Orlando Bravo, el tucumano que se trepó al techo del mundo en 1956

Orlando Bravo, el tucumano que se trepó al techo del mundo en 1956

El extinto doctor en Física y montañista integró la expedición que intentó hacer cumbre en el Dhaulagiri, uno de los montes del Himalaya, de 8.167 m. Acá, los detalles de un viaje repleto de peligros

DHAULAGIRI. Es uno de los más altos del mundo e integra la cadena del Himalaya. DHAULAGIRI. Es uno de los más altos del mundo e integra la cadena del Himalaya.

Silencio. Frío. Ráfagas de soledad. Azules de misterio. Abismos de nieve. Furia de monzones. A 7.600 metros de altura, el hombre se siente poderoso. Tal vez inmortal. Hace 64 años, el tucumano Orlando Bravo, físico, astrónomo, montañista, apasionado del documentalismo, intentó hacer cumbre en el monte Dhaulagiri (“montaña deslumbrante”, en nepalí), el único de la cadena del Himalaya que no había sido escalado hasta ese momento. Jaime Femenías, otro comprovinciano, integraba la expedición que se hallaba al mando del teniente coronel Emiliano Huerta. 

“En el 54 fue la primera expedición argentina al Dhaulagiri, que era el último cerro alto del Himalaya, de 8.167 metros, que quedaba virgen. El Everest ya había sido escalado por distintas expediciones. El teniente primero Francisco Ibáñez era un buen escalador; Perón auspició la expedición; pero no llegaron a la cima”, cuentan los 79 años de Orlando Bravo, un año antes de que la muerte llevara quizás sus sueños a las nieves eternas del Himalaya. He aquí un fragmento de una charla con el escalador, en noviembre de 2003.

- Y como no hay primera sin segunda, llegó al poco tiempo el balotaje.

- Sí, se preparó entonces la revancha, como para que los argentinos levantáramos el aplazo. Proyectamos subir el 25 de mayo de 1956, para poner la bandera argentina en la cumbre. Yo iba como escalador y meteorólogo de la expedición. Como escalador, por mis actuaciones en el Aconcagua y en el Ojo del Salado. Tenía la información meteorológica todos los días a las 2 de la tarde, a través de una radio hindú que avisaba cómo venía el tiempo monzónico. Los monzones son tormentas que van barriendo toda la península de la India, pasan por Nepal y llegan al Himalaya… son terribles. En la parte más baja de la India son lluvias torrenciales que provocan inundaciones, y en la más alta, son tormentas de nieve muy copiosas. Vos te quedás parado en algunos momentos a descansar, pero teníamos que movernos porque la nieve te cubría las rodillas y había que empezar a escalar para poder salir.

- ¿Quiénes integraban la expedición?

- Éramos seis o siete argentinos y el resto eran los intocables de Nepal, los kulíes. Éramos dos tucumanos, Jaime Femenías y yo. Se nos murió un ayudante nepalés porque se le escapó la piqueta de las manos y empezó a resbalar y cayó en una grieta muy grande; cuando bajamos vimos que estaba muerto. Tomamos una decisión desagradable: dejarlo ahí cubierto por la cáscara de hielo, porque si lo sacábamos de la cueva de hielo, teníamos que llevarlo hasta el campamento base, bajar al bosque y traer leña para cremarlo porque era de religión brahmánica. El hindú se crema sin vuelta de hoja.

DHAULAGIRI. Es uno de los picos más altos del mundo e integra la cadena del Himalaya. DHAULAGIRI. Es uno de los picos más altos del mundo e integra la cadena del Himalaya.

- ¿Cómo fue la preparación, antes de la ascensión?

- Previamente pasamos por Karachi, la entonces capital de Paquistán. Fuimos fumigados como si fuéramos insectos. Porque cuando leyeron que habíamos pasado por Brasil, creyeron que teníamos fiebre amarilla. Estuvimos una semana en cuarentena. Nos quejamos al embajador. De ahí pasamos a Nueva Delhi; tomamos un tren hasta la frontera con Nepal y desde allí fuimos en avión a la ciudad de Pokhara, que está más cerca del Dhaulagiri, que está muy al oeste del Everest. Es un cerro imponente que tiene un remate de roca negra pura que la llaman La Pera, muy peligroso, cerca de la cumbre.

- Parado frente al Dhaulagiri, ¿qué sentiste?

- “¿Seremos capaces?”, me preguntaba. Me tenía mucha fe porque había estado en un templete del dios Ganesh, que es la versión elefante de todas las deidades de la India; me daba fuerzas. Y estaba pendiente de eso. Cuando estábamos en el campamento base se produjo un eclipse de luna que atemorizó a la gente. Ocurre que a las 9 de la mañana, se ve a Venus como una estrella matutina. Los nativos, los porteadores, tenían mucho miedo, porque era una mala señal. Tuve que armar un telescopio y mostrarles que se trataba de Venus. Mis compañeros se pusieron nerviosos. “No se pongan así que estamos contagiando a los nativos”, les dije. No obstante, tuvimos una muerte que confirmó el malestar de los porteadores.

- ¿Cuál era la alimentación?

- Comíamos corned beef con un poco de mermelada de naranja; era lo único que había quedado en condiciones. Nuestro alimento estaba echado a perder por los calores de Paquistán y de la India. Tan es así que durante el viaje nos alimentábamos de cogollos de bambú, hongos y helechos, hacíamos un guisito de helechos. Había unos cinco sherpas y varios kulíes que son porteadores y pertenecen a la casta inferior, chicos jóvenes y fuertes de Nepal. Nos comunicábamos en inglés. Por razones muy especiales, yo aprendí un poco el hindi. Encontré apachetas en territorio tibetano. Acá son ofrendas que la gente hace en el camino donde hay un abra, pone piedras para la Pachamama, y allá es la misma historia.

