La era del hielo

La era del hielo

En los numerosos significados que el diccionario asigna al verbo “congelar”, el denominador común es que lo sometido a congelamiento no se transforma. De esa esencia están hechos los gestos políticos de estos tiempos de crisis.

Congelar significa helar un líquido. El diccionario nos enseña, además, que implica someter alimentos a muy baja temperatura para que se conserven en buenas condiciones hasta su ulterior consumo. También se explaya indicando que es conservar a bajas temperaturas un medicamento, un caldo de cultivo, etc. En todas estas primeras acepciones, la Real Academia Española deja en claro que no hay ninguna transformación. Sólo se mantienen las cosas como están.

En estos días las decisiones políticas pasan por salir de la crisis brutal. La alta pobreza, la elevada inflación, el exaltado desempleo y la desinflada actividad económica han hecho que el elogiado ministro de Economía de la Nación meta la mano en todos los bolsillos. Se olvidó de uno: el gasto de la política. La ciudadanía que tiene benevolencia y misericordia, pero no es tonta, reaccionó. Los reclamos no fueron movidos por la venganza ni por la sensación de desigualdad. Fue la buena memoria lo que les hizo recordar a los dirigentes de todo tipo que en los últimos 40 años las cosas van de mal en peor, pero a determinados líderes siempre les va bien, como si estuvieran congelados en un bienestar perpetuo.

La dirigencia política argentina tienen benevolencia y misericordia, pero no es tonta (vaya casualidad en la representación de la sociedad) y, por lo tanto, escuchó el reclamo popular. En el acto comprendió que el ajuste al sector privado, el impuestazo a los sectores medios, no iba a cuajar si no se daba un ejemplo. Como por arte de magia, algunos referentes empezaron a actuar. En Tucumán no hubo quien renunciara a sus ingresos ni tampoco un recorte. Decidieron lo de siempre: cambiar algunas cosas para que no cambie nada. Aprendimos, según el diccionario, que eso es congelar. Es cierto que si hubiera algún aumento no será para los representantes del pueblo, pero esa no es la cuestión.

Le quitaron la pelota

Como sociedad hemos convenido que el gasto político es el costo del funcionamiento de los tres poderes del Estado. La lupa se pone específicamente en las remuneraciones de quienes los conducen, al igual que sobre su régimen de jubilaciones. Cuando se acerca la lupa es porque no se ve bien. Es porque algo es difuso. Y, en todo caso, hace falta que alguien investigue. “Elemental Watson”, dicen que solía afirmar Sherlock Holmes, aún cuando Arthur Conan Doyle nunca lo escribió. Así como esta frase es del imaginario popular, también lo es la verdad absoluta sobre las remuneraciones de los hombres públicos a los que manda o dio mandato la sociedad.

La lupa también se ve obligada posarse sobre las designaciones de naturaleza política del personal transitorio y permanente, que en el caso de Tucumán nunca se transparentó y, por lo tanto, aumentan las sospechas de que son varias decenas de miles los favorecidos por la acción clientelar de legisladores y funcionarios… de los tres poderes.

La sociedad puede entender la necesidad de que se tomen medidas que afectan los intereses de los ciudadanos en función del bien común. Lo que no logra admitir es que quienes ejercen el poder se auto exceptúen de las medidas de sacrificio generando odiosas e irritantes desigualdades. Esto fue subestimado inicialmente por el presidente Alberto Fernández de Kirchner y por su equipo. Hizo tardías correcciones para neutralizar los enojos, pero no superaron todavía el carácter de meros anuncios.

En Tucumán, el gobernador de la provincia no sale de su estado de shock. Como esos boxeadores groggys no logra salir del rincón. Distinta ha sido la reacción del vicegobernador Osvaldo Jaldo, quien todas las mañanas se entrena para llegar a la máxima magistratura provincial. Hace sombras con las debilidades de su amigo Juan y le sirve de sparring su tarea en la Legislatura. Como los animales que saben que vendrán los movimientos telúricos antes que cualquiera, un conocedor de la política -y de sus temblores y de sus terremotos- reaccionó apenas escuchó los primeros truenos en las redes sociales.

El vicegobernador en la Legislatura parece Juan Sebastián Verón en Estudiantes. Es presidente, entrenador, manager y jugador. En el acto ordenó congelar dietas. Quiso así salir jugando, pero se encontró con otro experto de estas canchas, el ex legislador y ex convencional -y además constitucionalista- Luis Iriarte. Este le recordó que estas cuestiones no las decide la autoridad de la Cámara, sino el cuerpo.

