Miguel Ángel Inchausti: tocando el corazón de los changuitos

Miguel Ángel Inchausti: tocando el corazón de los changuitos

El conjunto Los Arroyeños nació hace 60 años. Su fundador evoca los comienzos en una entrevista inédita que tuvo lugar en Tucumán en el invierno de 2002.

Miguel Ángel Inchausti: tocando el corazón de los changuitos

1960. San Nicolás de los Arroyos. El brazo del Paraná fluye música en cuatro corazones. Las canciones se hamacan en un piano decidor y en voces que aroman nuestra música criolla. Los hermanos Eugenio y Miguel Ángel “Chany” Inchausti están germinando en el almácigo de su adolescencia Los Arroyeños, sin sospechar que con el correr del tiempo el sol juguetón del folclore les abriría el alma de los changuitos. También de los mayorcitos. 1997, julio. 

El conjunto interpreta con la Sinfónica de la UNT, bajo la guía de Eduardo Alonso Crespo, la Suite para la buena tierra, que el Chany ha compuesto con Félix Luna en 1970, por encargo del maestro Mario Benzecry. A partir de esa entrevista, se anudó una secuencia de amables mails. 

Abogado, radical y demócrata de fuste, funcionario alfonsinista, la locuaz y cálida sencillez del “Chany” y el conjunto regresaron en julio de 2002 para actuar en el Centro Cultural Virla. La amistad electrónica siguió amasándose, mientras se producían intercambios de “rehenes” (grabaciones de uno y otro lado). 

En 2005, me invitó a un recital en un boliche porteño, en el que debía acompañar en unos temas a un talentoso joven, hijo de su amigo, el periodista Claudio Escribano. Fue la última vez que nos vimos. El cáncer le fue llagando dolorosamente su alegría y se llevó sus 65 años, ese bisiesto 29 de febrero de 2008. A seis décadas del alumbramiento de uno los conjuntos clave en el folclore, va este fragmento de esa charla de 2002 con el troesma Inchausti.

- ¿Cómo nacieron Los Arroyeños?

- Se da en el marco del colegio secundario de nuestro pueblo, de San Nicolás de los Arroyos; de ahí viene el nombre de Los Arroyeños, un grupo de muchachos que nos gustaba la música, la compartíamos a través de la actividad coral, tocando el piano o haciendo música en distintos ámbitos. Nos encontrábamos en el teatro municipal para ver cuándo venían los Hermanos Ábalos, el Coro Universitario Achalay, de La Plata, los Gómez Carrillo, Falú o Yupanqui, y ahí nació esta vocación, estas ganas de hacer música. 

Lo formamos en el marco del colegio secundario, actuábamos en los alrededores de San Nicolás, principalmente en Rosario, en la radio. Y cuando empezamos la universidad nos fuimos a estudiar a Rosario y le dimos alguna continuidad porque había más ámbitos y espacios para hacer cosas. A mediados de los años 60 nos mudamos a Buenos Aires y ahí el conjunto tuvo un impulso permanente, desarrollamos la actividad profesional. Empezamos a grabar en los primeros años de los 60, hicimos algunos discos para compañías chicas y antes de terminar esa década RCA Víctor nos contrató e iniciamos la actividad como muchos de los colegas nuestros de entonces.

- ¿Los Inchausti tenían una tradición musical? ¿De dónde les venía el amor por el folclore?

- Mi abuelo Miguel Ángel -se llamaba igual que yo- tocaba la guitarra muy seriamente; estudiaba, tenía sus partituras; mi padre era pianista, pero no siguió la carrera, era abogado, también componía sobre todo música de tango. Era muy tanguero, se hacía sus viajes a Buenos Aires para verlo a Julio de Caro, a Francisco de Caro, a Cobián, y lo importante para nosotros lo que hizo nuestro padre es que siempre abrió nuestra casa a una serie de amigos que enriquecieron las posibilidades nuestras. Cada vez que Yupanqui pasaba por San Nicolás, iba a visitar a mi padre, se bajaba del tren y se quedaba dos o tres días. 

Lo mismo los Ábalos o los músicos que llegaban a Buenos Aires a tocar música clásica, siempre pasaban por casa, para hacer dedos en el piano o para visitarnos. Y ahí vimos un montón de cosas importantes desde el punto de vista musical que nos sirvieron para ver cómo lo teníamos que hacer y asumir el compromiso de que nada era fácil y que todo se basaba en el estudio y en el esfuerzo para poder llevar a cabo eso. Esa tradición, mi abuelo tocando la guitarra y mi padre haciendo música de tango, abriéndonos un firmamento grande, fue una base musical muy importante.