- O sea que comenzaron con dificultades no solo en cuanto a las provisiones…

- La expedición iba bien a pesar de la precariedad de alimentación y de equipamiento. Por ejemplo, no teníamos oxígeno para las alturas porque el jefe de la expedición, para ahorrar peso, pensaba que íbamos a encontrar los tubos de gas de los suizos que habían abandonado el ascenso el año anterior, pero no encontramos nada. Así que prácticamente, batimos el récord de andar a los 7.600 metros sin oxígeno. Mi campamento más terrible fue el de los 7.300, colgado de una zona con una carpita atada a la roca, en un lugar que se llama La Pera. Ahí pasé varios días, con un sherpa enfermo, hasta que los pude socorrer a mis compañeros que estaban arriba detenidos por la tormenta.

EN NEPAL. Un expedicionario cruza un precario puente sobre un río. EN NEPAL. Un expedicionario cruza un precario puente sobre un río.

- ¿Cuáles fueron los momentos más difíciles que enfrentaste?

- Yo estaba solo, atendiendo el tránsito de elementos para ir haciendo los campamentos superiores. Estaba a 6.400 metros con mi carpita. Después vinieron dos porteadores. Como no tenían carpa hicimos una cocina de hielo para que pudiera hacer mi mate cocido (yo me muero si no tomo mi mate, me han acunado a mate) y calentar un poco la comida. Era una cueva de hielo y se deja una abertura circular para que no entre mucho viento; teníamos calentadores. Yo me fui a mi carpa y ellos durmieron en la cocina. Esa noche vino una avalancha que casi me lleva con la carpa y mil metros abajo, estaba el glaciar. Me salvé porque no me había llegado la hora. Cuando salgo de la carpa todo era una manto blanco y no aparecía la boca de la cocina y voy clavando la piqueta para ver dónde estaban mis ayudantes y siento que llamaban: “Señor, señor (Sahb)”. Los saqué medio muertos, casi asfixiados. Fue un momento feo.

- ¿Te encomendaste a las deidades hindúes, antes de intentar la hazaña?

- Yo estaba seguro, no tanto por Dios, sino por la ceremonia de la que había participado en la India y en Nepal con las deidades brahmánicas, como Ganesh. También estuve en el templo de Shiva, que es la diosa destructora. Los hindúes tienen a Brahma, quien hace el universo, Vishnú que es el que mantiene el mundo y Shiva, la que lo destruye. Yo tenía mucha confianza, pero esa experiencia religiosa aun con dioses y deidades que no eran cristianos, me daban cierta garantía de que yo volvería.

- Me imagino que cerca de la cumbre se tiene una sensación de inmensidad, de poder, de absoluto…

- Humanamente, me creía inmortal. Sentía que no me iba a pasar nada porque tenía la protección religiosa, pero cuando el jefe de expedición, el teniente coronel Huerta, me ordena que traiga todos los elementos que pudiera recuperar (piolas, clavos, mosquetones), yo, para no parecer cobarde entre los sherpas, me vine solito; a ellos los mandé primero. Me puse a sacar los clavos que me daban seguridad, con tal circunstancia que cuando llego a los últimos 50 metros, me pego una resbalada y caigo en la nieve. Felizmente, caí en nieve blanda que me recibió como un colchón. Mis compañeros me sacaron. Entonces, me dije: “no me he muerto, no me llevó la avalancha, no he me muerto en la caída, entonces la montaña es mi amiga, quiere que yo me quede acá”.

- ¿Por qué no hicieron cumbre?

- Esperábamos el monzón para junio, pero la primera tormenta llegó el 8 de mayo. Empezamos a equipar los campamentos superiores para llegar a la cumbre ese día. Nevó todo el santo día. Hubo una avalancha. Persistimos y nos quedamos unos cinco días más, pero siguió nevando. Y la nevada, ya cerca del 25 de mayo, fue tan fuerte que produjo una avalancha y todos los elementos que teníamos en el último campamento fueron arrastrados y casi muere mi compañero. Estaban Femenías, el sargento ayudante Godoy… y yo estaba apuntalándonos en La Pera. Los otros estaban más arriba, cerca de los 8.000 metros.

- ¿El descenso fue más difícil que el ascenso?

- No pudimos volver por el mismo lugar, dimos un gran rodeo porque los ríos estaban muy crecidos y los puentes habían sido llevados por las aguas.

- ¿El fracaso fue como un directo al hígado?

- La montaña dijo “no”. “Ya volveremos”, me respondí. Siempre he sido optimista, pero no doy una uña de mis manos por la montaña; soy demasiado prudente. Nunca se me ha muerto ningún joven ni chico ni viejo en la montaña y yo tampoco he tenido grandes problemas. Nunca me pasó nada.

TRAYECTORIA

Orlando Bravo (15/3/1924-18/11/2004) fue investigador en el Laboratorio de Partículas Elementales de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), donde desarrolló su tesis de doctorado sobre “Evaporación nuclear de alta energía”, bajo la guía del doctor Juan G. Roederer. Enseñó Física en la UNT. Guionó y dirigió el documental  “Viaje a La Ciudacita”, donde incluye conclusiones de sus trabajos sobre arqueo-astronomía. Fue impulsor de la creación del Parque Nacional de Los Alisos.  Exiliado en Bolivia durante el golpe militar orientó su actividad científica hacia la Biomecánica.

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