El síndrome “Malevo” Ferreyra

Las historias de Mario Oscar “El Malevo” Ferreyra y de sus laderos, los integrantes del Comando Atila, generaron repercusiones inesperadas. En la sociedad tucumana se volvió a plantear el debate: ¿héroes o villanos? Históricamente no hay dudas. Fueron policías que actuaron fuera de la ley y que supieron tener apoyo político de cuatro gobernadores democráticos y de un interventor federal para asustar.

No fue fácil reconstruir su pasado. El mito de estos hombres se edificó, en gran parte, porque se contó parte de su historia, o por lo menos, sólo se difundió la políticamente correcta. Los excesos y los delitos que cometieron se mantuvieron ocultos. No fue sencillo que algunos hablen para reconstruir los hechos que protagonizaron. Han pasado más de 20 años desde que el grupo parapolicial comenzó a dar sus primeros pasos y el miedo sigue presente entre los protagonistas de la vida política y policial de aquellos tiempos. Y sobran razones para temerles. Fueron sospechados de haber cometido robos, amenazas, usurpaciones, atentados, levantamientos policiales, usura, torturas y homicidios. Se graduaron en la Escuela de Policía, pero podrían haber hecho un posgrado durante la última dictadura militar integrando los grupos de tareas.

A pesar de todo esto siguen siendo admirados por algunos tucumanos. Piensan que para combatir la inseguridad se necesita mano dura y gente que haga sufrir a los delincuentes. Pero no se puede combatir a los que violan la ley con medidas ilegales. Muchos aseguran que si el “Malevo” siguiera vivo no habría robos de celulares. Pero es probable que ellos -como hicieron en su momento con las maquinitas de juego electrónico- hubiesen ocupado o protegido a los que dominan el mercado negro de ventas de teléfonos móviles. En esos tiempos se sospechó también que protegían a algunos grupos que se dedicaban a actividades ilícitas, como el tráfico de droga. ¿Cuál hubiera sido su papel en estos días cuando existen barrios donde es más fácil conseguir una dosis de paco que pan? Tómese unos minutos y piense la respuesta.

El fin de la carrera de “El Malevo” se produjo por una sola razón. Fueron sus propios compañeros los que le soltaron la mano. Por el crimen del oficial Juan Salinas, del que fueron acusados los miembros del grupo policial, se ganaron varios enemigos y cierto desprecio. Antes, Ferreyra se había ido de boca denunciando a varios de sus pares porque se estaban enriqueciendo. Algunos hombres de la fuerza explicaron que en realidad esa denuncia no salió de su mente limitada, sino de los integrantes del cuerpo parapolicial porque los estaban enviando a destinos donde, supuestamente, no podían continuar con sus negocios. Los mismos que le propusieron poner su cara para que ellos siguieran actuando fuera de la ley. A cambio, le ofrecieron protección y obediencia.

La caída del “Malevo” significó un quiebre en la fuerza. Los oficiales y comisarios más jóvenes no aceptaban las maniobras de los que estaban en la vereda del frente. Pretendían cambiar la imagen de la Policía. Lograron, en parte, su cometido, porque la escuela de los malos hombres se mantuvo durante años. Hubo numerosos casos que tuvieron el sello Atila o por lo menos en los que intervinieron uniformados. La compleja trama de la desaparición de Marita Verón; el homicidio del juez Víctor Agustín Aráoz son algunos ejemplos. Pero el más trascende llegó con los fallos por el homicidio de Paulina Lebbos por las irregularidades cometidas durante la investigación. Terminaron condenados Enrique García (titular de la comisaría de Raco), Rubén Brito (jefe de la Unidad Regional Norte), Nicolás Barrera (ex subjefe de la fuerza) y Hugo Sánchez (jefe de Policía) por encubrimiento, aunque nunca se supo a quién o a quiénes protegieron. García, en los 80, habría formado parte de los Atila y Sánchez, es cuñado Luis “Niño” Gómez, el único miembro del grupo parapolicial que se encuentra tras las rejas por el crimen del comunero Javier Chocobar.

Los tucumanos no necesitan de este tipo de personas para sentirse protegidos. Requieren de hombres capacitados y con vocación de servicio. Los primeros días de diciembre pasado se produjo un hecho histórico en la provincia. Más de 200 oficiales y comisarios recibieron su título de licenciados en Seguridad y Protección Ciudadana, carrera dictada por la Unsta. Dentro de poco tiempo, según se dispuso, los hombres que quieran llegar a los puestos superiores deberán acreditar un título de postgrado. Además, en los últimos meses, la relación entre la Policía y el Ministerio Público Fiscal mejoró después de mucho tiempo; dejaron de lado la desconfianza y ahora realmente trabajan de manera conjunta. En materia de seguridad, los buenos resultados tardan. No llegan de la noche a la mañana. Pero será más fácil conseguirlos con policías capacitados que actúen de acuerdo con el derecho y no violando las leyes.

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