Francisco Santamarina: la guitarra, esa flor pegada al corazón

Desde hace tiempo, el músico nacido en Concepción es uno de los animadores de la vida artística tucumana. Un notable acompañante de intérpretes.

FUSIONADOS. Francisco Santamarina respeta y honra a la guitarra. FUSIONADOS. Francisco Santamarina respeta y honra a la guitarra.
Roberto Espinosa
Por Roberto Espinosa 11 Junio 2020

Varios desvelos parecen dibujarse en su rostro. Cuando por las hendijas de sus párpados brota un Re menor, se estremece la sensibilidad del diapasón. La zamba se ejercita en la creatividad de los acordes y levanta vuelo en la nocturnidad. Es desde hace unos años un animador de la vida musical, como sesionista de Franco Luciani, Ángela Irene, Bruja Salguero, el Mono Villafañe y Lucho Hoyos, entre otros. “No tengo noción del minuto cero, pero sí certeza de que en casa siempre se escuchó música: mi padre, un melómano absoluto; mi madre, santiagueña de Frías, venía de un hogar musical. Mi abuelo materno tocaba la guitarra, el paterno, piano y violín. A los nueve años comencé a estudiar guitarra. Mi padre desandó su vida entre la medicina y el arte, reunía en casa a los cantores, músicos y poetas del pueblo. En ese mundo fui creciendo ‘entre medio los cantores florecidos dentro el alma’. Sin duda, ellos traían un bagaje musical y me lo transmitieron”, cuenta Francisco Pancho Santamarina (nació en 1983), destacado guitarrista y acompañante de vocalistas.

- ¿Cómo era el ambiente musical en Concepción?

- Concepción siempre fue hostil para el arte. Desde que yo recuerdo, no hay una conciencia cultural. Para los Gobiernos la cultura no es un factor fundamental. El rugby y las carreras de auto son el punto de inflexión, donde la sociedad se ve identificada. Si a eso le sumás direcciones de culturas deficientes, el resultado es aterrador, en cuanto al reconocimiento y difusión de los artistas locales y también a las posibilidades de crecimiento, aprendizaje y desarrollo laboral. En aquellas épocas éramos dos o tres “locos” que generábamos cafés literarios para poder tocar. Yo tuve el apoyo de mis padres y posibilidades económicas para poder irme a estudiar, pero no todos tienen esa dicha.

- ¿Qué maestros te marcaron un rumbo?

- El primero, Rolo Tolosa, estuve un tiempo con él. Un día, un amigo me hizo escuchar un casete de Lucho. Fue determinante. No podía creer que al folclore se lo pueda tocar desde ese lugar. Vinimos con mis padres a su academia y comencé a estudiar con él. Lucho fue mi maestro, me enseñó cuestiones teóricas y técnicas de la música y la guitarra, me abrió la cabeza conceptualmente. Eso me permitió concebir la música como lo hago hoy.

- ¿Tus padres se radicaron acá o solo viniste a estudiar?

- Vine a estudiar cuando terminé la secundaria, con el afán de estudiar medicina, en contra de la voluntad de mi padre que siempre quiso que hiciera música. Por suerte, entendí inmediatamente que tenía que ser músico. Tuve una formación informal con profesores particulares, libros y discos. Mi academización llegó cerca de los 22 años cuando ingresé al Instituto Superior de Música de la UNT (Ismunt). Allí aprendí cuestiones formales, y a organizar los conocimientos, a estudiar mejor, pero los que me formaron como músico, paradójicamente, fueron los conocimientos impartidos por la parte no formal.

- ¿Qué guitarristas despabilan tus orejas?

- Juanjo Domínguez, Juan Falú y Luis Salinas. Ellos lograron una identidad sonora y musical, cada uno en su estilo. Es lo más difícil, sobre todo, si hablamos de instrumentistas que cuentan solo con el sonido y no con la palabra. Eso a mí me conmueve sobremanera. Aparte no solo son grandes intérpretes, sino grandes creadores. También están Paco de Lucía y Yamandú Costa, entre mis preferidos.

- ¿Vos elegiste la guitarra o al vesre?

- Creo que ella me eligió a mí, gracias a Dios. Yo era un niño cuando nos cruzamos, y no tenía conciencia real de cosas como hoy, para decidir sobre un instrumento. Hoy, la elegiría yo, sin dudarlo, por la calidez de su sonido, por las posibilidades que te brinda, pero fundamentalmente porque va pegada al corazón.

- ¿Qué hay que tener en cuenta para acompañar bien a un cantante? ¿Te tocó alguno muy difícil?

- Hay que entender que cuando aparece la voz, la guitarra baja y pasa a segundo plano. Los buenos acompañantes son los que pueden dominar el ego y ponerse en función de la causa. He tenido de todo. Así como los ortodontistas sacan muelas o los abogados hacen un desalojo, a mí también me tocaron algunos casos increíbles.

- ¿Qué género te atrapa más?

- El folclore. Lo conozco desde adentro. Conozco formas, modos, épocas, referentes y estéticas. Eso me da la libertad de abordar el género con más confianza y hasta proponerle un concepto nuevo desde un arreglo o una composición, sabiendo que siempre va a sonar folclórico. Amén de que tiene mucho más que ver con mi paisaje, sobre todo la zamba, donde yo encuentro mi identidad. La música que más me gusta es el tango y creo que es excelsa, pero yo la toco más con corazón que con conocimiento.

- ¿La guitarra vertebra tu vida?

- Me dio la entidad absoluta y total de mi ser, los amigos que tengo, la dignidad, la ternura y el afecto de la gente, la esperanza, el sustento y el pan. A través de ella puedo ser lo que siento y pienso. Es mi instrumento de expresión. Por eso trato de cuidarla, estudiarla, respetarla y honrarla todos los días.

Dentro y fuera de Tucumán

Francisco Santamarina nació el 14 de julio de 1983. Guitarrista, arreglista, compositor, profesor de música, graduado en el Instituto Superior de Música de la UNT. Integró la delegación oficial del Bicentenario en Cosquín 2016 y participó de la delegación tucumana que homenajeó a Mercedes Sosa en Cosquín 2019. Como concertista participó en el Festival Guitarras del Mundo 2017 y ganó el primer premio en el Festival Nacional de Baradero 2012 como solista instrumental.

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