Viven como lo haría San Francisco si estuviera hoy

Viven como lo haría San Francisco si estuviera hoy

Las hermanitas Esperanza y Rebeca cuentan cómo es su vida en la Comunidad del Cordero, de la orden dominica.

LAS “HERMANITAS”. Rebeca y Esperanza vinieron a Tucumán a pasar las fiestas de fin de año. LAS “HERMANITAS”. Rebeca y Esperanza vinieron a Tucumán a pasar las fiestas de fin de año.

Transitan sin apuro por las calles de Tucumán. Seguras, confiadas, como las palomas mansas de la plaza Independencia, que caminan sin miedo entre la gente. Se llaman Esperanza y Rebeca. Son católicas consagradas y llevan un hábito sencillo, de color azul jean con un velo ceñido en la frente. Esperanza es tucumana, tiene 42 años, y vino a pasar las fiestas con su familia, que es muy grande; ella es la novena de 14 hermanos. Su invitada, de 38 años, ha nacido cerca de París, Francia, de donde es originaria la Comunidad del Cordero, una rama de la orden dominica, a la que ellas pertenecen.

Misión y oración son las bases de esta comunidad mendicante, de religiosas que viven en completa pobreza, alejadas de todo bien material e inclinadas a descubrir a Dios en todas las cosas. Las hermanitas, como se llaman a sí mismas, en diminutivo, porque se sienten pequeñas frente a la Creación, andan por el mundo como aves, confiadas en la Providencia de Dios.

“El amor mendicante de Dios es el centro de nuestra contemplación”, explica Esperanza, con voz suave y mirada relajada. “Dios nos ofrece su amor y como un mendigo golpea el corazón del hombre. Él se ofrece a la aceptación o al rechazo. No se impone; espera una respuesta de amor”, dice con sus palmas unidas.

Siempre alegres, van de a dos o de a tres, por los barrios. Tocan los timbres de las casas para dejar un mensaje que, a veces, logran poner en palabras y otras, no. Pero es un mensaje, al fin. “Quizás es un interrogante”, sonríe Esperanza. Van al mediodía y piden algo para comer. Lo que les sobra a los demás. “Con este gesto de pedir algo para comer el Señor busca dar una oportunidad a las personas de conocerlo”, dice Rebeca, que vive en Laferrere, Buenos Aires, junto a otras tres religiosas. Esperanza vive en un monasterio de Constitución, junto a otras siete hermanitas.

Nunca saben qué puerta van a tocar. Oran juntas y se dejan llevar por la inspiración de Dios. En su peregrinaje encuentran todo tipo de reacciones: confianza, miedo, rechazo, sorpresa ... “Pero en general somos testigos de mucha bondad”, afirman. “Al llegar en forma inesperada la gente se ve obligada a cambiar su programa para recibirnos y abrirnos su corazón. A veces nos dan algo en la puerta y nosotras nos vamos a comer a una plaza. Pero otras veces nos reciben sonrientes y nos cuentan su vida”, aseguran.

El hecho de ser rechazadas también es un mensaje que llega a la persona indicada. “Habla de cuantas veces hemos rechazado al hermano o a Dios mismo. Esto no lo vemos, pero sabemos que queda en el corazón de la persona, que ella lo va meditando cuando nosotras ya no estamos”, reflexiona Esperanza. Pero ellas no se entristecen, simplemente siguen su camino, sabiendo que Dios va a actuar en ese lugar.

“Dios pasa bendiciendo. Muchas veces nos encontramos con gente que ya no va a la iglesia, pero que no puede negarse a dar algo para comer. Es un momento de mucha confianza. Nos dicen: yo nunca abro la puerta a desconocidos, pero en este caso las vi y lo hice”, valoran.

Lo mismo les ocurre cuando hacen dedo en la ruta. “Nos dicen yo nunca dejo subir a nadie a mi auto, pero esta vez...”. Las hermanitas no llevan ni un solo peso en el bolsillo. Viven de la Providencia, son mendicantes en todos los aspectos de la vida. Como niñas que dependen de su padre, confían plenamente en Dios, al punto de estar seguras de que nunca les faltará nada para vivir. De que el amor es más fuerte que el odio y que la luz vence a las tinieblas.

Ellas tienen un lema: “Con la gracia de Dios, heridas nunca dejaremos de amar”. Se refiere a las heridas pasadas y presentes. “Dios nos ofrece su amor para que no nos quedemos sintiéndonos víctimas de esas heridas, y para que sigamos eligiendo amar a Dios como lo hizo María, de pie, en la cruz”. Ellas proponen responder con amor, en vez de con odio, resentimiento o rencor. Y creen que eso es una decisión que se logra con la ayuda de Dios.

Del cuello de cada hermanita cuelga un círculo de madera que es el sello del cordero. Representa el cordero victorioso de todo mal, porque está atravesado por la cruz. Ese es el símbolo de la Comunidad fundada en 1981. Sus patronos son Santo Domingo, San Francisco, Santa Catalina de Siena, Santa Clara de Asís y Santa Teresa Benedicta de la Cruz.

Esperanza es egresada del colegio Los Cerros. Quería estudiar enfermería hasta que conoció a un grupo de frailes dominicos con quienes comenzó a misionar. Sentía que nada la llenaba “hasta que entendí que la voluntad de Dios para mi vida era la que me hacía feliz”, confiesa. Fue un día, en la capillita de La Sala, donde iba a misionar, que sintió el llamado del Señor. “Escucho en mi corazón una voz que me decía: ‘¿no te das cuenta de que así sos feliz?”

Esperanza ahora es feliz, viviendo como San Francisco o como las palomas de la plaza Independencia. Quizás, recordando aquella cita de Mateo 6, 26, que tanto la representa: “fíjense en las aves del cielo, que no siembran, ni cosechan, ni guardan alimentos en graneros. Sin embargo, el Padre del Cielo, el Padre de ustedes, las alimenta. ¿No valen ustedes mucho más que las aves?”.

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