El Ojo Crítico: “Snowpiercer”

El Ojo Crítico: “Snowpiercer”

El tren es fascinante, el policial no tanto.

MÁS QUE UNA VOZ. Melanie (Jennifer Connelly) mueve los hilos. MÁS QUE UNA VOZ. Melanie (Jennifer Connelly) mueve los hilos.

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SERIE / POR NETFLIX

Cuando hay una gran película detrás, cualquier serie que se apropie del tema -remake, reboot o como se le quiera llamar- patina sobre un hielo finísimo, sabedora de que es imposible despegarse de la comparación. Y la vara de “Snowpiercer” había quedado altísima por culpa de Bong Joon-ho, a quien se le ocurrió filmar la historia mucho antes de ganar el Oscar por “Parásito”. Basada, a la vez, en la novela gráfica francesa de Jacques Lob, Benjamin Legrand y Jean-Marc Rochette, la película del realizador surcoreano es una joya que no alcanzó la debida trascendencia comercial. Y eso que no le faltan estrellas en el reparto. A su lado, la serie es un reflejo pálido, una sombra proyectada en el fondo de la caverna del streaming. No tan mala como la crítica internacional, ensañada, la viene calificando, pero con una sensación de hibridez conceptual que le será difícil recomponer.

Los usuarios se preguntan por qué no están todos los capítulos, como manda el credo on demand. Se debe a que -por más que el cartelito del comienzo diga lo contrario- no se trata de una serie original de Netflix. En el hemisferio norte la emite TNT (del mismo modo que ESPN emitía “The last dance”). Lo que hace Netflix por estas playas es distribuirla, de allí que los episodios se vean a la vieja usanza, con estrenos semanales.

El Snowpiercer es un tren de 1.001 vagones en el que viajan 3.000 pasajeros. Es lo que queda de la humanidad tras un cataclismo climático: en el afán por revertir el calentamiento global, los científicos terminan congelando el planeta. El salvador de este último hálito de humanidad es Mr. Wilford, que de misterioso no tiene nada porque las cartas quedan sobre la mesa al final del primer capítulo. Él fue el el creador de este tren-arca milagroso cuyo único destino es recorrer lo que queda del mundo a toda velocidad.

El planteo distópico es buenísimo y que a nadie se le ocurra relacionarlo con algún aprovechamiento de la pandemia, porque el estreno de la serie estaba pautado desde el año pasado. El corazón de la historia late al compás del sistema de castas que rige a bordo: millonarios que navegan en el lujo adelante, una clase media que construye su propio mundo en el medio y, al fondo -en la cola-, los miserables carentes de derechos. Ellos representan el descarte del Snowpiercer, que no se elimina porque siempre sirve como mano de obra esclava. Para que el sistema funcione es imprescindible el uso de la fuerza, representado por una fuerza parapolicial: los “opresores”.

La novela gráfica y la película acertaron al enfocar su trama en esas tensiones, germen de revoluciones inevitables y sangrientas. Una escala minúscula del devenir de las civilizaciones, a fin de cuentas. En el afán -y la necesidad- por estirarse (ya está acordada la segunda temporada), la serie introduce un componente de thriller detectivesco que desvía la atención de lo que verdaderamente interesa: la vida a bordo del tren, sus personajes, la conformación de esa sociedad irrepetible.

Josh Friedman y Graeme Manson son los showrunners de un proyecto que sufrió toda clase de cambios a lo largo de los años. Puede que en ese tira y afloja de productores y guionistas radiquen los pozos conceptuales que “Snowpiercer” evidencia. La serie luce desangelada, lineal y monocolor en su pintura de estereotipos, cuando lo que pide a gritos son matices. A la metáfora apocalíptica se la devora el intríngulis policial, y debería ser lo contrario.

Jennifer Connelly, a quien resulta difícil criticar, es la “voz” del tren, un personaje ambiguo -y por ende el más interesante-, mientras que en la piel del detective Layton aparece Daveed Diggs, una celebridad en Estados Unidos gracias al fenómeno teatral de “Hamilton”. A favor de “Snowpiercer” juegan los capítulos por venir; la posibilidad de que el foco cambie de orientación y entremos en materia. Para misterios criminales hay un océano de series a la vuelta.

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