Cartas de lectores
Cartas de lectores

Vivir en la normalidad

¿Qué era realmente vivir en la normalidad? ¿Éramos normales antes de esta pandemia? Estos últimos meses hemos adoptado una manera de vivir que no acostumbramos los argentinos: aprendimos a respetar y ordenarnos; concebimos paciencia sobre todo, factor fundamental para la convivencia social y el entendimiento entre personas; y sin querer nos unimos ante un enemigo que se llevó el mundo por delante. Por eso creo que no éramos normales antes de la pandemia; quizás ahora estemos ante la posibilidad de civilizar a los argentinos. Mucho nos falta, seguro, pero en las peores adversidades también se camina para adelante; debemos dar pasos firmes sin forzar la suerte que nos acompaña, sin prisa pero con calma vamos a ir, sin dudas, encontrando la mejor forma, sin parecernos a nadie, marcando la diferencia que nos destaca ante el mundo: somos argentinos, somos los que, unidos, logramos grandes cosas cuando nos proponemos hacerlo juntos. Dios bendiga nuestra nación, Dios bendiga a la República Argentina.

Williams Fanlo


Tucumán y la revolución de mayo

La noticia de la Revolución de Mayo se conoció un 11 de junio de 1810 en Tucumán. La trató el cabildo de la provincia. Resolvió dirigirse al gobernador intendente de Salta, de cuya jurisdicción dependía Tucumán, a pedir una opinión. Se contestó que se había resuelto la adhesión a la postura de Buenos Aires. Sugería que Tucumán hiciera lo mismo. Pero las cosas, cuenta el historiador Carlos Páez de la Torre (h), no fueron sencillas. En el cabildo abierto donde se trató el asunto más de la mitad de los su fragantes, aunque adhirió a Buenos Aires, “no gustaba semejante unión”. Frente a una postura aislacionista, explica el historiador Félix Luna, hubo un fundamento superador. España había demostrado que no podía ejercer el papel de una metrópoli. Abastecer de productos a sus dominios. Absorber los productos primarios que producían. Había perdido su razón de ser. El sentido común tendía al libre comercio. En un cuadro general, el movimiento de mayo, fue similar al que se dio, con sus particularidades, en el resto de la ex América española.

Pedro Pablo Verasaluse


La Argentina incomunicada

Hasta mi adolescencia, tuve la suerte de tener y disfrutar de un abuelo (paterno), amante de nuestros cerros y del montañismo: su nombre era Ernesto Guardia, quien -como casi todo taficeño de aquellos años- había sido ferroviario en los grandes Talleres de Tafí Viejo. Don Ernesto hablaba poco y nada, lo que no impedía que contagiara su silencioso entusiasmo a nosotros (sus nietos más grandes), cuando preparaba las salidas de fin de semana hacia nuestros cerros. Junto con la salida del sol, la calle Uttinger nos llevaba hasta aquel asombroso sendero que tragaba nuestros flacos cuerpos, para llevarnos hasta el Puesto de la Nina Velárdez. Para las vacaciones de invierno, la euforia llegaba a su punto máximo, porque comenzaban los preparativos para lo que serían las travesías más largas, las que demandaban varios días de caminatas y noches con fogatas y  carpas. Corrían los primeros días del mes de julio del año 1987, cuando hicimos la que sería la penúltima expedición de Don Ernesto con sus nietos: recorrimos los duros senderos que desde La Sala nos llevarían hasta Tafí del Valle, pasando por Anfama y el Alto de Anfama y La Ciénega, encontrando -de tanto en tanto- caseríos, alguna Escuela, un puesto sanitario y no mucho más que eso. Con mis 17 años recién cumplidos, no lograba entender cómo hacían esas personas para vivir allí, en medio de la nada (o, mejor dicho, en medio del todo). ¿Cómo hacía el Estado para llegar allí? ¿Llegaba? ¿De qué medios disponían para comunicarse con la “civilización”, ante una emergencia? ¿Qué noción tenía el Gobierno nacional -si la tenía- sobre estos pueblos tan alejados del rico puerto, en términos de kilómetros; de igualdad de oportunidades y de asignación de recursos? Más de tres décadas después, la pandemia y la cuarentena de la covid-19 sacan a la luz las terribles asimetrías que aún existen en nuestra extensa Patria y lo peligroso que es dejar asuntos tan importantes como los servicios, en manos del mercado. En la era de las comunicaciones y en un escenario en el que el Estado canalizó todas las gestiones vía on line, la telefonía móvil y el Internet deberían ser considerados servicios públicos esenciales, pero para las pocas grandes empresas dueñas de prácticamente todo el mercado, el individuo, el ser humano, no existe como tal. Para estas corporaciones existen las unidades de negocios; el mayor volumen de facturación con la menor inversión posible, brindando un servicio paupérrimo, incluso en grandes centros urbanos. ¿Entonces, quién se encargará de conectar a esa Argentina incomunicada? Solo en la provincia de Tucumán hay más de 90 comunas rurales: para las grandes empresas de telefonía e internet, el 65% de esas argentinas y de esos argentinos no son rentables, por lo que no se justificaría hacer una inversión en infraestructura y tecnología. No hay otra opción que la de parir una red de cooperativas de telefonía e internet, donde ciudadanos y ciudadanas, trabajadores y trabajadoras, junto a Estados municipales y comunales sean quienes garanticen su propio desarrollo, sobre la base de la solidaridad y del sentido de pertenencia. Antecedentes y casos de éxito hay en muchos lugares de Santa Fe, Catamarca, Salta, Jujuy, etcétera. Sólo falta que intendentes y delegados comunales de todo el NOA y el NEA tomen la decisión política de hacerlo: sus pueblos y sus trabajadores los apoyarán de inmediato. Si hoy pudiera hablar de nuevo con mi abuelo Ernesto, le contaría que la tecnología evolucionó en forma increíble y rápida, aunque -lamentablemente- el ser humano y las sociedades no lo hicieron en igual medida; que las asimetrías son peores que las de hace tres décadas y que cada vez hay más riquezas en menos manos. Y le diría que la ceguera de lo superfluo sigue marcando el rumbo de nuestra Patria, porque los atardeceres vistos desde La Ciénaga, reflejando su majestuosidad sobre Tafí del Valle, siguen siendo lejanos, insignificantes y hasta intrascendentes para las corporativas luces del mercado, que brillan desde Puerto Madero.

