Encolumnamiento oneroso

La pandemia de coronavirus, la obsesión que ha desplazado a la cotización del dólar y al riesgo país en la paranoia del ser nacional, ha puesto de manifiesto lo políticamente oneroso que representa para la gestión de Juan Manzur su encolumnamiento con la gestión de Alberto Fernández. Y esa dimensión, la del costo político, representa una novedad en la relación entre el gobernador y el Presidente, porque hasta ahora el precio a pagar por ser parte del oficialismo nacional venía siendo solamente económico.

Como la Nación no ha arribado todavía a un acuerdo en la renegociación de la deuda con el FMI, no hay plan económico. Las consecuencias de esta carencia vienen saliendo a la superficie desde diciembre. La más evidente es que el manzurismo pide asistencia a la Nación y la recibe, pero en forma de deuda. Claro que ese pasivo puede ser refinanciado en el futuro, pero en el poder toda expectativa forma del rubro “venta de futuro”.

Lo cierto es que los anticipos de coparticipación que viene otorgando la Casa Rosada han puesto de manifiesto que blindar los sueldos estatales de la inflación (el corazón del programa político de la primera gobernación manzurista) ha tenido un enorme rédito en las urnas (la reelección obtuvo la mitad más uno de los votos), pero también ha generado un desequilibrio indisimulable en el erario. Todo lo cual es el combustible de la oposición para machacar contra el gasto público y la empleomanía del Estado tucumano.

Sin plan económico nacional ni asistencia federal que no sea deuda, Manzur decidió enterrar la “cláusula gatillo” en enero, lo cual también fue un tributo a la necesidad de la Casa Rosada de liquidar los sistemas de indexación salarial por inflación ante la llegada de la temporada de paritarias. Fernández ajustició a los jubilados estrellando la movilidad garantizada por ley; y Manzur se puso en contra a los empleados públicos provinciales, en un conflicto que no se ha resuelto aún. Después de un febrero de paros y movilizaciones, que se han llevado adelante en el caso de la salud con los dirigentes de Sitas a la cabeza, y que en el caso de los docentes amenazan con concretarse con la cabeza de los dirigentes en un pica, en marzo el paro del transporte puso de manifiesto que ahora los subsidios se gestionan pacientemente desde la Casa de Gobierno, dado que en la Casa Rosada son “del mismo palo”; en lugar de pelearse con uñas y con dientes como durante los cuatro años de Cambiemos.

Pertenecer, hasta el momento, no tiene sus privilegios, cuanto menos en materia financiera. Pero el fin de semana fue diferente. Manzur le dijo a LA GACETA que, frente a la crisis que el coronavirus había detonado en la Argentina, encaminarse hacia la suspensión de las clases era más que razonable. Por la tarde, el ministro de Salud de la Nación opinó que una medida semejante no era necesaria. Ayer, finalmente, se cerraron las aulas y Ginés González García sumó su segunda medalla a la falta de reflejos: la primera fue el mesiánico pronóstico de que el virus no iba a llegar a este país.

En medio, Manzur vivió un fin de semana de desgaste político gratuito, obligado a morder los dientes para no generarle, precisamente, costos políticos a Fernández.

Todo el viernes se esperó en vano su decreto de cierre de las escuelas, inquietud que devino cuestionamiento durante el sábado. ¿Cómo iban a estar cerrados cines y boliches, pero no los lugares donde se educan los hijos de los tucumanos? Pero el gobernador actuó como si considerase que anticiparse a una decisión nacional fuera a representar una trompada contra el “fernandismo”. “El ex ministro de Salud de Cristina suspendió las clases en su provincia”, era un título para hacer estallar internas por los aires. Y por los Buenos Aires.

Según fuentes del funcionariado tucumano, Manzur habló el mismo viernes y también el sábado con el Presidente. “Hay que esperar a ver qué pasa el domingo”, fue la escueta respuesta que dio a quienes propiciaban que se decretara la suspensión de clases sin demoras, pero no en nombre de una pulseada política, sino de una situación inmanejable: los propios padres no querían mandar sus hijos a clases. No sólo Manzur llamó a Olivos para rezar esa máxima del psicoanálisis según la cual la realidad está más allá del deseo, aunque el deseante sea un ministro. Fernández declaró entonces que “ni loco” cambiaría al ministro de Salud porque nadie sabe de Salud tanto como Ginés. A tres meses de asumir, a González García debieron salir a ratificarlo en la primera crisis de salud pública. Es como que a un cantante le pidan “otra” justo después del tema con que abre el show.

Los idus de marzo han pasado y ya se escribe otra semana. Pero más allá de los remezones del fin de semana, una angustia permanece. Los problemas económicos pueden ser achacados a la “pesada herencia” (una tradición que aquí debe ser anterior a la Pachamama), pero los problemas políticos no. Dicho de otro modo: el Presidente de la Nación pertenece a un tipo de peronismo único en su especie en la Argentina: el justicialismo porteño, ese que solamente sabe perder elecciones. De modo que tanto las acciones como las omisiones impopulares no le parecen extrañas. Para los acostumbrados a no ganarse la voluntad popular, como dice el tanto, “después qué importa el después”. Y esto recién comienza…

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