Cuatro cuerdas para unir a los pueblos

Cuatro cuerdas para unir a los pueblos

El humanista y violinista polaco mexicano que fue uno de los más destacados artistas del siglo XX, tocó tres veces en Tucumán.

 EN ACCIÓN. Szeryng interpretando Brahms en el teatro Alberdi en 1942. EN ACCIÓN. Szeryng interpretando Brahms en el teatro Alberdi en 1942. ARCHIVO LA GACETA

Zelazowa Wola, 22 de septiembre, 1918. Los duendes de la alegría danzan ese domingo en una casa del villorrio de Varsovia. Un llanto niño ha despertado la vida, pero cuando Henryk escuche a su madre deslizar la ternura por el piano, la serenidad lo invadirá. Su papá, industrial metalúrgico, es un habitante de la cultura, de manera que a nadie extrañará que las primeras trapisondas del changuito sean saltando los alambritos del pentagrama. En esa aldea, 108 años antes, Federico Chopin ha visto la luz de las polonesas.

Su madre lo inicia en las voces del piano y la armonía cuando apenas calza un lustro. Al poco tiempo, le cuesta explicarse cómo desde una caja tan pequeña pueden salir sonidos tan hermosos. Moritz Frenkel es ahora su profesor de violín. “Gracias a él tuve una excelente formación, la de la famosa escuela rusa. Pero la influencia artística y humana mayor me vino, ya en la adolescencia, de Bronislaw Huberman. Él me hizo ver que el violín era el instrumento para mí y me dio la pasión de interesarme en los hombres y en los pueblos. Por eso, para mí la música es un lenguaje que debe unir a los pueblos”, dice. El concierto de Mendelssohn se mece en sus siete años. Huberman aconseja que el niño viaje a Baden Baden. Carl Flesch ventila otros horizontes.

Un bien compartido

Primeros conciertos. Sus padres no quieren explotar el prodigio de su hijo. Va a París. Nadia Boulanger le despabila sueños. “Ella no solo era una profesora, también una consejera, una amiga. Me incitó a estudiar la música, a escribirla, a interpretarla. Mi vida estuvo -y lo sigue siendo ahora- muy influida por ella. En París, Georges Enesco y Jacques Thibaud me ayudaron a desarrollar mi personalidad musical, aunque jamás estudié con ellos, pero fueron mis amigos. Conocí a grandes personajes, como Toscanini, Ravel, Cocteau, Stravinsky... El bagaje que recibí de mis padres y de mis maestros en el plano musical y humano debo seguir transmitiéndolo. Es un bien que no me pertenece a mí solamente, sino que hay que compartirlo especialmente con los jóvenes”, cuenta. Ocho lenguas diferentes fluyen por sus labios. 1933. El opus 77 de Brahms le abre la puerta de los aplausos.

Segunda Guerra Mundial. El general Sikorski, primer ministro polaco en el exilio londinense, lo designa intérprete y oficial. Ambos viajan a México con la idea de pedir un lugar para los refugiados polacos. Los ancestros aztecas y mayas conquistan inesperadamente sus venas y en esa tierra se quedará a partir de 1945. Tiene 27 años. Abandona los escenarios. Se dedica a educar a los jóvenes en la Universidad Nacional de México y en 1946 adquiere la ciudadanía y lo designan embajador cultural.

Corazón entrecerrado

Un adagio se está desnudando ahora en la soledad de cuatro cuerdas. Es otoño, pero en México la tarde respira en Sol menor. La fuga-allegro de la sonata de Juan Sebastián Bach escapa por la ventana, despereza sus sentimientos entre las hojas. Sentado en un sillón, el corazón entrecerrado de Arthur Rubinstein deja que la música acaricie las lágrimas de su silencio. El arco dibuja emociones frente a él. La felicidad le recorre la sonrisa. El pianista se agradece a sí mismo por haberle pedido a ese desconocido profesor que tocara para él. Cuando los ojos de Henryk se abren, descubren el rostro turbado del maestro. “Quedó tan impresionado que me propuso grabar un disco con él. Dudé un instante, entonces me dije: si un artista de tal envergadura tiene confianza en ti, no hay que dudar”, recuerda. Rubinstein le despierta el artista dormido. El violín lanza al mundo su mensaje de hermandad. “El artista no puede vivir sin público que es su alimento, su estímulo. Su misión debería ser el contacto con el público. Incluso cuando estoy solo, tengo siempre la impresión de tocar para todos, para todo el universo. Y es este sentimiento el que me permite controlar mejor los problemas que provocan la inseguridad o el trac. La música es un lenguaje de los sentimientos que puede desencadenar sensaciones”, piensa.

