El caso Salinas: un crimen con sello mafioso

El caso Salinas: un crimen con sello mafioso

Primera parte.

LA PRUEBA. El Renault 18 en el que se trasladaba Salinas muestra decenas de impactos de bala. LA PRUEBA. El Renault 18 en el que se trasladaba Salinas muestra decenas de impactos de bala.

La madrugada del 30 de enero de 1992 estaba fresca. Era una de esas noches en que el agobiante calor del verano tucumano había dado una tregua a los habitantes de una provincia que salía de la intervención federal de Julio César “Chiche” Aráoz. Los vecinos de República del Líbano y España se despertaron sobresaltados. Los incesantes y ruidosos disparos de armas cortas y largas los habían hecho saltar de sus camas.

Al salir a la calle, observaron un Renault 18 destruido por los disparos y el cuerpo de un hombre tirado en la vereda totalmente ensangrentado. También descubrieron que la puerta de acompañante del vehículo estaba abierta y que esa butaca tenía manchas de sangre. Sospecharon que alguien había escapado milagrosamente del lugar, aunque el rumbo era desconocido. No tenían más datos. Después, al enterarse de quiénes habían sido los protagonistas, los unió el espanto: se trató de un crimen mafioso que terminó, como muchos hechos en esta provincia, con el sello de la impunidad.

1- El hecho

El oficial Juan Andrés Salinas, que prestaba servicios en la Brigada de Investigaciones, se presentó en un bar de Ángel Ale cerca de la Plazoleta Mitre. Quería hablar con “El Mono”, quien acababa de volver de un baile con su esposa y un grupo de allegados. Prefirió no quedarse en el lugar, sino que lo invitó a dar una vuelta en su auto particular. El hombre, que actualmente está cumpliendo la condena que le impuso la Justicia Federal, aceptó y fueron a dar una vuelta. Nunca se imaginó cuál sería el final del paseo.

UN ARSENAL. Jorge Lóbo Aragón (que actuó como juez) y el fiscal Esteban Jerez revisan las armas secuestradas a los Ale. UN ARSENAL. Jorge Lóbo Aragón (que actuó como juez) y el fiscal Esteban Jerez revisan las armas secuestradas a los Ale.

Al llegar a la esquina de España y República del Líbano fueron encerrados por un Renault 12 gris y un Ford Falcon blanco. Del primero auto se bajaron al menos cuatro hombres armados con pistolas, fusiles y escopetas. Acribillaron a Salinas (las crónicas de la época contaron varias decenas de disparos) y aseguraron la muerte del policía fue a causa de un disparo en la nuca, a menos de 20 centímetros. Remate.

El oficial Juan Andrés Salinas El oficial Juan Andrés Salinas

Ale logró escapar e internarse en un sanatorio, por las heridas que había sufrido. Allí fue detenido. Los investigadores sospechaban que estaba involucrado en el crimen. Su situación procesal se complicó cuando la Policía encontró que las personas que lo estaban cuidando en el sanatorio estaban armadas y que en un vehículo estacionado tenían un verdadero arsenal.

A las pocas horas de haberse producido el brutal homicidio, los investigadores sabían que el crimen guardaba un claro mensaje mafioso. Tuvieron que pasar varias semanas para que el Comando Atila, ese grupo parapolicial que se creía amo y señor de las calles de la provincia, comenzara a ser sospechado de haber tenido algún tipo de vinculación en el caso.

2- Perfiles

“Como persona y como investigador, Salinas fue excelente”, explicó el ex comisario Víctor Aráoz. “De la vida personal de él no quiero abrir juicio, pero cuando uno ingresa a una cancha marcada por personas que actúan fuera de la ley, hay que acatarse a sus reglas y si no lo hace, todo puede terminar mal”, agregó con tono pausado.

El oficial asesinado formaba parte de aquella Brigada, que se encontraba descontrolada. La división tenía hombres que se habían acostumbrado a trabajar y a vivir fuera de la ley, por el camino que les había marcado Mario “El Malevo” Ferreyra. Su líder, en esta oportunidad, no tuvo nada que ver, ya que se encontraba en el penal de Villa Urquiza procesado por el triple crimen de Laguna de Robles. Pero ese caso quedará para otra crónica roja. Nunca se supo qué hacía Salinas con “El Mono”. Sí se puede decir que sus restos fueron despedidos con todos los honores de un efectivo caído en acción en su Simoca natal.

Ale, en esos años, ya era “El Mono”. Él y su hermano, Rubén “La Chancha” Ale, estuvieron vinculados con el homicidio de Manuel Ismael -asesinado a tiros en 1980-, con el asalto a un supermercado de Mate de Luna al 3.000, con una violenta pelea en el Club Ranchillos, y con el crimen de Juan Carlos Brito, entre otros delitos.

BIEN CUSTODIADO. Rubén “La Chancha” Ale es llevado a tribunales para que declare en la causa. BIEN CUSTODIADO. Rubén “La Chancha” Ale es llevado a tribunales para que declare en la causa.