Desde que la democracia revivió en la Argentina los legisladores tucumanos se hicieron los tontos y miraron para otro lado cuando de remuneraciones se trataba. Acordaban a puertas cerradas con los diferentes presidentes de la Cámara y disimulaban una dieta baja y recibían con otros ítems muchísimo más dinero. Iriarte les recordó que aquello que siempre quisieron ocultar de una vez por todas deberán ponerlo sobre las bancas.

La transparencia es una deuda de la Legislatura provincial. Desde la prensa muchas veces se señaló la necesidad de tener representantes del pueblo muy bien remunerados porque son los 49 personas ELEGIDAS de la provincia. Pero siempre actuaron con vergüenza o incapacidad para asumir ese rol. Como consecuencia de ello, terminaron comportándose como verdaderos mentirosos, tramposos y hasta como narcotraficantes. Tuvieron gastos de bloques que disimulaban gastos que iban a los bolsillos, contrataron empleados que firmaban por un monto, pero recibían mucho menos porque la diferencia iba al otro bolsillo, y terminaban teniendo dineros en negro como aquellos que venden sustancias prohibidas y no en blanco como corresponde a los ELEGIDOS.

La oscuridad no es una característica propia del Poder Legislativo. El Ejecutivo tampoco ha hecho los deberes y el Judicial que muestra más sus cartas no logra justificar ni con eficiencia ni con seguridad jurídica esa virtud.

Alfombra y valijas

Pese a que, nada menos, que el secretario administrativo del Senado de la Nación (el tristemente célebre Mario Pontaquarto) se arrepintiera y confesara cómo fue el mecanismo de soborno a los senadores, luego de varios años, la Justicia sobreseyó a todos los acusados y el denunciante arrepentido hoy vive oculto y probablemente con la identidad cambiada. Algo parecido ocurrió con el vicepresidente Carlos “Chacho” Alvarez, quien no regresó jamás a la primera línea de la política argentina, transformado en el chivo expiatorio de la crisis de 2001.

Aquella denuncia sería equivalente a que Claudio Pérez hoy, o Antonio Ruiz Olivares antes de 2015, denunciaran haber participado en el pago ilegal de gastos a los legisladores y el Poder Judicial provincial desestimara la veracidad de sus dichos.

Siendo un poco más preciso o más actual, aún los gastos parlamentarios siguen siendo materia de sospecha y de nada sirve que los legisladores congelen sus dietas un tiempo cuando el problema no son las dietas sino los gastos o empleos creados por las administraciones anteriores (con protagonistas de la actualidad) que fueron escondiendo bajo la alfombra o en valijas.

Opositores a la deriva

En Tucumán la crisis política parece un virus que ha dejado sin oxígeno a la oposición. Nadie la lidera. Es un barco al garete con muchos capitanes que deambulan por cubierta, pero ninguno es capaz de tomar el timonel aunque todos quieran hacerlo. Para ello los dirigentes radicales deben poner la casa en orden. La intervención tiene plazo hasta el 31 de marzo. Antes deberán llamar a elecciones. José Cano y Silvia Elías de Pérez hacen valer sus credenciales como capitanes de fragata y buscar llegar a contralmirantes.

Mientras tantos los marineros Mariano Campero y Roberto Sánchez sienten que la pericia adquirida en sus lanchas les permiten avanzar con sus ambiciones. Germán Alfaro ya no es un polizón que deambula de la proa a la popa, ahora tiene gorra y charreteras, pero debe revisar si navega en el barco equivocado. En el PRO, muchos siguen haciendo el duelo electoral y otros que se quedaron en el puerto buscan subirse a un bote salvavidas o por lo menos subir a una esposa o pariente hasta que se calmen las aguas.

Mientras la oposición siga el rumbo errático, Juan Manzur, aún groggy, puede caminar el ring sin temor a que un puñetazo lo saque de la pelea.

El legado de Netflix

Netflix ha resucitado la historia del fiscal Alberto Nisman. Sus idas y vueltas (como muchos de los episodios que viven los argentinos y que parecen un deja vu) sumen a la sociedad en la incredulidad y en el escepticismo. Peor aún se desarrollan en una marea de argumentos que van desde la política internacional y sus sórdidas luchas por el poder en el mundo hasta la política local y sus supuestas razones de ambos lados de la grieta para explicar la muerte de fiscal. Todo indica que seguirá congelada como un capítulo más de la impunidad de nuestra Argentina.

A veces el poder transita sobre derrames cloacales que periódicamente intoxican con sus pestilentes olores.

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