El Ojo Crítico: “Nadie sabe que estoy aquí”

El Ojo Crítico: “Nadie sabe que estoy aquí”

Cine bello y sutil, convertido en poesía.

PROTAGONISTA. Jorge García interpreta a Memo en esta muy recomendable producción chilena. PROTAGONISTA. Jorge García interpreta a Memo en esta muy recomendable producción chilena.

MUY BUENA

PELÍCULA / POR NETFLIX

Hay una poesía en Netflix. Al extenso catálogo de series, documentales y películas de todo tipo de géneros, se le ha sumado hace poco una poesía o al menos la película más parecida a una que se haya visto allí. “Nadie sabe que estoy aquí”, el film chileno, dirigido por Gaspar Antillo (vendría a ser nuestro poeta) y recientemente estrenado, es lo más cercano a un poema de amor, de desamor y de nostalgia.

Una poesía que llama la atención primero por sus colores y por sus matices en su gestación. La producción es casi en su totalidad chilena y está protagonizada por Jorge García, uno de los actores principales de “Lost” (allí era Hugo o “Hurley”). Si bien él tiene orígenes cubanos y chilenos, nació en Estados Unidos y la mayoría de su carrera cinematográfica la hizo allí. Gastón Pauls tiene también un pequeño pero importante rol dentro de la historia.

Memo (García) es un hombre que vive prácticamente recluido en una isla del sur de Chile y trabaja en una granja con ovejas. Su vida podría haber sido otra si su enorme habilidad para cantar hubiese sido canalizada de manera diferente durante su niñez. Distintos episodios le provocaron un severo trauma que sigue persiguiéndolo hasta la adultez y sobre eso va girando la película, nuestra poesía en cuestión.

Una poesía que llama la atención por sus colores y sus matices también en la fotografía, en este caso a cargo de Sergio Armstrong. Planos que declaran un amor a primera vista y que nos obligan a pensar lo hermoso que hubiese sido poder verla en el cine.

Llena de metáforas sutiles sobre la soledad, la frustración, la intimidad y el afecto. Así está escrita. Con versos excelentemente representados y actuados por García, que dice poco con la boca pero mucho con el cuerpo y sus gestos. Muchísimo. Sus mejores rimas son Marta, interpretada por Millaray Lobos y Braulio, su tío, encarnado por Luis Gnecco. No importa cuánto se ensimisme Memo, ellos estarán ahí para entenderlo. Aún por delante de su padre.

Los silencios no son sólo patrimonio del personaje principal. Es una película parca, una poesía de pocas palabras y eso ayuda a generar climas fuertes, distintos, desconocidos, arriesgados. Evadiendo la literalidad en la mayor parte de la película y poniéndonos a pensar. Muchos de esos climas nos dejan como una buena poesía o una pintura abstracta: con la duda de su significado concreto pero con la certeza de que estamos ante algo precioso. Después de todo, el significado será el que le pongamos nosotros.

Como en una buena poesía, ninguna palabra parece estar de más. Todas las líneas y planos tienen su sentido específico.

Con esta película, Antillo ganó el premio al mejor director de nuevas narrativas en el Tribeca Film Festival, de Nueva York, este año. Nada parece más acertado que eso. Una nueva manera de contar una historia con un guión corto, con más silencios y con esos climas que no sólo son diferentes entre sí, sino que cambian súbitamente, de un momento a otro y sin parecer forzado.

El final es potente, con una estrofa recitada por nuestro ya entrañable Memo y la sensación de que no hubo nada de más ni nada de menos en la película.

Hasta la métrica poética del cine parece haberse cumplido aquí: una poesía de 90 minutos clavados que pasan rápido, que fluyen y que animan a verla/leerla y a disfrutar de una nueva narrativa. Que no es poca cosa entre tantas ofertas.

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