Cartas de lectores

¿Coronavirus, castigo de Dios?

No me gusta referirme a Dios como a un Dios que castiga, porque no es eso en lo que creo. Creo en un Dios padre y misericordioso. Pero no dejo de tener en cuenta, el consejo de San Pablo en una de sus cartas, en la cual nos aconseja: “considera tanto la bondad como la severidad de Dios”. “Yo soy una madre bondadosa, pero un padre severo”, decía un riguroso pero bonachón cabo principal en mi paso por la Armada. Salvando las distancias, ambas expresiones son similares e igualmente aclaratorias. Para mucha gente, el coronavirus que azota al mundo es un castigo de Dios. Yo no lo veo así. Lo veo, más bien, como un llamado de atención a nuestra conducta de seres creados a su imagen y semejanza. En la introducción al libro del profeta Jeremías, escrito en la Biblia, dice: “Reyes y generales se agitan en el escenario político, sacerdotes y charlatanes proporcionan al pueblo la verdad que quiere oír, guerras y hambre tienen postrados a los hombres. Dios entonces busca un encargado de hablar, no solamente a Israel, sino a todas las naciones”, porque la Palabra de Dios es extensiva en el tiempo y en la distancia, “y esta tarea recae en Jeremías”. Así, en el interior de su libro, pueden leerse, entre otras cosas, las siguientes expresiones del profeta: “Recorran las calles de Jerusalén, miren bien e infórmense. Busquen por las plazas, a ver si encuentran un hombre, uno siquiera, que practique la justicia y busque la verdad. En mi pueblo, hay malhechores que colocan trampas como para pillar pájaros, pero cazan hombres. Sus casas están repletas con el botín de sus saqueos, como una jaula llena de pájaros. Así han llegado a ser importantes y ricos, y se ven gordos y macizos. Incluso han sobrepasado la medida del mal, puesto que han obrado injustamente, no respetando el derecho de los huérfanos a ser felices ni defendiendo la causa de los pobres”.

Daniel E. Chavez
Pasaje Benjamín Paz 308
San Miguel de Tucumán

Templos cerrados

Sinceramente, ya no es tristeza sino un gran interrogante. ¿Por qué se insiste en mantener los templos cerrados y se manda a rezar por los enfermos encerrados en nuestras casas? Ni siquiera se nos da la oportunidad de hacerlo a solas, con barbijo, distantes, con alcohol ante un sagrario. Y ya basta con ser creativos, la iglesia doméstica, la comunión espiritual y la contrición perfecta. Todo muy bien con ello en tiempos de guerra, de pandemia o al menos de epidemia. ¿Se entiende verdad? ¿De qué se trata? He leído en este diario que costó cerrar los templos; con todo respeto veo que cuesta más abrirlos. Debería permitirse que se abran los templos para rezar al menos por los enfermos de dengue que en nuestra provincia asciende a casi 3.000, más que por los de covid 19 que asciende a 42, de los cuales más de 20 ya están curados; el resto la lleva bien en sus casas y sólo tres internados. Si fueron tomados a mal los videos respetuosos que se hicieron. No tomen a mal las subsiguientes reacciones de los fieles. Que los católicos no caigamos en la misma incongruencia de que un joven puede ir al centro en medio de un gentío a comprar zapatillas y no se las puede poner para ir a correr al parque. No hay razón para confinar a las ovejas detrás de las pantallas a rezar teniendo a Dios solo dentro de los templos. Tampoco me digan que Dios está en todas partes. Al menos que las almas sean cuidadas en el mismo porcentaje que los cuerpos. El razonamiento ya tan trillado, voy al super, de compras, juego a la quiniela y no puedo rezar en un templo.Y a mis hermanos en la fe, ¿Qué nos pasa, por Dios? Nos hemos dejado amedrentar tanto, ¿Cuál es el razonamiento que nos convenció? Aunque ya tengo la respuesta, el miedo paraliza. Menos mal que no estamos en tiempos de persecución. ¿O sí?

María Alejandra Gauna de Wittich [email protected]

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