MOMENTO DE ALTA TENSIÓN. María Florencia Páez de Mansilla señala a los acusados durante la audiencia.
“Considero que este fue uno de los crímenes más graves que se cometieron en la provincia. Un grupo de personas se presentó en una casa para llevarse a un joven y, como no lo encontraron, amenazaron a toda una familia. Luego, lo ubicaron en la ex Terminal y en una zona con mucho movimiento, secuestraron a (Adrián) Mansilla. A los golpes, lo subieron a un auto y ahí lo llevaron hasta un paraje desolado de Famaillá. En ese lugar lo ejecutaron de un disparo en la cabeza y lo enterraron. Los tucumanos no estábamos, ni estamos acostumbrados a ese tipo de hechos. Son situaciones que son comunes en Colombia y en México, pero no aquí”, resumió Marcial Escobar, el comisario que estuvo al frente de una investigación de un homicidio que le truncó su carrera en la fuerza por haberlo esclarecido. Fue un secuestro seguido de muerte que, pese a todos los pronósticos y maniobras que hubo en el medio, terminó llegando a juicio.
1- Perfiles
Los años de encierro cambiaron a Miguel “Piki” Orellana. Dejó de ser ese regordete de pelo largo y teñido de un amarillo ocre con cara de malo que se conoció cuando quedó detenido en agosto de 2003. A lo largo de los cinco años su vida se modificó totalmente. Se recuperó de sus adicciones y se convirtió en pastor evangélico. Guardó en el armario las camperas de cuero para usar ropa de elegante sport. No tapó más su cabeza con una gorra, sino que usó peinados amoldados con gel de “efecto húmedo”.
Antes de caer preso, el menor de los hermanos José y Enrique Orellana, era un conocido comerciante de Famaillá. Tenía dos negocios de Todo por $2, era propietario de una finca de limones y se lo señalaba como administrador de una bailanta en su ciudad natal. Para muchos llevaba una vida de lujos. En medio de la investigación de la famosa causa 4x4 (se descubrió que una red judicial entregaba vehículos de alta gama con oficios judiciales truchos) encontraron un Alfa Romeo Pontiac, un costoso auto deportivo que tenía una particularidad: cambiaba de color según el nivel de luz que recibía.
José “Vivila” Rodríguez, Omar “Anaconda” Carrizo, Marcelo “Mudo” Romano, Ángel “Beto” Ibarra, Marcelo “Negro” García, Tomás “Cordobés” Ceballos y Carlos “Pirucho” Chávez, los otros imputados, trabajaban o habían trabajado a las órdenes de Orellana. Eran sus servidores incondicionales y realizaban diferentes tareas para su jefe. Se desempeñaban como empleados en los locales, eran sus guardaespaldas y hasta se desempeñaban como patovicas en la bailanta.
2- El juicio
En setiembre de 2008, cinco años después de haberse cometido el crimen, con todos los imputados en libertad (desde fines de 2005 hasta mediados de 2006 se los excarceló por haber estado detenidos más de dos años sin ser enjuiciados), comenzó el debate oral. La primera audiencia fue una señal de lo que sería todo el juicio. “Pirucho” Chávez, defendido por Álvaro Zelarayán, y “Vivila” Rodríguez, asistido por Noelia Medina Núñez, llegaron a Tribunales aterrados. Sus ojos se movían intensamente de un lado a otro, como los boxeadores, que están atentos para no recibir un golpe. La contracara fue la llegada de los otros imputados. Detrás del abogado Nicolás Brito, y con “Piki” a la cabeza aparecieron los otros acusados. Sonreían confiados.
“Ya no estaba en la causa por el acuerdo al que había llegado la familia de Mansilla, pero a ellos los veía en el penal cuando visitaba a algún defendido. Siempre vi que les sobraba confianza, como si pensaran que serían absueltos por la Justicia. Era increíble la tranquilidad que tenían en la cárcel”, explicó el abogado Carlos Posse que representó a la familia de Mansilla hasta que cerraron un acuerdo extrajudicial por el que dejaron de actuar como querellantes.
La fiscala Raquel Asis acusó a Orellana de liderar el grupo de ocho hombres que el 17 de agosto de 2003, en una camioneta 4x4, en un Fiat Duna rojo y en un Fiat Palio del mismo color fueron hasta la casa de los Mansilla, en Villa 9 de Julio, para buscar a la víctima y exigir la devolución de un dinero que supuestamente había sustraído. “Avísele que si no me entrega el dinero, va a morir en mis manos”, les habría dicho “Piki” a los parientes antes de retirarse del lugar.
Luego, de acuerdo con la teoría de la fiscalía, al menos cuatro acusados (no precisó cuáles) encontraron a Mansilla en la zona de la ex Terminal, donde estaba comprando zapatillas para su futuro ahijado. A los golpes, lo subieron al Duna y lo trasladaron hasta el paraje Sauce Guacho, donde lo asesinaron de un disparo en la cabeza. La hipótesis estaba, pero además de probarla, en el debate debía establecerse quién había sido el autor del crimen, porque estaba prácticamente acreditado que todos habían tenido algún tipo de responsabilidad en el hecho.
