Raúl Reyes: “enseño actuando, actúo de mis maestros, de mis alumnos”

Actor, director, principalmente docente, su taller cumplió 25 años y se ha convertido en un referente de la formación teatral tucumana. Los comienzos.

CUATRO DÉCADAS DE TEATRO. Raúl Reyes se vinculó con lo escénico al terminar el colegio secundario. Fotos de Marga Fuentes CUATRO DÉCADAS DE TEATRO. Raúl Reyes se vinculó con lo escénico al terminar el colegio secundario. Fotos de Marga Fuentes

Siluetas que dibujan fragmentos de vida en un escenario. Ecos de Yes, Spinetta. Apuntes sonoros de bossa, jazz y folclore, se cuelan en sus insomnios teatrales. “Recuerdos de infancia ligados a la figura de mi viejo, sus diarios porteños, LA GACETA, las revistas de historietas (El Tony, D’Artagnan, Nippur de Lagash, Gilgamesh, El Eternauta)… me vienen imágenes de recorrer calles del barrio para intercambiar con amigos, buscando aquel ejemplar para completar la colección. Tal vez allí nació el imaginario que tanto me ayudó para el teatro, imágenes y viñetas, ligadas a la acción, como los dibujos de Altuna y Breccia. También los radioteatros de Angélica, mi madre; los escuchaba a la siesta, mientras ella cosía”, evoca. Y aunque a lo largo de una década pisó las tablas, la docencia se convirtió en el amor más fuerte de Raúl Reyes. Su sala y taller “Luis Franco”, que funciona en el Círculo de la Prensa y ha cumplido 25 años en noviembre, se ha convertido ya hace tiempo en un referente de la formación de actores.

- En nuestros años mozos, te conocí como un “matasanos de la guitarra”…

- Fue mi primer trabajo. Mi tío Tomás me consiguió un puesto en el taller de luthería de Mario Ceballos, contiguo a la iglesia Santo Domingo, que necesitaba un ayudante. No llegué a construir una guitarra, arreglaba aros, puentes, diapasón y el lijado, previo al lustre, tanto polvillo me provocó una alergia que aún sigue. Ese taller, lo recuerdo escenográfico y teatral, con decenas de guitarras e instrumentos a reparar, en un espacio irregular de claroscuros, una luz cenital sobre las mesadas de trabajo, un olor a madera y lustre. A veces acompañado con la voz y al requinto de Ceballos, era cantante, interpretando el cancionero de Los Panchos. Me interesaba muchísimo la música, King Crimson; Yes; Emerson, Lake & Palmer; el rock nacional; el folclore del bueno; luego vino el jazz, la bossa. La música, siempre la música. Aprendí algo de guitarra y canto, con mi amigo y maestro Carlos Podazza.

-¿Cómo desembarcó el teatro en tu vida? ¿Cuál fue la primera obra que viste?

- Llegué tardíamente, a los 21 años, me gustaba el cine, ir a la Cineteca, ver Fellini, cine ruso o del polaco Wajda, el francés, etcétera. La actuación teatral, lo poco que había presenciado, me resultaba ajena, por su afectación, acostumbrado a la actuación cinematográfica; sin embargo, Fellini apelaba a ese grotesco, pienso. Era eficaz, además de poético. La primera obra que vi fue “El Cuarto de Verónica”, de Ira Levin; me gustó esa mezcla sórdida y oscura de la puesta. Me invitó un cumpa del cole, era el boletero.

ESPACIO CREATIVO. “Las dificultades de mis alumnos son las mías”, afirma el creador de la sala Luis Franco. ESPACIO CREATIVO. “Las dificultades de mis alumnos son las mías”, afirma el creador de la sala Luis Franco.

- ¿Cuál fue el disparador?

- Hace 40 años que comencé. Me invitaron a presenciar un ensayo de “Mateo”, de Discépolo, que no se concretó. Había un grupo que dirigía Rolo Andrada, en un rincón donde hoy funciona la Secretaría de Cultura. Él empezó a dar clases. Un día, me pidieron que contara billetes imaginarios, lo hice mal. Pasé días y días observando a cajeros del Banco Provincia; un guardia me preguntó qué hacía allí, cómo explicarle que era una “observación teatral” y tal vez el “inicio de una carrera”. De ver para actuar, contar billetes teatralmente, nació algo que aún perdura: la acción y su corrección. El ensayo y el error. Un día improvisé una suerte de monólogo frente a un espejo enorme, mis compañeros sentados a contraluz observándome, unos ventanales al fondo… recuerdo casi todo, no lo temático ni lo dicho, sí las energías e intensidades en juego, una percepción tan singular que nunca me había pasado, un estar adentro y afuera al mismo tiempo, sensación que hasta hoy me acompaña al actuar, de naturaleza bifronte. Trato de enseñarlo en clases: aquella primera escena.