- Los Arroyeños nacieron en un momento muy importante de nuestra música popular, donde surgen los grupos vocales, el Grupo Vocal Argentino, los Zupay, los Opus Cuatro, ¿ustedes tenían un objetivo como conjunto? ¿Qué los distinguía de los demás?

- Sí… en nuestra formación original fuimos cuatro, la idea era hacer tres voces y piano, porque yo tocaba el piano y cantaba mal; era poner el acento en una especie de estilo -y lo voy a decir por comodidad de lenguaje- de música folclórica, donde la forma, los ritmos, los giros melódicos, los acentos, todo lo que hace a la esencia estuviera respetado, pero tirando a lo que podía ser la música de cámara: tres voces jugando libremente, con contrapuntos y el piano también como un actor protagonista. 

Como yo hacía los arreglos, me ponía como número nueve y diez al mismo tiempo, también hacíamos cosas a cuatro voces y, por supuesto, cosas de color que enriquecían lo que hacíamos: tocábamos el charango, la quena, el siku y naturalmente, la percusión y guitarra. La esencia fue esa y creo que nos mantuvo con identidad frente a todos los que vinieron como expresión exclusivamente de la música vocal, nosotros pusimos el acento en el canto vocal, pero también en el tema instrumental.

- A diferencia de los otros grupos, Los Arroyeños captaron un público que eran los chicos y además ustedes cantaban con changuitos.

- Hay varias causas. El tema Que se vengan los chicos, que es creación de mi hermano Eugenio, que se lo hizo en un momento en que no tenía un solo peso a su hijo mayor que cumplía años, entonces le regaló la canción. El tema nos gustó y lo incluimos en un repertorio de grandes; era una cosa impresionante lo que producía. 

Y después nuestros chicos comenzaron a crecer y vimos que el problema de ellos era el mismo del resto de los argentinos. Y fijate vos, Espinosa, nosotros hicimos apoyo fuerte en el tema de los chicos en dos momentos de gobiernos militares. La primera grabación de Que se vengan los chicos fue en el 68, 69, para la RCA Víctor, gobierno de Onganía, que había prohibido en las radios una serie de artistas argentinos; era esa concepción elitista, que de otra manera también nos hacía depender de la cultura, de las modas extranjeras. Entonces lo asumimos un poco como una batalla de tipo cultural. 

Vamos a dejarles a las generaciones que vienen las canciones, la música, las manifestaciones que expresan nuestros sentimientos, necesidades, aspiraciones. Después vino todo el impulso popular de los 70, ahí bajamos el perfil, hicimos otro tipo de cosas y en el 79 volvimos a grabar Que se vengan los chicos; ahí ya todos teníamos chicos de entre 2 años hasta 10 u 11 que son los que cantaron en ese disco con nosotros. Entonces nuestros hijos, la necesidad de dejarles una especie de compromiso con expresiones que nos dan identidad, esto no significa que nosotros como pueblo seamos mejores o peores que otros, somos distintos, tenemos ciertas particularidades, con las influencias lógicas que las relaciones culturales y la historia nuestra nos indican, fue lo que quisimos dejar.

- ¿Quiénes fueron los integrantes originales?

- Mi hermano Eugenio, José Alberto Andrín y el “Mocho” Ramón García Aznar; después cuando nos fuimos a Buenos Aires, el Mocho se quedó a viviendo en Rosario, y empezó Alcides Genanián que después siguió con el Grupo Vocal Argentino, un tiempito cantó Mario Botto, y en los 70, se incorporó el bajo Luis Bragato y en el 75 quedó esta formación: Fernando Collado, Luis Araujo, Gustavo Santa Coloma y yo.

- ¿Pudieron vivir del folclore?

- Sí, hemos tenido muy buenas etapas y otras muy duras, siempre, por recomendación de aquellos a quienes hice referencia al principio. Yupanqui, Falú, los Ábalos hasta el gordo Saravia, de Los Chalchaleros, nos decían que se podía seguir cantando y hacer carreras profesionales universitarias porque había momentos en que los artistas se llenaban de angustia cuando había que llevar el pan para los hijos, pero que no dejáramos de formarnos en la cuestión artística. 

