CONTAMINACIÒN. El metano retiene hasta 28 veces más la radiación solar. METEORED
La humanidad emite mucho más metano (CH4) del que se creía. Un nuevo estudio revela que la cantidad de esta sustancia generada después de la era industrial es hasta un 40 % más de lo que las investigaciones anteriores habían determinado. Esto significa que la producción de combustibles fósiles está contribuyendo al calentamiento global no sólo a través de las emisiones de dióxido de carbono (CO2).
El metano es uno de los gases de efecto invernadero más intensos. Está formado por cuatro átomos de hidrógeno y uno de carbono. Y retiene hasta 28 veces más radiación solar que el carbono en un lapso de 100 años. Afortunadamente, su concentración es decenas de veces menor y su vida media en la atmósfera llega a nueve años, frente a los 200 años que puede permanecer el CO2. Su reducción tendría un efecto significativo en el calentamiento climático. El problema es que la ciencia aún no posee suficiente información sobre sus fuentes.
Sucede que este gas se produce tanto al quemar combustibles fósiles como de manera natural, por la acción de volcanes y filtraciones.
El vaso lleno
Para achicar esa brecha de desinformación, Benjamin Hmiel y sus colegas del departamento de Ciencias de la Tierra y del Medio Ambiente, de la Universidad de Rochester, en Estados Unidos, se sirvieron de muestras de hielo de Groenlandia y de la Antártida tomadas a 11 metros de profundidad. Las pruebas datan desde 1750; es decir, de décadas antes de que el carbón, y después el gas y el petróleo, alimentaran nuestras máquinas. También extrajeron núcleos de hielo hasta 2013. Ese margen temporal les permitió capturar la evolución del metano atmosférico.
Tras obtener las muestras, en sus laboratorios derritieron el hielo para liberar las pequeñas cantidades de aire antiguo que estaba atrapado.
Así las cosas, establecieron que los niveles que se producen naturalmente son -en realidad- aproximadamente 10 veces más bajos que lo que las investigaciones previas habían demostrado. A partir de ahí, los científicos pudieron deducir cuánto del metano en nuestra atmósfera proviene de la extracción de combustibles fósiles: entre un 25% y un 40% más de lo que se pensaba.
Optimista, Hmiel le encontró el lado bueno a la revelación: “como nuestros resultados indican que el componente antropogénico es mayor, esto coloca a las emisiones bajo el control humano. Así que, en la práctica, tenemos más capacidad para mitigar el calentamiento”. Las declaraciones del científico fueron reproducidas por varios medios de prensa de Europa.
Más riesgos
A pesar de que este trabajo pone el acento en el metano emitido por el ser humano, otros hallazgos hacen hincapié en la posibilidad de que se liberen enormes cantidades de metano naturales si el cambio climático se mantiene e incrementa. Sólo frente a la costa oeste de Estados Unidos, por ejemplo, existen enormes cantidades de gas congelado, formando lechos en los sedimentos del fondo del mar.
Un trabajo -publicado hace dos años en “Geophysical Research Letters”, por investigadores de la Universidad de Washington- indica que en esas profundidades el agua se está calentando lo suficiente para fundir y liberar este gas. Se estima que antes de 2100 se habrán liberado, sólo allí, 80 millones de toneladas.
A este panorama se le suma el riesgo que representa el derretimiento de los polos. En el Ártico, que contiene más del 30 % del carbono global, los científicos han descubierto, además, hidratos de metano.
En noviembre último, la Organización Meteorológica Mundial (OMM) había anunciado que la concentración en la atmósfera de los principales gases de efecto invernadero (dióxido de carbono, metano y óxido nitroso) había marcado un nuevo y triste récord durante 2018.
Estos gases siempre han estado presentes en la atmósfera. Impiden que parte del calor que desprende la Tierra tras ser calentada por el Sol se pierda en el espacio. Gracias a ellos, el planeta tiene una temperatura agradable y habitable. Pero el equilibrio que ha existido durante miles de años se ha roto y la OMM, un ente dependiente de la Naciones Unidas, tiene clara la solución: el empleo por parte del ser humano de energías renovables.