3- Golpes y frustración
El tribunal, integrado por Pedro Roldán Vázquez, Carlos Norry y Julio Espíndola Aráoz, fue escuchando testimonios clave durante varias jornadas cargadas de tensión. María Florencia Páez de Mansilla señaló uno por uno a los imputados que estuvieron en su casa el día que desapareció. “Los abofetearía a todos”, dijo la mujer en medio de su declaración.
La historia del juicio la protagonizó el menor que acompañaba a la víctima el día que fue privada de su libertad. No se presentó a declarar en un primer momento, porque según se dijo, tenía problemas de adicción y prácticamente vivía en situación de calle. Cuando lo ubicaron, lograron presentarlo en la sala acompañado por una tutora. El adolescente, inquieto, no sólo contó cómo había sido secuestrada la víctima, sino que declaró que lo habían amenazado y que “ellos vendían droga”. Sin embargo, cuando los jueces le pidieron que identificaran a los acusados, señaló a ocho, cuando tendría que haber individualizado a seis.
La defensa de “Piki” y de los otros imputados presentó dos estrategias. La primera, demostrar que Mansilla había sido asesinado varios días después de que se haya concretado el secuestro, es decir, cuando ellos ya se encontraban detenidos. Pero ninguno de los peritos que declaró en el debate pudo confirmar esa versión. El haberle arrojado al cuerpo cal viva impidió que se pudiera establecer la fecha aproximada de muerte por su nivel de descomposición.
La otra carta que pusieron en la mesa era que “Pirucho” Chávez había sido obligado, mediante torturas por parte de la Policía, inculparlos en el crimen. Pero tampoco pudieron mantener esa teoría. Los investigadores que declararon en la causa negaron esa acusación. A los imputados les quedaba una alternativa: que el testigo arrepentido cambiara de declaración.
4- Distintos silencios
El juicio por el crimen de Mansilla tenía un protagonista y de su boca podrían salir las palabras que definirían la suerte procesal de los imputados. Pero “Pirucho” Chávez, por recomendación de su defensor, se mantuvo en silencio. “Todo lo que tenía que decir lo había dicho en la etapa de instrucción. Legalmente no estaba obligado a hablar en la audiencia. Además, sabía que las otras partes harían lo imposible para desacreditar su versión, que en definitiva, era la verdad, como quedó demostrado”, aseguró Zelarayán. Ni los mensajes de textos (en esa época no existía WhatsApp) que le envió “Piki” advirtiéndole que ellos tenían dinero para revertir un posible fallo adverso sirvieron para que cambiara de postura.
Hubo otro silencio que llamó la atención a lo largo de los años. Se sabía que sólo uno de los seis imputados había sido el autor material del crimen y que los otros tuvieron algún tipo de participación en el homicidio. El razonamiento se sostenía con lógica pura. Mansilla murió de un disparo que salió de un revolver calibre 32 que nunca apareció, pero era el calibre del arma que tenía legalmente registrada “Piki” a su nombre y que tampoco se halló. Y era imposible que seis personas hayan accionado el revólver al mismo tiempo. “Siempre pensé que alguien se haría cargo del crimen para salvar a los otros. Ellos me decían que no tenían nada que ver y que sus familias estaban bien contenidas en Famaillá”, aseguró Posse.
Cuando comenzó el juicio, se rumoreó que “Mudo” Romano confesaría haber sido el autor del disparo mortal, pero nada de eso ocurrió. De a uno, cuando hablaron delante del tribunal, se sentaron y dijeron que se le trataba de una causa armada políticamente para perjudicar a los Orellana. “Vivila” Rodríguez fue el único que presentó testigos para demostrar que él no había participado en el hecho.
5- Fallo salomónico
En el debate hubo un momento que quedó grabado para siempre: la transformación del rostro de “Piki” Orellana cuando la fiscala Marta Jerez pidió que lo condenara a prisión perpetua. El imputado, al igual que los otros acusados, se dio cuenta que podría pasar gran parte de su vida tras las rejas. La sonrisa de confianza desapareció para siempre.
Los jueces, en un fallo pocas veces visto, le aplicaron esa dura condena a Orellana, a “Mudo” Romano, a “Anaconda” Carrizo, a Marcelo “Negro” García, a “Beto” Ibarra y a “Cordobés” Ceballos, todos los que habían guardado silencio. “Pirucho” Chávez, el testigo arrepentido, recibió una condena de seis años de prisión al encontrado culpable de haber participado en el secuestro de Mansilla. “Vivila” Rodríguez fue absuelto.
El Tribunal resolvió que todos los sentenciados quedaran en libertad hasta que el fallo quedara firme. La Corte Suprema de Justicia, en noviembre de 2009, confirmó la resolución del tribunal y ordenó que todos los condenados fueran alojados en el penal de Villa Urquiza. “Pirucho” Chávez cumplió con la pena y ahora es un trabajador del campo y, cuando puede, viaja a otras provincias a ganarse la vida. De Rodríguez poco se sabe. Y los otros sentenciados aún permanecen detenidos, esperando gozar de salidas transitorias.
Pese a que hubo condena, el móvil del crimen nunca quedó esclarecido. Se confirmó que Mansilla le había robado a “Piki”. Para la Justicia fue dinero, pero en la calle nunca dejó de rumorearse que había sido droga. Con los años, por otro aberrante hecho, se fortaleció esa sospecha.
Próxima entrega: Surge otro vínculo narco por un doble crimen en Río Colorado.