- ¿En qué momento el teatro te dibujó el destino? ¿Qué maestros en tu formación te dejaron enseñanzas clave?

- Empecé en plena dictadura. Sin canales expresivos, al menos en los que yo me había desenvuelto. Laburaba de administrativo por las mañanas, tratando de iniciar Derecho por las tardes. Un día encontré el teatro, no volví más a la facu, con el tiempo dejé el empleo; solo luthería y teatro. De Rolo, mi primer maestro, aprendí el respeto y la pasión por el oficio. El deslumbramiento por lo teatral, un agradecimiento infinito por permitirme enseñar en sus cursos. Justo Gisbert, la figura del docente, gran actor también. Raúl Serrano, un apego por el estudio, por la praxis, por el análisis activo en la tarea del actor. Ricardo Bartis, la creación, la forma, la autonomía del actor, un giro paradigmático. Pompeyo Audivert, ver que todo se resume en la poética del cuerpo. Un actor extraordinario.

- Tu carrera actoral parece haber sido breve, ¿por qué? ¿La docencia y la dirección ganaron la pulseada?

- En los 80 actué casi 10 años, intensos e inconclusos. Actué con grandes: Pedro Sánchez, Elba Naigeboren, Rolo, Aída Tesolín, Jorge García, Liliana Sánchez, Larry Jantzon, Ricardo Podazza, Susana Romero, Gloria Berbuc, Paco de la Guerra, tantos, increíbles camaradas de la ficción. Hasta que apareció la docencia y ganó la pulseada. Enseño actuando, actúo de mis maestros, de mis alumnos, los imito, todo lo que compartí y aprendí. En clase intervengo, explico las escenas accionando. Actúo mis errores enseñándolos. Luego los alumnos lo hacen mejor. Siempre. Alguien dice que se “puede enseñar lo que no se sabe”. La voluntad inteligente del que aprende puede más. Caí en la dirección empujado por el deseo de aquellos que querían: salir al ruedo en el taller. Me apasionó. Otro embrollo del cual no salgo. También dirijo actuando, como enseño. Es tremendo ese rol, tan abarcativo y complejo. Actuar, enseñar y dirigir es una forma de seguir estudiando, que me motoriza y nunca cierra.

- ¿Qué mundo te abrió la docencia?

- Todo un tema, puede sonar disparatado, creo que abordé enseñando las inconclusiones que tenía al actuar, mis yerros, mis miedos e inseguridades. Mis límites como actor. Enseñar fue una manera de abordarlos. Suelo irme de clase con las dificultades y obstáculos de los alumnos a cuesta, aprendí que sus dificultades son las mías. Espero un día volver a actuar, tal vez como homenaje a tantos alumnos, maestros y colegas de los que aprendí tanto. Quiero mucho a los actores y actrices. No los frecuento, pero son también mi familia teatrera. Ojalá vuelva a actuar, pero falta.

- ¿Tenés un método de enseñanza propio? ¿La base es el método de las acciones físicas? ¿Qué te interesa lograr con un alumno?

- Años atrás enseñaba lo que había estudiado y creí aprender del método stanislavskiano, en versión Raúl Serrano. Adherí fervorosamente y me estudié todo al respecto. Con los años el soporte se convirtió en peso. Racionalizar el acto creativo, metodizarlo o volverlo sistémico suele anular lo más maravilloso de la actuación que es el “no saber”, un cierto misterio, algo inasible y latente. En el taller entrenamos mucho, cual cartas mezclamos escuelas y saberes, estudiamos reglas teatrales propias y ajenas, pero que promuevan el salto creativo del actor. Busco un actor o actriz que se plante, que proponga: que ataque la “normalidad”, que no se someta. Ah, y que no se la crea tanto…

- ¿Cuál es la mayor satisfacción que podés tener como docente?

- Cuando me encuentro con el deseo y las ganas inteligentes del que quiere aprender, cuando el goce y el placer no son desplazados por el “saber”, el oficio o “la profesión”. Allí, el teatro es una fiesta. Como decía Vatangov: “no se puede aprender con un grisáceo sentimiento cotidiano”.

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