Idas y vueltas de la fiesta de la Independencia

Idas y vueltas de la fiesta de la Independencia

Pasó una década hasta que el 9 de Julio ganó dimensión oficial en Buenos Aires, aunque en tiempos de Sarmiento comenzó la importancia definitoria, que alcanzó a fines del siglo XIX. Los vínculos con el 25 de Mayo.

 “Evocación histórica” (1921), óleo del peruano Teófilo Castillo sobre la fiesta de la Independencia. “Evocación histórica” (1921), óleo del peruano Teófilo Castillo sobre la fiesta de la Independencia.

Aunque los separa un lapso de seis años, los dos acontecimientos más importantes de nuestra historia fundacional como país están irremediablemente vinculados: no habría tenido sentido la Revolución de mayo de 1810, si no se hubiese producido la Declaración de la Independencia en julio de 1816; ni esta habría sido posible sin aquellos sucesos culminantes de la Semana de Mayo. En varios mojones del derrotero durante el siglo posterior a esos episodios, ambas celebraciones se midieron, sin embargo, de manera distinta.

“El proceso revolucionario que se inicia en 1810 iba apuntando, indisimuladamente, hacia la Independencia. De modo que cuando se la proclama en Tucumán, luego de seis años de vida virtualmente independiente, no sorprendió. De alguna manera se la esperaba; de hecho, la Asamblea del año 13 ya tiene un sello de rompimiento total con España. De modo que las dos fiestas están íntimamente unidas en un solo ideal”, subrayó Elena Perilli de Colombres Garmendia, profesora de Historia y vicepresidenta de la Junta de Estudios Históricos de Tucumán.

Acaso tan esperada había sido la Declaración formal de la Independencia que desde el minuto posterior a la firma del acta comenzaron los festejos, que se extendieron durante varios días. “Ese 9 de julio se celebró con gran regocijo: misas con sermón patriótico, y un legendario baile en la Casa Histórica. Días después, el 21 de julio, juraron la Independencia las autoridades; y el 25 lo hacen las tropas, en el campo donde había tenido lugar la Batalla de Tucumán. Es decir, casi todo un mes de celebraciones”, contó Perilli.

Según añadió, ese fervor contrastó fuerte con los festejos por el primer año del acontecimiento. “En 1817 fue muy modesta la celebración; muy poco ruidosa. Hay que situarse: se estaba en medio de la guerra, con un erario flaquísimo, con finanzas en rojo; (José de) San Martín estaba avanzando con su plan continental. Era una situación muy difícil; y todo eso configuraba un cuadro para este festejo muy empobrecido”, detalló.

Habría de transcurrir una década para que el 9 de Julio gane dimensión oficial desde Buenos Aires. “Recién en 1826, (Bernardino) Rivadavia dispone que se celebre el Día de la Independencia, por considerarlo tan importante como el 25 de Mayo. Y esto se ratifica en 1835, durante el segundo gobierno de (Juan Manuel de) Rosas: él dicta un decreto que dice que el 9 de Julio se iguala en importancia con el 25 de Mayo, porque ahí se conforma una nación libre, independiente de los reyes de España y de toda otra dominación extranjera”, señaló la especialista.

No obstante aquellas resoluciones oficiales, el 9 de Julio todavía precisará que voces autorizadas lo “avalen”. “En 1856, (Domingo Faustino) Sarmiento también destaca la importancia de esa fecha, y la compara con el 4 de Julio de 1776, día de la Declaración de la Independencia de Estados Unidos”, contó.


En la comarca

En el ámbito provincial, según explicó Perilli, durante la gestión de Alejandro Heredia (1832-1838) a cada fecha patria se le asignaba un sentido bien diferenciado: “el 25 de mayo se festejaba ‘la regeneración política’, y el 9 de Julio, nuestra independencia política”.

Precisó que los festejos alcanzan una forma más acabada en 1858, bajo el gobierno de Marcos Paz. “Él determina que debían sonar salvas en las primeras horas de la mañana, que se debía hacer guardia frente al Cabildo, las marchas patrióticas. Ahí adquiere mayor solemnidad como fiesta”, explicó. Agregó, sin embargo, que la Casa Histórica recién sería adquirida por el Estado en 1874: “hasta entonces, estaba bastante ruinosa y no se hacían allí celebraciones”.


Movimiento nacionalista

El movimiento nacionalista que se da hacia finales del siglo XIX, con la reafirmación de la identidad, repercutió de manera positiva en todo lo que tiene que ver con el 9 de Julio. “Cobran importancia la memoria histórica, las fiestas patrias, los símbolos nacionales. Y ahí la Sociedad Sarmiento pasa a cumplir un papel muy importante, porque se convierte en una especie de custodia, de guardiana de la Casa Histórica, con el apoyo del Gobierno provincial. Ya era propiedad del Estado, y la Sociedad Sarmiento trabajaba para acondicionar salón histórico”, contó Perilli.

En paralelo, según agregó, esta efervescencia por lo nacional motivó peregrinaciones desde Buenos Aires, que venían a rendir culto al solar de la Independencia. “Muchísimos contingentes, hasta fines del siglo. Había un espíritu exaltado, un sentimiento nacionalista que hacía que vengan a rendir homenaje a este hecho tan significativo”, describió la historiadora. Esa conmoción -añadió- perduró hasta entrados los inicios del siglo pasado. Y aunque alcanza su apogeo con las celebraciones del Centenario, vuelve a notarse en estas, de manera pronunciada, una diferencia con los festejos por los 100 años de la Revolución de Mayo. “En 1910 se vivía una época de gran apogeo, de desarrollo económico; y se quiso ‘tirar la casa por la ventana’. Se hizo un festejo muy lucido, con delegaciones extranjeras. Era un momento de gran euforia, de una Argentina pletórica, que se abría al mundo”, explicó Perilli.

No ocurrió del mismo modo durante el Centenario del 9 de Julio. “En 1916 la situación había cambiado totalmente. El país sintió los efectos de la Primera Guerra Mundial, iniciada en 1914. Además, meses antes de julio habían tenido lugar las elecciones. El colegio electoral debía reunirse el 29 de julio, y eso generó un clima de incertidumbre y de turbulencia, porque cambiaba la orientación política con el triunfo de Hipólito Yrigoyen. No había una atmósfera plácida y cálida. Y a eso se sumaba que no había dinero, y que el entonces presidente, Victorino de la Plaza, no tenía mucha simpatía por Tucumán”, enumeró.

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