RELACIONES PELIGROSAS. Epstein se vinculó con varias personalidades.
BUENA
DOCUSERIE / POR NETFLIX
Jeffrey Epstein fue, hasta el año pasado, uno de los hombres más influyentes de los Estados Unidos. Y lo más asombroso es que llegó a ese estatus desde las sombras. Pocos sabían quién era en realidad ese hombre, a pesar de que se codeaba con las más prestigiosas personalidades. Mantener el perfil bajo y engrosar su billetera hasta límites asquerosos (como hace referencia el título de esta docuserie de Netflix) eran parte de la estrategia de Epstein. Pero detrás del rostro pétreo de ese hombre que se hizo rico asesorando a empresarios con complejos -y muchas veces ilegales- arreglos financieros se escondía otra cara: la del depredador sexual que construyó una red piramidal de pedofilia cuyo número real de víctimas todavía se desconoce.
La directora Lisa Bryant y el showrunner Joe Berlinger llevaron a cabo una investigación pormenorizada sobre Epstein, basada sobre todo en los testimonios de las víctimas que cuentan con crudeza el infierno que vivieron. Son cuatro capítulos de una hora cada uno.
El documental comienza con una entrevista a la periodista británica Vicky Ward, de Vanity Fair, a quien en 2003 le encargaron escribir un perfil sobre el exitoso empresario al que pocos conocían. Cuando comenzó a indagar para escribir su artículo llegó a la historia de María Farmer, una pintora que ya había denunciado a Epstein sin ningún tipo de resultado. En 1996 Farmer había sido coaptada por el empresario y por su entonces pareja, la inglesa Ghislaine Maxwell, para hacerla víctima de sus aberraciones sexuales. Meses después, la hermana de María, Anniem sufriría el mismo destino. Cuando Ward presentó su trabajo fue despedida y se publicó otro perfil alabando el modo de vida del empresario.
Dueño de fastuosas casas en Nueva York, Palm Beach (cerca de Miami), París e incluso de una isla, Epstein se valía de adolescentes de entre 12 y 17 años, a quienes les pagaba 200 dólares por “masajes sexuales”. Pero a su vez, si llevaban a otra amiga a su casa les pagaba otros 200 dólares. Así formó una pirámide de pedofilia con alcances aún desconocidos.
Ligado a hombres como Donald Trump, Bill Clinton, el príncipe Andrés de Gran Bretaña o el también condenado por ataques sexuales, Harvey Weinstein, Epstein se jactaba de tener en un puño a la policía y a la Justicia, por lo que su blindaje ante las acusaciones fue extraordinario. Y cuando finalmente la presión se hizo insoportable, el entonces fiscal Alexander Acosta (luego secretario de Trabajo bajo la presidencia de Trump) le hizo firmar un acuerdo sin anoticiar a los abogados de las denunciantes por el cual accedía a ir a una cárcel de mínima seguridad durante 18 meses. Claro, podía salir 12 horas al día de lunes a sábado a trabajar. Este arreglo le terminaría costando luego el puesto a Acosta.
El trabajo de Bryant detrás de las cámaras es lineal. No le hace falta buscar recursos fílmicos. El testimonio de las víctimas y sus gestos lo dice todo. Simplemente recurre a flashbacks para reconectar una historia con otra. Pero el peso del documental está dado por las palabras de quienes decidieron enfrentar al gigante.
En noviembre de 2018 el diario Miami Herald publicó “Perversión de la justicia”, investigación sobre el arreglo entre Epstein y Acosta que obtuvo un premio Pulitzer, y el caso se aceleró. La Justicia ordenó que el magnate debía ser juzgado por los casos en los que había sido acusado. Pero eso no sucedió. El 10 de agosto de 2019 Epstein fue encontrado ahorcado en su celda, aunque muchos descartan que realmente se hubiera suicidado.
Esta semana el caso tuvo un nuevo coletazo: Estados Unidos le pidió al príncipe Andrés, a quien al menos un testigo asegura haber visto en la isla del magnate con menores de edad, que declare en el marco de la investigación. La muerte de Epstein no logró acallar el reclamo de decenas de víctimas.