Un botón de muestra. El 31 de diciembre de 1986, en avenida Roca al 200, se detuvieron dos autos: de uno descendió “El Mono” Ale y del otro, cinco integrantes de “Los Gardelitos”. Luego de una discusión, abrieron fuego. En ese instante salieron de una casa “La Chancha” Ale y Jorge Horacio “La Bruja” Vázquez para sumarse al tiroteo. El resultado fue la muerte de Santos Pastor Aguirre y Enrique Ramón Galván. “El Mono” fue condenado por exceso en legítima defensa y permaneció menos de dos años detenido.

El Comando Atila se hizo famoso en la provincia por tratar de imponer la ley actuando de manera ilegal. Los tucumanos los admiraban porque pensaban que “limpiaban” la provincia de delincuentes. Pero detrás de ese halo justiciero había otra realidad. Con el correr de los años se comenzó a sospechar que estaban vinculados al narcotráfico, a la trata de personas con fines de explotación sexual y a los juegos de azar. Por eso se sospecha que no luchaban contra grupos mafiosos, sino que los combatían para quedarse con el dominio absoluto, con el monopolio del delito. Varios de sus integrantes fueron procesados por delitos de lesa humanidad, ya que durante la última dictadura cívico-militar habrían integrado un grupo de tareas dirigidos por “El Malevo”. Luis “Niño” Gómez, uno de sus integrantes, volvió a ser noticia. Hace menos de dos meses fue condenado a 18 años de prisión por el crimen del comunero Javier Chocobar.

3- Conexión Macaione

Dos meses antes de que Salinas fuera brutalmente asesinado, Antonio Macaione fue acribillado en la puerta de su empresa ubicada en Junín al 1.800. Los primeros indicios indicaban que la víctima tenía importantes deudas con un grupo de usureros que podrían haber pagado a sicarios para que lo mataran. Con el correr de las semanas fueron surgiendo nuevos indicios para sospechar que se trataría de otro crimen con tinte mafioso. ¿Tenía conexiones?

Los pocos testigos que presenciaron el hecho dijeron que los homicidas se movilizaban en una Renault 12 verde o gris, el mismo que utilizaron los acusados del homicidio de Salinas.

Y justamente el oficial asesinado estaba abocado a esclarecer el hecho. Los fiscales Esteban Jerez y Gustavo Estofán, que investigaban el crimen del oficial, sospecharon que su muerte podría haber estado vinculada al crimen del empresario. Salinas podría haber encontrado datos sobre el oscuro mundo de la usura y del tráfico de drogas. No sumaron pruebas para confirmar su teoría, pero enviaron una copia de las actuaciones que realizaron al fiscal Héctor Abraham Mussi, que desarrollaba la investigación.

4- Caen los Ale

“El Mono” Ale decidió internarse en el sanatorio Modelo. Lo hizo acompañado por un ejército de hombres. La Policía acusó de lleno al sobreviviente del ataque del homicidio y montó un impresionante operativo en las inmediaciones del centro asistencial. Durante varias horas, los tucumanos se acostumbraron a ver uniformados con armas largas en plena 25 de Mayo. La ya fallecida fiscala Joaquina Vermal (actuó en el caso porque estuvo en el turno de la feria) se presentó al lugar para hablar con el sospechoso.

En el libro “El sheriff, vida y leyenda del Malevo Ferreyra”, de Sibila Camps, Vermal le contó a su autora que al salir de la habitación de Ale se encontró con un ejército de allegados y amigos del herido en una situación sospechosa. “Sentados algunos en las escaleras, se les había subido el pantalón y pudo ver un par de armas metidas en la media”; la fiscal estuvo a punto de desmayarse, la auxilió otro de los “amigos”, “y así le descubrió el arma bajo la remera”. Todos esos hombres fueron detenidos.

También se registró el Ford Falcon blanco de Said Ale que estaba en el estacionamiento del sanatorio. Encontraron seis armas cortas, fusiles, cartuchos, 400 balas entre todos los calibres y un Handy que captaba todas las frecuencias de la Policía. Como si todo eso fuera insuficiente, también se descubrió que el internado estaba con una pistola.

AL CALABOZO. Ángel “El Mono” Ale dejó el sanatorio y pasó a ocupar una celda en el penal de Villa Urquiza. AL CALABOZO. Ángel “El Mono” Ale dejó el sanatorio y pasó a ocupar una celda en el penal de Villa Urquiza.

“La Policía armó todo para cagarnos. Sí, es cierto, estaba con una pistola. Pero qué esperaban que hicieran si los del Comando Atila, que eran de la fuerza, me habían intentado matar. ¿Debía confiar en ellos?”, se cansó de responder “El Mono” cada vez que era interrogado en el tema.

Como juez, Jorge Lobo Aragón emitió un insólita resolución que hasta el día de hoy genera sorpresas entre los profesionales del derecho. Pidió por oficio la prisión preventiva de todos los miembros de la familia y de sus allegados. Fueron 13 los hombres que terminaron tras las rejas por este hecho.

“La Chancha” Ale, que no había tenido ninguna participación en el crimen y que tampoco había estado en el sanatorio cuando se encontraron las armas, también fue procesado. Estuvo prófugo durante varias semanas y se terminó entregando. Su cuerpo le dijo basta. Había estado oculto en un lugar donde había mucha humedad (se sospecha de un sótano o un pozo) que le produjo un virulento ataque de asma que casi le cuesta la vida. La historia de este caso se calentaba con el correr de las horas.

Próxima entrega: Se afianza la hipótesis de la mafia policial.

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