Todos tenemos una actividad que nos permite vivir cuando la cosa se cae: uno es médico, otro es abogado, otro trabaja en el ámbito de la construcción, otro es licenciado en economía. Es una manera de mantener espiritualmente consolidado al conjunto; nosotros hemos visto que en momentos de crisis profesionales artísticas o de retracción, hay conjuntos que se han pulverizados por esta necesidad de que hay que sostener familias.

- Cuando comenzás a hacer un arreglo, ¿de dónde partís?

- Primero, me provoca la música que por sí sola diga cosas, y que el aporte que se pueda hacer, no perturbe la esencia de esa melodía, de la armonía. Trato de no cambiar la melodía ni la forma en que el compositor concibió la obra. Después, cuando arreglo las voces, trato de que cada uno se sienta cómodo en lo que está cantando. 

Creo que los tres que habitualmente cantan tienen condiciones de solista por sí mismos y eso permite juegos de contrapunto, y que en el contexto global de las canciones tengan un mismo estilo, pero que se diferencien, que no se repitan los esquemas. Por eso, cuando armamos el repertorio tratamos de tener cosas con características distintas. Y también que haya algo de innovación, de aporte, de enriquecimiento como para decir: ¡ahí están Los Arroyeños!

A diferencia de otros conjuntos que ponían su acento en lo vocal, nosotros pusimos el acento en el canto vocal, pero también en el tema instrumental

- ¿Cómo percibes el momento actual del folclore?

- Lo veo bien porque los jóvenes han retomado la idea de que este tipo de canciones los representa a ellos también y es una herramienta útil para que ellos vuelquen sus inquietudes. Por supuesto que en cualquier movimiento artístico hay para todos los gustos: cosas mejores o peores, pero creo que todo es muy positivo y tiene que ver con una especie de apoyo de la sociedad y de inquietudes de nuestros chicos de encontrar el lugar donde estemos parados frente a la globalización que disuelve identidades.

- La música, el arte, son un reflejo de la sociedad de cada momento, en los años 60, había otra mística, no había tanta superficialidad como la que puede haber ahora.

- Sí, bueno, yo me refiero más al aspecto musical. Desde el punto de vista literario, hemos recibido los sacudones de un proceso que trata de deseducarnos, desculturizarnos, entonces los chicos sufren eso en la primaria, la secundaria, en la universidad. Todavía no hay ningún chico con la misma edad de los que entonces eran chicos, como Nella Castro, Tejada Gómez, Manuel J. Castilla, Homero Expósito… no hay nadie que podamos decir que retomó aquella posta y con lenguaje de hoy esté expresándose artísticamente con vuelo, pero creo que estamos mejor que hace 10 años en ese sentido.

- El tango fue revolucionado por Piazzolla, ¿y el folclore?

- No sé, los paralelos a veces no se dan tan claramente. Piazzolla es un fenómeno muy particular, fue más combativo y agresivo, que los De Caro, Troilo, Salgán, que ya habían renovado el tango, mientras que Salgán creaba y hacía unos arreglos fenomenales no les enrostraba a los demás que eran vagos o que no estudiaban. Piazzolla provocó la necesidad de estudiar, de profundizar, de prepararse. 

En lo folclórico, la cosa es distinta, hubo músicos clásicos que han tomado algunas cosas, como Ginastera, pero no se pueden repetir, creo que es una simplificación tratar de encontrar un Gershwin en la música argentina porque este tiene tres obras y después hay un montón de compositores americanos que no tuvieron su trascendencia, pero que están imbricados en su propia cultura popular, como Copland. 

Alguien dijo una vez que había que terminar con Los Chalchaleros que cantan a dos voces y que tocaban con guitarras desafinadas en los 60, pero creo que pasa por hacer música, escribirla y después el público resuelve. No hay un solo camino para imitar o para seguir. El arte nos plantea distintas posibilidades para lo que se quiere expresar.

Que se vengan los chicos
Bailecito de Eugenio Inchausti


Que se vengan los chicos
de todas partes,
que estén los de la Luna
y los de Marte.

Que se vengan los chicos
de los planetas,
prendidos de la cola
de algún cometa.

Que no falte ninguno
a mi cumpleaños
y que no se preocupen
por los regalos.

La lara lara lara
la lara lero…
que estén todos los chicos
del mundo entero.

Algunos que de Venus
dicen venían,
trajeron de regalo
las Tres Marías.

El chico de la Luna
petiso y fiero
me regaló una nube
que halló en el cielo.

Los de Marte
me dieron un sorpresón,
pues cada uno traía
rayos de sol.

La lara lara lara
la lara lero
que están todos los chicos
del mundo entero.

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