes, padres y familias hicieron del hogar la escuela, la universidad, etc. ¿La casa es la escuela?

-La casa es la primera escuela y los integrantes de la familia –todos, abuelos, hermanos, tíos- los primeros maestros. Por desidia de la familia, la maestra pasa a ser la primera madre. Lo que es desajuste serio. Lo que esta pandemia ofreció es la posibilidad de que se cultivaran en el seno familiar los contenidos actitudinales, que no están en Internet. Los conceptuales están todos (el teorema de un tal Pitágoras y las leyes de la termodinámica). Los procedimentales también están en Internet (cómo hacer una monografía, o una bomba casera). Los actitudinales no, porque exigen una o más personas frente al niño para estimularlos, corregirlos y desarrollarlos: el prestar atención a los demás, el alternar en el uso de la palabra, el respetar las pertenencias del otro, el decir gracias, el pedir perdón, el tener orden en lo que hace, el cumplir las consignas de la familia, el asumir las pequeñas responsabilidades que le asignen, etc. Todo esto suele ser desconsiderado en la familia, que descansa en que la escuela los enseñe, renunciando a un derecho y obligación propios. Los alumnos deberían ingresar al aula con los actitudinales hechos carne. Los actitudinales son el fundamento de la buena persona y el buen ciudadano

- ¿Cree que esta nueva modalidad llegó para quedarse?

- No, todavía.

Mostró, sí, una carencia seria: la falta de dominio que deberíamos tener sobre lo instrumental, que es la tecnología. Los chicos están acostumbrados a juegos electrónicos, no al trabajo digital –al entretenimiento, no al esfuerzo y la disciplina- por eso se cansaban con facilidad al hacer ejercicios a lo que no estaban habituados. Dejó la conciencia de que hay que implementar más ejercitación digital en las tareas escolares.

- La educación puede brindarse en diversos formatos, ¿cómo aprenden y qué deben aprender niños y adolescentes en una sociedad conectada?

-Lo primero que, Biblia dixit, el sábado está hecho para el hombre y no el hombre para el sábado. La tecnología, por evolucionada que sea, es una herramienta humana. Si el hombre la sirve, y no se sirve de ella, es como incensar un destornillador. Una absurdidad. Hablamos de “educación tecnológica”. Ese debería ser el título de una materia humanística que desarrolle los efectos que las creaciones técnicas han tenido y tienen sobre la cultura a lo largo de la historia. La técnica tiene doble cara: da y quita. Esto debemos tenerlo claro. Se aprende del abuelo, del germinador y de la pecé.

- ¿Podemos seguir diferenciando real y virtual cuando la vida de los alumnos pasa por las redes sociales?

- Una de las mayores responsabilidades de la educación es la que definió Zubiri: el fin de la educación es que sepamos insertarnos creativamente en la vida. La vida no es virtual. Si perdemos de vista la distinción de planos, andaremos como zapallo en carro o como perro de luneta, que no mueve la cabeza por sí, sino por los accidentes del terreno. O seremos como el niño idiota que creía que la veleta le indicaba al viento qué dirección tomar.

- ¿La tecnología es la herramienta más importante con la que cuenta la educación formal?

- No, es subsidiaria del docente, es ancilar (ancilla, sirvienta en latín). El maestro es el eje de toda educación humana. El objetivo de la educación no es el de la OCDE: la eficacia y la productividad son economicistas, no están al servicio del desarrollo integral de lo humano.

- En los sectores vulnerables sabemos que no se cuenta con wi fi, computadoras, etc. ¿Qué modalidad de enseñanza aconsejaría usted para los docentes encargados?

-Hay que hacer de la limitación, virtud. La limitación estimula la invención. Los creadores de toda la tecnología actual no fueron educados con ellas en sus escuelas, pues no existían, y fueron creativos. Y muchos de los popes de Silicon Valley evitan hoy el contacto de sus hijos con la tecnología hasta la adolescencia. Por algo será…

- ¿La educación está en crisis?

- Siempre lo está, por los críticos externos (los Ivan Illich de turno que quieren arrasar con la escuela) y por necesidad interna de reflexión permanente que el acto educativo exige. Esto evita que se achanche.

© LA GACETA

Perfil

Pedro Barcia es Doctor en Letras, miembro de número de las Academia Nacional de Educación y de la de Letras (de las que fue presidente), y  miembro correspondiente de la Real Academia Española. Es director de la diplomatura en Cultura argentina de Cudes (Centro Universitario de Estudios), profesor emérito de la Universidad Austral y tiene cinco doctorados honoris causa de universidades de Argentina, Perú y Uruguay. Es autor de 60 libros. Entre otras distinciones, recibió el premio Sarmiento del Congreso de la Nación.

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