Manzur, otra vez, en campaña por Alberto

Manzur, otra vez, en campaña por Alberto

Manzur, otra vez, en campaña por Alberto

La sensación que invade es que de que todo está empeorando, pero que nadie quiere verse afectado en la pandemia y menos tener cuotas de responsabilidad política en la profundización de la crisis social. Empeora desde lo político porque la grieta se ha convertido en el negocio de los profesionales del activismo que buscan imponer un esquema binario para sobrevivir. Empeora desde lo sanitario porque la curva de casos ya es exponencial, y no precisamente porque los controles sean escasos para frenar los contagios, sino porque existe un descontrol social producto del hartazgo al confinamiento y a las limitaciones, posiblemente irresponsable. Empeora desde lo económico por la propia inercia de la crisis y por las consecuencias de las medidas de seguridad que han puesto al borde de la desaparición a muchos negocios; ahondando la pobreza, la desocupación y el hambre. Empeora desde lo institucional porque los hombres y mujeres con responsabilidades de conducción en el Estado han resuelto privilegiar sus intereses personales, minando la credibilidad en las instituciones, y por ende en la clase dirigente. Reformas por allá, nepotismo por aquí.

En el mundo la pandemia hizo y hace estragos, en el país vino a desafiar al sistema de salud y a ponerlo al borde del colapso, y obligó a sacar a relucir en sus comienzos la solidaridad y la acción conjunta de la dirigencia partidaria para enfrentar una enfermedad mortal y sin vacuna; pero la política aguantó hasta donde pudo, la necesidad de diferenciarse llegó a un límite de tolerancia mutua y ahora retomó la senda de los adversarios, cuando no enemigos. Abusos y excesos de ambos lados. Es que la elección de medio término se acerca como si fuera una gran final, decisiva, y hay que distanciarse, no socialmente sino políticamente por eso de la grietavirus, enfermedad con sello argentino. El combo empeora la situación, a niveles de inquietar a las autoridades, temerosas de los posibles desbordes sociales, aún en fase 3, aunque no lo reconozcan. Existe un clima de malestar social, de múltiples orígenes. En el medio surgen los desubicados, con brotes psicóticos, que hablan de golpes de Estado, tan cercanos a las intenciones de aquellos que exigen que los que están se vayan ya, ya sea por las redes o saliendo a las calles. Más antidemocráticos, imposible. Perversión política es hacerles el juego. Hay quienes alientan estas movidas, tal vez los menos, y hay otros más inquietos por el futuro político a causa de la explosión territorial de la pandemia, porque puede llevarse puestos los sueños de los que tienen responsabilidades de conducción institucional.

El coronavirus vino a desafiar las capacidades de liderazgo, vocación de servicio y de planificación, vino a encumbrar primero y a defenestrar ahora. Basta mirar sólo los niveles de aceptación del Presidente en marzo y en abril y el crecimiento de la imagen negativa de los últimos días; eso tiene consecuencias directas en el plano político, desde donde se debe entender que haya resuelto mostrarse menos atado a la pandemia -limitarse a sólo cinco minutos de anuncios- y más preocupado por mostrar gestión, involucrándose en otras áreas de Gobierno, como en el de la obra pública. Si con la covid-19 se vino a pique, debe levantar su perfil por otro lado, y no es porque la pandemia haya pasado, por el contrario, se está en el peor momento. Debe fortalecerse de alguna manera, porque la debilidad siempre marca el inicio del fin de las carreras políticas. Y Alberto Fernández viene con una falla de origen: fue designado para ser el candidato a presidente por una persona, no por el PJ, ni siquiera en un plenario de dirigentes. Fue delfín y sigue siéndolo. ¿Debe nacer entonces el albertismo como expresión interna del oficialismo cuando el propio Presidente parecía no querer impulsarlo, o bien frenarlo? Aquí surge el nombre de Manzur.

Mañana, bien temprano, el tucumano viajará a Buenos Aires para participar de una reunión de gobernadores con Alberto Fernández. Si bien la excusa es dialogar sobre la marcha de los arreglos por la deuda pública, el objetivo es demostrar que se está pensando en el futuro post pandemia y acentuar la visión federal del jefe de Estado, reiterada y prometida, de pretender gobernar con 24 mandatarios. Implica un intento por retomar el centro de la escena y de manera presencial, no virtual, sin Zoom. Es más potente políticamente una foto con todos juntos que una imagen de Alberto en un escritorio mirando decenas de pantallas. Se invitaría a todos los gobernadores, afines y extraños. Manzur, como se recuerda, fue de los primeros referentes del interior en adherir a la fórmula de los Fernández, pero con más simpatía y afinidad con Alberto, por quien prácticamente se convirtió en un armador del peronismo profundo. Organizó reuniones de gobernadores, de empresarios y de sindicalistas en pos del binomio oficialista. Estuvo en la primera línea, jugó en la escena nacional del peronismo, se codeó en la gran liga, pero no le pagaron tanta devoción partidaria y entrega por la causa con un ministerio, o la Jefatura de Gabinete. Tal vez Cristina haya tenido algo que ver.

