La contrarrevolución de (este) mayo

La contrarrevolución de (este) mayo

Una democracia puede quebrar aún sin golpes de Estado en sentido propio, si sus principios son de hecho violados o contestados sin que sus violaciones susciten rebelión o, al menos, disenso. La reflexión pertenece al jurista italiano Luigi Ferrajoli, quien en un libro publicado en 2011 denunció los peligros derivados del acostumbramiento a las transgresiones al orden jurídico y, en particular, a la Constitución. Esa obra tiene un título elocuente: “Poderes salvajes”. Y describe lo que aguarda a la sociedad que ha decidido prescindir de ese complejo sistema de reglas, separaciones, contrapesos y garantías que constituye la sustancia de la democracia constitucional o republicana. Todo abuso queda habilitado y legitimado, y, por añadidura, todo abuso es susceptible de acontecer. La erosión de los límites pone al descubierto la bestialidad del poder y su tendencia eterna a concentrarse en formas absolutas. Esa salvajización estraga la convivencia, y vacía a las instituciones de los fines para los que han sido creadas y de credibilidad para desarrollarlos. Su manifestación es la decadencia: la serie larga de retrocesos que ha convertido a Tucumán en una suerte de califato revestido de los rituales democráticos.

La sucesión de acontecimientos del último mes corrobora la presencia de poderes apartados de las reglas y sometidos a los vaivenes de la sinrazón. En la cúspide de ese derrotero está el asesinato del trabajador rural Luis Espinoza, que comportaría la aplicación de las sanciones más severas del Código Penal: desaparición forzada de persona agravada por la calidad de los autores seguida de muerte. El caso denota la putrefacción de la Policía, y el desinterés por aprovechar este nuevo crimen atroz para reformarla en el sentido de aumentar la transparencia y los controles. La impericia de la institución encargada de prevenir el delito a cargo del ministro Claudio Maley ya había quedado expuesta durante la pandemia con la convalidación del proceder de la dirigente Margarita Mamaní en la vigilancia de la circulación hacia los Valles, y, luego, con la tensión social que ocasionaron el desalojo de la ruta 307 y la detención domiciliaria de la indigenista. Ciertos sectores de la Policía parecen haber extraviado la noción del Estado de derecho y estar abiertamente entregados al cuidado de intereses opacos: la gestión de Maley continuaría infectada por el virus mortal que desencadenó el acuartelamiento y los saqueos de 2013, suceso de la máxima gravedad que, para no desentonar, permanece impune.

La tragedia de Espinoza es el ejemplo extremo del Estado desaforado. Pero ese mismo desquicio acorrala a la institucionalidad de Tafí del Valle. Ya no hay forma de entender lo que sucede ahí: el último giro de la disputa entre el Concejo y la Intendencia muestra al jefe municipal Francisco Caliva dispuesto a imponer su norma personal acerca de cómo debe funcionar el órgano de fiscalización de su administración, incluso a contrapelo de la voluntad de los ediles que le responden. El colmo de esa patología es que para esta semana están anunciadas dos sesiones. Caliva pretende ir mañana a dar el discurso que debió haber despachado -por ley- el 1 de marzo mientras que los concejales fijaron una reunión para el miércoles. Este proceder da cuenta de que el aviso de intervención municipal que dio la Legislatura fue tomado en broma por parte de algunos. El germen de semejante desconcierto proviene de las versiones de corrupción no dilucidadas que afectan tanto a oficialistas como a opositores tafinistos.

También es un rasgo de institucionalización de la locura que haya vencido la licencia sin goce de sueldo que solicitó el senador José Alperovich para “reparar su honor” sin que aquello suceda, y que este no haya informado a los habitantes de la provincia que representa si extenderá o no el permiso para ausentarse de su banca. Alperovich ha sido el maestro de la destrucción de la rendición de cuentas y de la separación de poderes: sus discípulos tal vez lo hayan superado, pero él, en el momento de mayor debilidad política, sigue empeñado en dar la espalda a la ciudadanía que debería servir. La paradoja es que el ex gobernador tiene en esta ocasión motivos válidos para atribuir a la ineptitud de la Justicia la falta de avances de la investigación de la supuesta violación que le endilgaron. Podría subrayar que, a diferencia del justicialista José Orellana, ex diputado e intendente de Famaillá procesado por el presunto abuso sexual que habría perpetrado en la Cámara Baja, él sí tomó distancia de la función pública. Alperovich, sin embargo, practica el mutismo, como si no adeudara explicaciones a nadie.

La naturalización de un senador aislado de su comunidad conecta con la de una población despojada del transporte público, y “condenada” a andar en moto y perseguida por ese mismo “pecado”, como lo acredita la enésima ley “antimotochorros” que la Legislatura se dispone a sancionar, sin tomar nota del fracaso de las anteriores ni de que la causa de la criminalidad no es el vehículo que utiliza. Los malpensantes ven en ese debate la cortina de humo con la que desde hace años se intenta tapar la impunidad de los poderosos, máxime en un momento donde casi todas las autoridades del Estado, incluidos dos vocales de la Corte, Daniel Leiva y Antonio Daniel Estofán, enfrentan denuncias penales. Acusado de violar la cuarentena junto con el gobernador Juan Manzur y el vicegobernador Osvaldo Jaldo, Leiva emergió esta semana como la cabeza del órgano (Jurado de Enjuiciamiento) que nunca destituyó a ningún juez ordinario y que podría romper esa racha de 14 años de nada con la expulsión del controvertido Roberto Guyot. ¿Cómo procesar este desprestigio generalizado? Una lectura epidérmica de los desaguisados del mayo tucumano sugeriría la existencia de una contrarrevolución de los valores que inspiraron el Cabildo de Buenos Aires. La barbarie y la opresión acucian a 210 años de distancia de aquella Revolución propiciada por un pueblo deseoso de saber de qué se trataba el Gobierno y qué hacían los gobernantes con el poder recibido. Por esa memoria, ¡feliz Día de la Patria!

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