En el jueves patrio

1942. Gira por la Argentina. Ovación en el Teatro Colón. El tren lo trae a San Miguel de Tucumán, llevando en el ojal el Re mayor de Johannes Brahms. Es jueves 9 de julio de 1942 en el Teatro Alberdi. La Filarmónica, guiada por Enrique Mario Casella, ha preparado también La huella y El gato, de Julián Aguirre, la obertura de La scala di seta, de Rossini y la Sinfonía n° 7 de Beethoven. El entusiasmo tucumano lo invita a regresar el 3 de septiembre de 1944 con el pianista Luis La Vía al teatro Belgrano, trayendo páginas de Vitali, Beethoven Wienawski, Szymanowski, Rimsky-Korsakov y Novacek. El 14 de mayo de 1950 se despide de los cerros tucumanos con el pianista Leo Schwarz, dejando enduendado el teatro Odeón (luego San Martín) con ecos de Tartini, Bach y Beethoven. “Todo tiene en Szeryng el valor de una cosa definitivamente hecha, completa, madura. Una digitación segura, una musicalidad opulenta que maneja con un evidente desprecio por lo estridente; una elocuencia en la frase, una sensibilidad estimulada por un concepto estético de la más alta pureza. Del conjunto de tales virtudes surge la luminosidad de un músico que ha asociado su nombre al de los grandes violinistas”, dice LA GACETA, del 15 de mayo de 1950.

Durante la guerra brinda más 300 conciertos de solidaridad. “Tuve la increíble experiencia de ver cómo la música puede unir y reconciliar a los hombres. En esos momentos, la música es verdaderamente un milagro”, dice. Henryk encuentra discípulos y amigos a donde va. “Jamás criticaría un error. Lo que exijo de un intérprete es que me convenza. Me debe conmover de una manera u otra. Una interpretación válida para mí es la que viene del corazón y del espíritu. Interpretar es como hacer un viaje a otro país y a otra época. Mi ritmo reposa en los latidos de mi corazón y no sobre el metrónomo”, piensa.

Una zancadilla

Descubre el Concierto para violín n° 3 de Paganini, que estaba extraviado; es el primero en grabarlo. “Los auténticos enamorados de la música buscan emoción, grandes momentos, y eso es lo que él les ofrece”, ha dicho el troesma Rubinstein. 1988. Kassel (Alemania), 3 de marzo. En el arco se despereza tal vez la Chacona, de Bach. Ese jueves, las cuerdas anochecen súbitamente los trinos de Paganini. La embolia cerebral le hace una zancadilla y arroja los 69 años de Henryk Szeryng a la muerte. La brisa germana está soñando tal vez un abrazo tucumano de tarcos y lapachos. Entre las hojas del silencio, palpita un pensamiento: “el músico debe identificarse con la obra como un actor o un cantante de ópera asimilan los diferentes roles y se meten en la piel de los personajes. Es necesario, tanto en el arte como en la vida, experimentar todo para poder decir como Pablo Neruda: Confieso que he vivido. La música debe ser un puente, no un muro”.

Principales grabaciones

- J. S. Bach: Sonatas & Partitas

- Mozart: Conciertos para violín

- Mozart: Sonatas para violín y piano, con Ingrid Haebler.

- Beethoven: Concierto y Romanzas N° 1 y 2

- Beethoven: Sonatas para violín y piano N° 5, 8 y 9, con Arthur Rubinstein.

- Mendelssohn: Concierto en Mi Menor, Op.64 

- Schubert: Trío N° 1-Schumann: Trío N° 1, con Arthur Rubinstein y Pierre Fournier

- Schumann: Concierto en Re menor

- Paganini: Conciertos N° 1 y 3

- Brahms: Concierto Op. 77

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