Hoy, en medio del miedo y la incertidumbre que genera la pandemia, pero mirando un poco más allá -cuando el coronavirus desaparezca-, se está reproduciendo aquel movimiento político entre los peronistas para fortalecer la gestión, pero por sobre todo para respaldar al Presidente. Parece debilitado, desgastado, y solo. Entonces, no tanto albertismo sino más bien potenciar a Alberto, porque está ofreciendo muchos flancos, y con Cristina jugando su propio partido detrás. Esto habría sido pergeñado entre Manzur y Santiago Cafiero, el jefe de Gabinete. La idea del encuentro personal del Presidente con los gobernadores lleva el sello del tucumano, quien le habría sugerido la reunión, con las previsiones del caso -léase no repetir la foto con Moyano-, para decir que hay gestión y que se piensa en el futuro pese a los dramas que está generando la pandemia.

Lo que se viene, en términos políticos, significa pararse lo mejor posible para los próximos comicios, con o sin PASO -a no descartar que finalmente puedan soslayarse-, porque es el primer plebiscito que tendrá que enfrentar el Gobierno. Y aunque las miradas estarán puestas en el resultado de todo el país, el interés y el análisis del peronismo se centrará en la batalla electoral de Buenos Aires; porque perder en ese bastión implicaría acrecentar las chances opositoras para el 2023. Y mermas las propias. Y si hay derrota peronista en Buenos Aires, ¿pierde Alberto o pierde Cristina? Allí hay mucho más en juego que un simple plebiscito, pues pueden producirse cambios en el tablero de poder del oficialismo.

Fortalecer a Alberto desde el interior no es casual en ese marco, como tampoco que vuelva a aparecer Manzur en el panorama político. La reunión que mantuvieron esta semana el tucumano y Gerardo Zamora con el Presidente fue para charlar sobre el tiempo post pandemia que se viene, en cómo afrontarlo, marco en el que se acordó la construcción de la autopista Tucumán-Termas de Río Hondo. Del tucumano se sabe que está en la línea albertista -siempre vale recordar que en su asunción dijo que Alberto es el único conductor del peronismo-, pero del santiagueño se puede dudar: su esposa, Claudia Ledesma Abdala es cristinista, y hoy es la presidenta provisional del Senado. Los mandatarios pueden tener distintas motivaciones políticas, aunque compartan las preocupaciones por el futuro de la gestión.

Alberto tiene muchos frentes abiertos, incluso dentro de su propia trinchera, con su vicepresidenta, y eso le preocupa a Manzur. El protagonismo de su compañera de fórmula lo excede y debilita; se entiende entonces que el gobernador promueva una suerte de reedición de aquel acompañamiento a su candidatura para fortalecerlo, tal como pasó en la campaña. Lo que lleva a plantear si Manzur querrá nuevamente intentar llegar al gabinete o si bien sólo apunta a estar en una mesa chica de la presidencia, del albertismo o del oficialismo moderado, o como sea que se llame. Irse de Tucumán ahora, aunque más no sea de licencia, no parece que sea una opción que considere seriamente, especialmente a partir de sus acciones habituales, como lo son las salidas a municipios y comunas, que muestran activo exponiendo que le preocupa lo que se viene. Un ejemplo es su visita a La Cocha, donde la municipalidad estimula la producción porcina, a partir de lo cual decidió habilitar una carrera terciaria sobre agroalimentos, cuyas inscripciones empezarían en noviembre y las clases, posiblemente, en marzo.

O sea, mostrar que gestiona, un aspecto que estuvo presente en la última charla que mantuvo con Alberto. El gobernador confía en el Presidente, de quien suele repetir que es un hombre sereno, de consensos y que conoce la botonera del Estado. ¿Se distrae Manzur de sus responsabilidades sanitarias locales en su intención de priorizar el respaldo al Presidente? En medio del recrudecimiento de los contagios en Tucumán vale interpretar que tiene un objetivo a largo plazo -¿el escenario nacional post 2023?- o bien que confía mucho en el trabajo realizado para reforzar el sistema de salud provincial. Sin embargo, si todo se desmadra, él será el principal responsable, con las consecuencias políticas, por ser un médico sanitarista y por haber sido Ministro de Salud de la Nación. No puede descuidarse. Un verdadero fracaso sanitario, y colateralmente político, sería que el sistema colapse y que las muertes se produzcan en las casas y no en los hospitales; como reflexionó crudamente dirigente peronista.

Sin embargo, ya hay consecuencias de tinte político por la vuelta a la fase 3, que en cierta medida desnuda un fracaso social conjunto. Los afectados en su economía salieron a la calle a protestar, y la elegida para el escrache fue la ministra de Salud, Rossana Chahla. ¿Por qué ella y no Manzur? Básicamente, porque la funcionaria fue la que dio la cara para dar las malas noticias, dijo qué actividades se restringen y recibió el malestar de los directamente afectados. Políticamente, pasó de ser la mejor de todas desde lo sanitario a perder imagen desde lo político, como el Presidente. Los dirigentes de raza prefieren no exponer el cuero frente a estas situaciones, menos en la realidad actual; lo sabe Alberto, lo sabe Manzur y ahora lo sintió la ministra, que obtuvo el respaldo, político, de la ministra de Gobierno. Lo mismo que hará Manzur con el Presidente: salir a respaldarlo.

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