Controlar para cuidar o vigilar para castigar

Controlar para cuidar o vigilar para castigar

En Argentina, una aplicación de celulares de descarga obligatoria recopila datos y monitorea los pasos de los ciudadanos. En Singapur, ya hay perros robóticos patrullando las calles.

Controlar para cuidar o vigilar para castigar

Cuando hace algunas semanas la principal -y prácticamente única- preocupación de la sociedad y del Gobierno era cómo aplanar la curva de contagios de coronavirus en Argentina, un analista económico tucumano reflexionaba sobre los posibles beneficiados -si los hubiera- del caos, del miedo y de la parálisis ocasionada por la pandemia.

“Es difícil encontrar ganadores en esto, porque en principio perjudicaría a todos los sectores de la sociedad. Pero, si hay que analizarlo en esos términos, podríamos pensar que los únicos favorecidos serían ciertos gobiernos, porque el Estado recupera en buena medida el control social que progresivamente se ha ido perdiendo en favor de las libertades individuales”, señalaba, siempre en el plano hipotético. También admitía que costaba creer en una mirada conspiracionista, que todo esto haya sido orquestado para alcanzar precisamente esos fines. “Pero que algunos sabrán aprovecharlo y obtener rédito político, eso sí es posible, advertía”.

En el momento de esa charla, todavía no existía la app CuidAR. El 8 de este mes, cuando el gobierno de Alberto Fernández anunció que la cuarentena se extiende hasta el 24 de mayo, también informó que todos los ciudadanos que volvieran a trabajar antes de esa fecha tenían la obligación de instalar en su teléfono esa aplicación.

Al registrarse, el usuario debe ingresar una serie de datos personales, en carácter de declaración jurada: nombre, apellido, dirección, historial médico por si tiene patologías crónicas.

También exige un autodiagnóstico de síntomas de covid-19 y, si resulta negativo, extiende el Certificado Único de Circulación, indispensable para salir a la calle. Si sale positivo, se inicia una vigilancia a la persona y se le informa cómo debe proceder. El Ministerio de Salud puede hacer un seguimiento telefónico, pero además sabe exactamente dónde está el usuario al rastrearlo con el GPS del celular y puede monitorear sus movimientos.

Hay quienes comienzan a inquietarse. El control permanente de las personas, con la tecnología como principal aliada, más la suspensión de ciertas libertades individuales -como el derecho al libre tránsito o el derecho de reunión- durante la excepción, reaviva el fantasma del autoritarismo.

La oposición fue la primera en plantar bandera y en señalar los avances sobre las acciones privadas que suponen estos mecanismos de control. Tras el anuncio de Fernández, la bancada de diputados de Juntos por el Cambio se reunió para tratar este tema y defenestró la app de monitoreo.

“No sólo tiene geolocalización, sino también una cantidad de datos personales que no sabemos quién la va a controlar, para qué la van a utilizar y qué van a hacer con todos esos datos una vez terminada la pandemia”, manifestó en ese momento Cristian Ritondo, jefe del bloque PRO. “La pandemia no lo justifica (a la recopilación de información). Utilizar el tapaboca es para que no nos contagiemos, pero no es para callarnos”, deslizó.

Tiembla Nostradamus

Cierren el libro “Las profecías” de Nostradamus, señoras y señores, y enciendan Netflix. “Black Mirror” lo predijo de nuevo.

Esa serie que inquieta por la cercanía, por lo palpable de ese futuro distópico que ha creado, cada vez con más precisión nos cuenta nuestra propia historia. Un mundo con la tecnología como protagonista y como herramienta poderosa de vigilancia, control y disciplina.

Una de sus máximas profecías acaba de cumplirse. En el episodio 5 de la cuarta temporada (“Metalhead”, emitido en diciembre de 2017) se presenta un futuro posapocalíptico, donde unos perros robóticos mortíferos persiguen a los pocos humanos que quedan. El primer ataque consiste en disparar unos dispositivos que se meten dentro del cuerpo y que sirven para geolocalizar a las víctimas. A partir de ahí, comienza una persecución que sí o sí termina en la muerte. La tecnología, finalmente, se ha vuelto en contra de su creador.

En Singapur, hace una semana salieron a la calle los perros Spot, unos robots creados por la empresa Boston Dynamics. El Gobierno los mandó al parque Bishan-Ang Mo Kio a vigilar el distanciamiento social en esta etapa de poscuarentena. Se trata de una prueba inicial de dos semanas, donde los robots saldrán a patrullar calles.

En esta primera fase que durará dos semanas dos semanas, los robots dotados de cámaras, micrófonos y de gran agilidad para desplazarse, saldrán a patrullar un área de tres kilómetros fuera de los horarios pico. Por el momento, sólo advierten a las personas y les recuerdan los protocolos de prevención, pero hay una configuración de distancia para que puedan ejecutar funciones más cercanas a las de las fuerzas de seguridad.

Foucault estaría de fiesta

Por estos días, el ensayo “Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión” (1975) del pensador francés Michel Foucault se ha vuelto una referencia ineludible para aquellos críticos de la cuarentena y de la intromisión del Estado en los asuntos privados.

En ese ensayo, uno de los más influyentes del siglo XX, el filósofo describe la existencia de una “prisión continua” en la sociedad moderna, que se visibiliza en dispositivos como las cárceles, las fuerzas de seguridad, la escuela y otras instituciones que, interconectadas, llevan adelante una vigilancia permanente en busca de una “normalización” generalizada de los individuos.

Como en Black Mirror, las similitudes conceptuales entre la mirada aguda de Foucault y el escenario mundial tras la primera gran “peste” del siglo XXI son asombrosas -al menos en principio- y fastidiosas para muchos. Otros, en cambio, sostienen que es forzada la lectura foucaultiana de la era que inició el covid-19.

En cualquier caso, hay coincidencia en algo: como en ningún otro tiempo de la historia de la humanidad ha habido tantas y tan sofisticadas herramientas de control, de vigilancia, de obtención de información que alimenta al monstruo impredecible de la Big Data.

Julio Saguir, profesor de Filosofía Política en la Unsta, lo pone así: “creo que tenemos que agradecer a la tecnología porque ha sido fundamental para sobrellevar esta situación, permitiéndonos estar informados y conectados para continuar con nuestras ocupaciones. Pero también creo que debemos estar atentos, porque ese control tan fino de la vida privada que permite la tecnología, esta intromisión, puede ser mal utilizada. Particularmente no creo que sea esa la intención y entiendo que vivimos en un momento claro de excepcionalidad, pero al mismo tiempo es positivo que haya voces que nos recuerden los límites a las intervenciones del estado en la vida privada de los ciudadanos, sobre todo en países como el nuestro con tantas experiencias de autoritarismo”, apuntó.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios