Llamado a la solidaridad en el país del miedo

Llamado a la solidaridad en el país del miedo

El raro virus que nos rodea anuncia un cambio profundo. Tal vez advierte el comienzo de una nueva era. Es una oportunidad y un desafío para quienes gobiernan pero también para toda la sociedad.

El país tiene miedo. El país tiene miedo de la discusión. El país tiene miedo de la inseguridad. Ahora el país tiene miedo de esta enfermedad rarísima que odia a los más viejos y usa a los más pequeños. Somos un país con miedo. Los países (y cualquier ciudadano) con miedo no tienen criterios comunes. No van en una misma dirección. En un país con miedo no es fácil construir ni generar consenso. En un país con miedo cada uno reacciona como puede. Está el que sale corriendo. Está el que grita y también está el que pone paños fríos a la crisis. Pero tampoco falta el que sin entender nada ni por qué lanza un whatsap que sólo alarma y no ayuda. En un país con miedo es fundamental escuchar. Es vital respetar al que sabe. En un país con miedo las autoridades y los líderes deben ponerse los pantalones largos porque todos estamos esperando que nos indiquen el camino.

Nuestra Argentina es un país con miedo. Al miedo se lo vence con conocimiento, con seguridad, con conceptos claros.

En esta Argentina, tan austral, tan del sur, se leían las noticias sobre el brote de coronavirus en China como algo del otro mundo. La Argentina, tan seducida por el viejo mundo, esperó a que el virus paseara por el Sena, caminara por la plaza Mayor o por la plaza Duomo. Fue en ese momento cuando se encendieron las luces de alarma, aunque no demasiadas.

Con modales brutales, propios de un gobierno autoritario, China en poco más de un mes puso en caja al virus fronteras adentro. Un estado fuerte, una salud pública guiada por vectores claros fueron condiciones básicas para que ello fuese posible. Hoy China cuida que el virus no pase sus fronteras y mira la pandemia por TV.

Europa no tuvo igual reacción y la velocidad con la que se expandió el virus puso al desnudo las limitaciones de un Estado que, retraído en su presencia en el campo de la salud, terminó corriendo detrás de los acontecimientos. Faltan barbijos, los hospitales no dan abasto. Los paramédicos eligen a quién atender y a quién no. Los respiradores no alcanzan.

Italia es el país que más sufre por esos déficits. Es la contracara de China en términos de eficacia ante la pandemia. Por eso tiene una altísima tasa de letalidad y sólo ayer murieron 260 personas. También Ángela Merkel reconoció tácitamente en estos días que no reaccionaron con eficacia y rapidez y en España se multiplican las voces críticas a las políticas privatistas de salud, que fueron de la mano con la desfinanciación del otrora respetado modelo sanitario en manos del Estado. Salvo Alemania, tanto Italia como España anduvieron a los tumbos en los últimos 20 años respecto de sus liderazgos políticos.

Cerrado por Pandemia

Hasta la semana pasada toda la atención en la Argentina estuvo centrada en los efectos sobre la economía del país, que amenazan con ser muy graves. También había tiempo para los bares, la cerveza, el cine, el fútbol, alguna protesta y para la infaltable discusión sobre la grieta.

El novel gobierno de Alberto Fernández, que debía domar varios potros a la vez (recesión, endeudamiento, inflación, desempleo, pobreza y su relación con la vicepresidenta, por citar los más evidentes) había puesto en esos tópicos toda su libido y su inteligencia. Y algunos modestos galardones empezaba a cosechar como la tasa mensual de inflación que en enero y febrero apenas superó el 2%, cuando venía cabalgando cerca del 5% en la anterior gestión.

El veranito se disipó con la pandemia que entre muchas cosas dejó a flor de piel la feroz lucha por el poder en el globo entre EEUU y China. Los papeles bursátiles argentinos caen junto con los del resto de los países como si estuvieran en una cancha de fútbol y acabara de entrar el equipo local. El comercio mundial se desploma -afectando a nuestras exportaciones, cuyos precios caen en picada-. Como un dominó contagia el nerviosismo y la conflictividad al “campo”, que ya viene despotricando por la suba en las retrenciones.

Otro impacto temible es que la caída de los precios del petróleo amenaza con firmar el certificado de defunción de Vaca Muerta, pensado como una gran fuente de divisas por la exportación del fluído. Al mismo tiempo importantes industrias como la del turismo y sus asociadas hoy llenan océanos con sus lágrimas porque ven venir, inexorablemente, el quebranto de sus empresas

Esos dolores de cabeza absorbieron tanto las preocupaciones del Gobierno nacional, que se olvidaron de la pandemia y delegaron las cuestiones estrictamente sanitarias en el ministro de Salud.

Ginés González García (GGG), es el último eslabón con vida de la escuela de Floreal Ferrara, médico sanitarista histórico del peronismo y seguidor de las teorías sanitaristas de aquel ministro de Perón, Ramón Carrillo (el Centro Asistencial Municipal de Yerba Buena es honrado con su nombre). Además de sus pergaminos en el plano médico, el ministro es también un hábil político y a él recurrió Fernández para zafar de aquellos que se oponían a que fuera el manzurista Pablo Yedlin. Fue una opción aceptable y sin cuestionamiento en la puja entre la Cámpora y el gobernador Juan Manzur.

Está claro que Ginés también la pifió. No sólo se arriesgó a predecir (y quedó descalificado como agorero) que el virus difícilmente llegaría al país, sino que además no tuvo más remedio que reconocer que había subestimado al coronavirus. Un exceso de honestidad intelectual (si puede así llamarse) para alguien que está en ese cargo. Fernández lo sostuvo con firmeza, pero quedó en la cuerda floja.

Pero si el negacionismo de GGG le hizo pagar un alto costo político, el error simétrico puede generar el mismo efecto. Es decir, la sobreactuación de la crisis puede ser peor. Seguramente, el Gobernador Manzur maneja información que los del gran público no poseemos, porque cuando a su juego lo llamaron (hacía mucho que andaba perdido como perro en cancha de bochas) sonó un poco fuerte su categórica afirmación de que el virus se propagará en Tucumán rápidamente.

La contundencia del mandatario que otrora había reemplazado a González García en románticas épocas con el kirchnerismo, dejó claro que subestimar la crisis fue malo. Correrse al otro extremo también puede serlo. En nuestra provincia, donde la desconfianza y la falta de credibilidad en gobernantes e instituciones crece casi a la misma velocidad que el coronavirus, no faltaron los perspicaces que interpretaron que la crisis pandémica puede constituir un alivio para un gobernador que aparecía asfixiado por las dificultades políticas, económicas y sociales.

Sálvese quien pueda

El caliente conflicto docente, por ejemplo, que volcó a las calles a millares de maestros enojados por la intempestiva derogación de la cláusula gatillo, encuentra así una providencial válvula de descarga de la presión. Treinta días sin clases servirían para descomprimir el clima de la protesta y buscar nuevas salidas negociadas. El problema es que la decisión de suspender las clases en la provincia no coincide con la adoptada por la Nación que a cómo dé lugar busca evitar esa medida, de inevitable impacto en la educación de los niños.

Aquí no sólo está la sospecha de utilización de la crisis, sino también cierto debate de tintes narcisistas entre el gobernador y su ex mentor sanitario y actual ministro, en una relación ya afectada por la competencia entre ambos a la hora de cubrir la cartera de salud.

Subirse al caballo de la turbación colectiva para zafar del acoso político es una tentación fuerte… al fin y al cabo la crisis está claro que viene de afuera y no se puede echar culpas a los gobernantes locales, que ante tamaña calamidad tienen una nueva oportunidad: la de poner en evidencia su capacidad de liderazgo político. No obstante, Manzur no deja de cavilar que cualquier estrago que haga el coronavirus en una escuela le puede salir más caro que la cláusula gatillo o que el mismísimo sillón de Lucas Córdoba.

Es casi ideal para tapar problemas: no es que no habrá clases porque hay huelga docente de maestros que desbordan a sus dirigentes., sino que esta es una imposición de la irrevocable realidad.

Detrás del barbijo

Detrás del barbijo del virus veloz se esconde la gravísima situación del municipio de Tafí del Valle. La falta de respeto a las instituciones es más riesgoso que no lavarse las manos para el intendente Francisco Caliva. Tanto el oficialismo de Casa de Gobierno como de la Legislatura saben que no pueden quedarse “panchos” como si nada sucediera. El bumerán les pegará en la nuca. Nadie quiere hacerse cargo del intendente. Tanto Manzur como Osvaldo Jaldo, que volvieron a mostrarse juntos y pusieron sus reyertas en el freezer gracias a la pandemia, no quieren cargar con los yerros del intendente a cuyas espaldas suele aparecer un neoempresario con apodo entre animalesco y culinario. Cuando pase el virus, empezará el temblor tafinisto. Las autoridades saben que algo tienen que hacer.

No es lo único que pasa inadvertido por el coronavirus. Esta semana la ministra Rossana Chahla le puso la firma al cese de funciones de Gabriela Patricia Alcaraz, quien se venía desempeñando como jefa del laboratorio bioquímico de Salud Pública. La novedad se disipó con una velocidad inusitada pero al revés del virus pandémico no causó tanto temor como si enojo entre los profesionales del Sistema Provincial. Calificaron de inoportuna e innecesaria la medida. En tiempos de crisis se descartó la experiencia. Mientras la Nación prodiga descentralizar el Malbrán (único laboratorio para diagnosticar los casos) para que no colapse, en la Provincia se decreta este cese de funciones.

Cambia todo cambia

La pandemia ya cambió nuestros hábitos. Imaginar las casas del futuro inmediato no es tan difícil. No vendrán los autos voladores como imaginamos cuando niños. Las calles estarán más vacías que nunca. Los padres que no hayan perdido sus trabajos, harán sus tareas en los hogares. Los chicos estarán a la vuelta, más insorportables y cuestionadores que nunca. Esperarán que sus progenitores jueguen como amigos y les enseñen como maestros. Las boletas de luz y de gas llegarán con más aumento que nunca. Las familias se verán más las caras y los chicos ya les habrán perdido la paciencia a sus mayores. Las postales se preanuncian patéticas. Eso sí, todos estarán más limpios, pero tal vez se volverán más sedentarios.

¿Esos cambios se tornarán estructurales? O dicho de otro modo ¿formarán nuevas pautas culturales? ¿Cuánto cambiará este mundo delirante que hasta ayer hacía banderas con la globalización y hoy se aboca ansiosamente al cierre de fronteras? Cada país tiende a cerrarse sobre sí mismo, siguiendo el ejemplo de las grandes potencias. En Buenos Aires, la embajada de USA canceló hasta nuevo aviso los turnos para sacar visas.

Parece una casualidad que la inmortal novela “La Peste” que Albert Camus escribió en los 50 en la actualidad disparó sus ventas en las librerías del mundo. Allí se intenta entender lo que está pasando. Quizá el mundo logre decodificar esta impactante frase del escritor argelino-francés: “para conocer mejor una sociedad a la que hay que curar, se debe averiguar cómo se trabaja en ella, cómo se ama y cómo se muere”. El médico que protagoniza la novela, al estudiar las causas de la peste y cómo tratarla, descubre que la solidaridad es un componente infaltable en cualquier terapia.

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