Javier Ernesto Guardia Bosñak


“¡Guaurentena!”

Los únicos en sufrir el levantamiento del confinamiento, cuando esto suceda, son nuestros hermanos menores, nuestras mascotas, la corporización viva de aquellos juguetes de peluche. Tantos días de amistad en continuado, en esta encerrona taurina angustiante para nosotros, mientras que para ellos, debe ser una experiencia maravillosa, fascinante y única, seguramente vivida como premio mayúsculo a alguna ejemplar conducta. Por eso, serán ellos los únicos en sufrir cuando escuchen el abrir y cerrar de puertas y nos vean retomar el ritmo de nuestras actividades en libertad. ¡Cómo son las vueltas de la vida! Ahora somos nosotros, los racionales, que deseamos salir a callejear, aunque por precaución llevemos, bozal de cuero para ellos, bozal de tela para nosotros. Por primera vez sentimos en pelaje propio la alegría que significa salir a dar una vuelta, tomar un respiro, husmear vecindarios, tan necesitados de contención afectiva como estamos, envidiando la plácida condición de los perritos falderos. Basta con mirarlos a sus ojos enormes para darnos cuenta de que están radiantes ante esta imprevista ola de amor, el placer de vernos tanto tiempo juntos, en manada familiar, puertas adentro. Ellos manifiestan su felicidad agitando al ritmo de sus colas batientes, esa señal que les dio la naturaleza para poder expresar total satisfacción, de un extremo al otro. Y al incremento de nuestra frecuencia de caricias responden con sus lenguas desbordantes, corazón en boca, siempre dispuestas a lambetear heridas y mitigar tristezas. Y si lengüetean el hocico es para solicitar perdón después de alguna travesura, como manera de ‘limpiar culpas’. En su mirar se advierte un mar inagotable de amor, respeto y adoración por sus dueños ya que toda su esencia perruna reside en su mirada, esos penetrantes ojos que nunca mienten. Cuando nuestro perro nos mira pareciera querer besarnos, como diciéndonos “gracias… no necesito nada más que tu mirada para ser feliz”. Por eso disfrutan tanto cuando los acariciamos, como muestra de devolución de afectos a sus miradas de felpa donde toda su alma se ilumina y deleita. No conocen el resentimiento ni tienen memoria de retos por trapisondas pasadas. Y si las mascotas nos disfrutan con tanta intensidad vital es porque sólo viven en el presente. No saben del mañana ni de las complejidades que nos pueden esperar afuera. Pero, ¿cómo explicarles que esta luna de miel no durará para siempre y que si mañana les faltamos en tiempo y presencia, no debieran tomarlo como algo personal? Ahora terminamos de entender su temporalidad biológica y que cada mes o año vivido para ellos -al igual que nosotros en este tiempo de cuarentena- se multiplican por siete. Comparten la seguridad que nos brinda el quedarnos en casa para constatar que la marcación de territorio no sólo responde al instinto animal sino también al instinto humano de supervivencia, al cuidado y preservación de nuestra manada y especie. El perro tiene una sola ilusión: pasar el mayor tiempo posible con su dueño venerándolo con la mística que llena su almario. Sueñan -aunque ellos lo hagan en blanco y negro- en un cielo donde el nombre de su amo brille en un mar de estrellas. Cierran estas reflexiones los versos de alguien que tanto supo amarlos y entenderlos, Will Judy, en su “ORACION DEL PERRO:  …deseo que mi dueño sea compañero y vigilante, capaz de consagrarse a sus amigos y a su familia como lo hago yo con él. Que sea franco y sincero como yo lo soy. ¡Hazlo bueno!… porque bueno soy yo, siendo perro. ¡Hazlo digno de mí…! que soy su perro’’.

Rafael Jijena Sánchez


Solidaridad

Quiero destacar el gesto de Jorge Osvaldo Missart, recientemente premiado en el concurso “Creando en casa”, quien publicó que compartirá dicho premio económico con el comedor de la parroquia San Juan de la Cruz y sus alumnos de escuelas rurales, donde ejerce como docente. Más que artista, su decisión muestra un ser humano extraordinario, de gran solidaridad, muy comprometido con sus semejantes. Como dicen algunos versos, “sigue dando buenos criollos el tiempo”.

Oscar Benito Castillo

Catamarca 328 - Yerba Buena


Las cartas para esta sección deben tener un máximo de 200 palabras, en caso contrario serán sintetizadas. Deberán ser entregadas en Mendoza 654 o en cualquiera de nuestras corresponsalías haciendo constar nombre y domicilio del remitente. El portador deberá concurrir con su documento de identidad. También podrán ser enviadas por e-mail a: [email protected], consignando domicilio real y N° de teléfono y de documento de identidad. LA GACETA se reserva el derecho de publicación.

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