Compromiso con el tiempo que se vive

Compromiso con el tiempo que se vive

El deporte vuelve, pero conciente de que tiene que reacomodarse a estos tiempos. Recuerda a los muertos del coronavirus antes de mover la pelota. O se arrodilla en solidaridad con la brutalidad policial que mata a ciudadanos negros en Estados Unidos. El viernes vimos a Paulo Dybala en la vuelta del Calcio y ayer a “Leo” Messi en el retorno de la Liga española. Y el miércoles veremos a “Kun” Agüero en la Premier, pero vemos también a jugadores que rinden silencio respetuoso, de pie o de rodillas, concientes de que los tiempos son hoy algo más complejos.

Habrá arrodillamientos masivos también cuando comience la NBA en Disney. Justamente Disney. Pero el deporte sabe hoy más que nunca que puede ser mucho más que un entretenimiento, mucho más que una distracción, mucho más que un negocio, que un juego y hasta que un alivio. Hablo del deporte que, como pocas veces lo hemos visto antes, asume su compromiso con el tiempo que le toca vivir, conciente acaso de que la mayoría de las víctimas de la pandemia o la brutalidad podrían ser sus padres, hijos, o, si no hubiesen trabajado sus talentos deportivos, ellos mismos.

Es extraordinario el liderazgo de LeBron James, el crack de la NBA, en Estados Unidos. Su última iniciativa se llama “Más que un voto” y busca darle fortaleza al voto de los afroamericanos para las elecciones de noviembre, en las que el hoy cada vez más cuestionado Donald Trump competirá contra el demócrata Joe Biden. Es la apuesta política más comprometida de LeBron, que desde hace años invierte millones de dólares para ayudar a los más desfavorecidos en su Ohio natal. LeBron tiene más de 136 millones de seguidores entre sus cuentas de Twitter, Facebook e Instagram, una cifra notable si se advierte que en las últimas elecciones presidenciales de 2016 en Estados Unidos votaron 137 millones de personas.

La Federación de fútbol de Estados Unidos anunció que no habrá más obligatoriedad de atender de pie y con gesto patriótico las ejecuciones del himno. El más violento fútbol americano de la NFL se disculpó por haber echado a Colin Kaepernick en 2018 y aclaró que, cuando comience la nueva temporada, no volverá a sancionar más a jugadores que se arrodillen con el himno. El automovilismo de la categoría Nascar, de público muy blanco y muy conservador, prohibirá la exhibición habitual en sus competencias de banderas confederadas, símbolo de esclavitud y racismo. Las autoridades están tomando medidas antes de que los hechos los superen. Se vio con las estatuas centenarias que rendían homenaje a esclavistas célebres, reconvertidos en filántropos de sus ciudades, y que dan nombres a avenidas, parques, hoteles y universidades. Estatuas que fueron dañadas o, directamente, arrojadas al río.

Seguramente, después de tantos años y años de injusticia, se cometen excesos en medio de los reclamos. Y también es muy probable que algunas de las decisiones que están tomando las autoridades huelan a puro oportunismo o corrección política excesiva. Sobreactuada.

Allí está, sino, el debate por la postergación del relanzamiento del célebre filme “Lo que el viento se llevó”, éxito histórico cinematográfico, realizado en tiempos de racismo naturalizado. O la exigencia de imponer cuotas en el deporte. Todo esto me hace recordar a Sudáfrica. Después de medio siglo de racismo legalizado (y varias décadas más de pura explotación) la nueva Sudáfrica democrática de Nelson Mandela advirtió que tenía que imponer cuotas en el rugby. Que no habría decisión espontánea de las autoridades para darle lugar en equipos y en selección a la enorme mayoría negra de la población. Mandela supo siempre que el deporte puede ser una enorme herramienta que ayude a transformaciones sociales. Impuso entonces cuotas, es decir, obligatoriedad de darles lugar a jugadores negros. Así creció el equipo Springbok, que ahora es campeón mundial. Y con capitán negro.

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