Una guerra con la radio pegada a la oreja

Una guerra con la radio pegada a la oreja

Mientras los “Naranjas” medían fuerzas con los maoríes, San Martín humillaba a Boca 6-1.

HAKA. La danza tradicional de los neozelandeses fue un momento para el recuerdo. Todo lo que sucedió después, más bien para el olvido. HAKA. La danza tradicional de los neozelandeses fue un momento para el recuerdo. Todo lo que sucedió después, más bien para el olvido.

El 20 de noviembre de 1988 fue un domingo de alto impacto para el deporte argentino, que se reflejó con tres grandes titulares en las tapas de los diarios del lunes: la consagración de Gabriela Sabatini en el Masters de Nueva York tras derrotar a la estaounidense Pam Shriver; el inolvidable 6-1 de San Martín a Boca en La Bombonera; y la cruenta batalla entre los Naranjas y los maoríes neozelandeses en cancha de Atlético.

Estos últimos dos llegaron a solaparse en esa tarde dominical, por lo que en las tribunas del Monumental “José Fierro” hubo muchos que vieron el match con la radio pegada a la oreja, siguiendo atentamente lo que pasaba en Buenos Aires. Por supuesto, ni el fanático más irredento de los “Santos” podía siquiera imaginar lo que estaba por suceder: Boca, que había recibido apenas cinco goles en las primeras 11 fechas del campeonato, se estaba por comer seis en menos de 90 minutos y en su propia casa.

Si lo que se oía era difícil de creer, lo que se veía en el césped de Atlético no se quedaba atrás. “Se les salió la cadena a estos muchachos. Lo suyo fue tremendamente agresivo”, resume Marcelo Ricci, capitán de aquel Tucumán, lo que fue el duelo con los neozelandeses. Nadie esperaba una tarde tan violenta, pese a que los Naranjas estaban bien informados de la aspereza del equipo maorí desde el año anterior, cuando un equipo tucumano había hecho una gira por Australia y Nueva Zelanda. Allí, les habían comentado que el seleccionado maorí (integrado por jugadores descendientes de las tribus nativas de Nueva Zelanda) tenía por entonces prohibido salir del país, ya que sus jugadores eran tan hostiles que con frecuencia los partidos no llegaban al minuto 80.

Curiosamente, eso estuvo a punto de suceder en el choque contra los Naranjas. Los entrenadores Alejandro Petra, Manuel Galindo y Luis Castillo alinearon a Juan Soler; Gabriel Terán, José Gianotti, Santiago Mesón y Federico Williams; Ricardo Sauze y Pedro Merlo; José Santamarina, Marcelo Ricci y Pablo Garretón; Pablo Buabse y Sergio Bunader; Luis Molina, Ricardo Le Fort y Julio Coria.

Con semejante equipo, Tucumán se animó a jugar de igual a igual. El problema fue que eso al parecer no les gustó a los hombres de negro, que no tardaron en comenzar con los pisotones, los agarrones y los empujones cada vez que se veían superados en una formación.

Una guerra con la radio pegada a la oreja

“Fue algo atípico. Tuvo más de guerra que de partido de rugby”, define Ricci, que terminaría con un hematoma en el pómulo derecho propio de un combate de boxeo. A medida que el “Santo” de Nelson Chabay le iba dando forma a la humillación sobre el Boca de José Omar Pastoriza con el gol de Jorge López, el doblete de Dante Unali y el hat-trick de Antonio Vidal González, en 25 de Mayo y Chile la pulseada se iba saliendo de control. Consumado el primer cuarto de hora del complemento, el referí mendocino Alberto Freyre le cobró una infracción al pilar Steve McDowall, a lo que este reaccionó agarrándolo de la camiseta, ganándose la expulsión. El equipo neozelandés, en protesta por la decisión de Freyre, amenazó con retirarse de la cancha. Luego de un parate de más de cinco minutos, el capitán Ricci y otros jugadores lograron convencer a los de negro de continuar el partido.

El tema es que ya para entonces, lo que debía ser un espectáculo de jerarquía internacional estaba completamente desnaturalizado. El público tucumano ya hacía rato había perdido la compostura, y algunos aficionados se habían pegado a la tela para insultar a los neozelandeses, tanto a los que estaban en la cancha como a los del banco de suplentes. Era un bochorno. Para colmo, cuando terminó el partido (que ganaron los visitantes 12-3, con cuatro penales de Franco Botica, contra uno de Mesón), algunos aprovecharon que no se había habilitado un túnel de salida para agredir a los maoríes. Indignado con el comportamiento de los hinchas, Santamarina había tratado de calmar los ánimos junto a otros “naranjas”. “No opinaré del partido. Sólo diré que la gente de Tucumán no me gusta, quiero irme rápido de aquí”, se quejó Botica a la salida. “Tucumán es un rival muy fuerte, nos complicó mucho. Pero me llevaré el recuerdo de que la gente nos trató muy mal”, añadió Wayne Shelford, una de las figuras de la formación neozelandesa.

HAKA. La danza tradicional de los neozelandeses fue un momento para el recuerdo. Todo lo que sucedió después, más bien para el olvido. HAKA. La danza tradicional de los neozelandeses fue un momento para el recuerdo. Todo lo que sucedió después, más bien para el olvido.

No fue precisamente el final que había imaginado Ricci para su trayectoria con la Naranja: el capitán del primer Tucumán campeón argentino había elegido ese día para despedirse del seleccionado. Al menos, en territorio nacional, ya que participó de la gira tucumana por Europa al año siguiente, pero ya en calidad de invitado.

“El día anterior, con Shelford habíamos participado juntos de una entrevista. Ahí le comenté que iba a ser mi último partido, y que esperaba poder cambiar mi camiseta con él después del partido, a lo que accedió. Con todo lo que pasó, pensé que no se iba a poder, pero demostró ser un caballero y cumplió. Aún la tengo guardada”, cuenta el “Pescao”, como prueba de que se llevó algo más que un ojo morado.

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